Año CXXXIV
 Nº 49.287
Rosario,
jueves  01 de
noviembre de 2001
Min 16º
Máx 29º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Reflexiones
Poeta

Félix De Azua (*)

Es justo respetar y admirar a los escritores profesionales, sobre todo si triunfan. Su trabajo es duro, no abusan de nadie ni a nadie dañan, y a duras penas puede vivir del mismo un grupo microscópico. Pero la poesía es otra cosa. No sólo es distinta de la novela, también es distinta de lo que se suele entender por literatura . Puede uno leer cuatrocientos libros de versos sin rozar la poesía. Ahora bien, cuando aparece, es más evidente que un ornitorrinco y todas las discusiones teóricas se esfuman como Drácula a la luz del sol. El otro día, por ejemplo, la poesía se filtraba en las páginas de Babelia (suplemento literario de El País) dedicadas a Leopoldo María Panero. Panero, que vive desde hace décadas en los manicomios, no está loco. Si alguien está loca es la poesía. Pero a Panero lo eligió la poesía y se lo llevó con ella a su lugar de residencia. Por eso, en la entrevista de Rodríguez Marcos, a veces hablaba Panero y a veces hablaba la poesía. Panero, muy sensato, decía: 'Creo en la poesía técnicamente bien escrita', pero la poesía decía: 'Aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fueran niños'. Confesaba Panero: 'Quiero ser un hombre común', pero la poesía confesaba: 'Desde hace tiempo tengo una mujer que se llama orujo'. Preguntado por sus libros, decía Panero: 'De esos libros yo no he visto un duro', pero la poesía decía: 'Soy la ceniza de un poema en que no creo'. Afirmaba Panero: 'Más solo que yo, imposible', pero afirmaba la poesía: 'Resucitar y ser resucitado, y volver de la nada sin nada de abrigo'. Y así sucesivamente.
La poesía está loca porque su alucinación no coincide con la locura de quienes somos razonables. O, más exactamente, estamos instalados en una locura incompatible con la locura de la poesía. Respetamos las leyes de nuestra alucinación para poder conducir un auto, pero la poesía propone otras leyes para una alucinación que, de momento, no tiene teléfono móvil, ni carnet de identidad, y ni siquiera puede seguir el debate parlamentario.
En consecuencia, los cobardes, o, siendo magnánimos, los prudentes, nos ponemos a salvo de la poesía. Si yo fuera poeta, sin ir más lejos, esta columna no sería de papel sino de mármol pentélico.
(*) De El Pais de Madrid


Diario La Capital todos los derechos reservados