Año CXXXV
 Nº 49.302
Rosario,
viernes  16 de
noviembre de 2001
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Editorial
Clásica violencia

Sucedió de nuevo. Después de una tregua durante la cual el deporte había vuelto a ser -como corresponde- el protagonista excluyente, un hecho de ribetes policiales volvió a competir por el tamaño de los titulares con la crónica futbolera luego de la celebración de un simple partido. Se hace alusión, desde luego, a los graves sucesos acaecidos el pasado domingo en el estadio del parque Independencia, tras el clásico entre Newell's Old Boys y Rosario Central, un encuentro cuya realización debería emparentarse con la noción de fiesta popular y no con la de violencia colectiva.
Pero es bien conocido por todos que no fue así. De nuevo, no fue así. Un agente de policía herido de bala y que aún ahora lucha por su vida en la cama de un sanatorio fue el trágico saldo de la jornada. Más allá de los detalles que hacen al asunto, con su sórdida trama de encubrimientos y complicidades, y con sus culpables aún sumergidos en un cono de sombras, resulta posible avizorar cuáles son las causas que alimentan el patético fenómeno.
La principal razón no constituye ningún secreto, de un tiempo a esta parte, en el fútbol argentino. Se relaciona de manera clara y hasta contundente con la connivencia -esa es la palabra justa- entre los integrantes de los grupos delictivos conocidos como "barras bravas" y ciertos dirigentes de las entidades de fútbol. Porque si bien salta a la vista que la compleja realidad socioeconómica que padece la Argentina en el momento presente es uno de los principales disparadores de la generación de hechos de violencia en las canchas de fútbol, los protagonistas de tales situaciones tienen nombre y apellido, y éstos no son precisamente los de la mayoría de los asistentes a los estadios, que sólo lo hacen con la hoy al parecer peregrina idea de disfrutar sanamente de un espectáculo deportivo y alentar a la divisa de la que son simpatizantes.
Ahora bien, ¿quién cobija a semejantes sujetos? ¿Quién cohabita, conceptualmente, con ellos? ¿Quién les entrega entradas de favor, quién los utiliza para campañas políticas, quién los apaña, encubre, financia y fomenta? Son escasos, si es que existen, los clubes del país que se salvan de la presencia de estos tan nefastos como peculiares "mecenas". Y ya es hora, qué duda cabe, de repudiarlos y erradicarlos definitivamente. Basta de aguardar que desaparezcan por arte de magia. La única magia que podrá enfrentarlos con éxito es la concreta participación y el contralor de los socios en la administración de los clubes, el desprecio manifiesto de los hinchas y la decidida intervención, a través de los resortes que le correspondan, del Estado.


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