Año CXXXIV
 Nº 49.291
Rosario,
lunes  05 de
noviembre de 2001
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Reflexiones
Los problemas del consenso

Fernando Murat

La incapacidad para construir consenso probablemente sea uno de los límites en que un gobierno enfrenta el espejo de sus propias debilidades, o por lo menos la zona donde puede percibir cómo se evapora eso mismo que lo constituye. Porque consenso, en definitiva, no significa otra cosa que la generación de sentido en conjunto, en conformidad, y es una categoría que se aloja en la base estructural de los sistemas políticos, por lo menos de los que conocemos tras las revoluciones burguesas. Sin consenso, las organizaciones políticas y sociales son esquemas atomizados, visiblemente anarquizados, obligadas a construir sus caminos en esquemas de debilidad.
Por eso, un sistema que se enfrenta a la incapacidad de construcción del consenso queda frente a frente con una estructura de sentido, esto es, que ha perdido la sustancia que lo cohesiona. La cohesión no es más que la definición concreta de aquello que hace que un sistema conserve los materiales que lo estructuran como tal.
El gobierno de Fernando de la Rúa ha permitido visualizar por lo menos un vestigio de lo que le pasa a los sistemas en los cuales el consenso es inhabitable.
Porque el consenso es lo que hace sostenible los sistemas, pero básicamente los hace consistentes. Y uno de los problemas que enfrenta el gobierno cuando no logra los niveles de consenso que requiere una estructura federal, es la inconsistencia.
Porque no es decidida o definitivamente consistente no logra acuerdos y aquellos que logra están generalmente viciados de fugacidad. Aunque parezca que es al revés, no lo es: en la falta parcial de consistencia un gobierno pierde la posibilidad de definir instancias de interacción y transacción, porque una de las partes ve en la otra un espacio de debilidad que vacía de verosimilitud los términos del contrato.
Ocurre que una de las cuestiones que soporta el gobierno es la reducción cada vez más vertiginosa del tiempo que separa al compromiso del incumplimiento, y debe soportar la certeza de los distintos sectores de que el incumplimiento estaba inscripto ya en el primer estado del compromiso.
Es una de las traducciones de la disolución del consenso: no hay contrato posible, piensan muchos, porque el compromiso anterior se organizó con la voluntad implícita de incumplir.
Reconstruir niveles sólidos de consenso cuando se quebró la verosimilitud de los términos de un contrato es una difícil tarea política, nunca de resolución inmediata, porque lo que está afectado es el estrato simbólico de sustento del sistema.
El gobierno de De la Rúa enfrenta este problema en distintos niveles: hacia el interior de la Alianza y de su partido, hacia la línea de los gobernadores, hacia los sectores sociales y hacia los factores externos.
La dinámica de los sistemas puede ser eventual, pero nunca azarosa. De esta carencia nos habla la dificultad de un gobierno para estructurar niveles de consenso que permitan construir, desde ya caminos de crecimiento, pero sobre todo condiciones que permitan la cohesión imprescindible que requiere un contrato para ser restaurado.


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