Año CXXXIV
 Nº 49.287
Rosario,
jueves  01 de
noviembre de 2001
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Procesado por matar al vecino con un cascote

Cipriano Giménez fue asesinado con un medio poco convencional. No lo balearon ni acuchillaron: una gruesa piedra golpeó tan fuerte sobre su cabeza que le provocó la muerte. Se la arrojó su vecino, fuera de sí, en represalia por una discusión que poco antes habían mantenido las dos familias. El golpe fue letal. Desde entonces, el hombre que arrojó el cascote quedó preso por homicidio. Y aunque no haya tenido la intención directa de matar, ahora lo procesaron por ese delito. Es que una pericia determinó que la piedra fue arrojada a tal velocidad que el acusado pudo prever el resultado.
Así lo establece una resolución de la jueza de Instrucción Susana Portillo de Pigliacampo, quien procesó al hombre que arrojó el cascote, Jorge Luis Giménez, de 20 años, por el delito de homicidio simple. Aunque el dictamen fue apelado y ahora debe resolver la Cámara Penal.
El hecho que desembocó en la muerte de Cipriano Giménez, de 53 años, fue una simple discusión entre vecinos. Sucedió el 31 de mayo pasado en la zona de Pedro Lino Funes y Navarro. Pasado el mediodía, Cipriano dormía mientras su esposa discutía con una vecina. La mujer había ido a reprocharle que el hijo de 9 años de la pareja tiraba piedras a su vivienda. Luego la mujer regresó a su casa y el vecindario recobró la calma, aunque no por mucho tiempo.
Bastó que el hijo de la mujer se enterara del incidente para que la disputa pasara a mayores. Este muchacho era Jorge Luis Giménez, de 20 años, a quien todos en el barrio conocían por su sobrenombre de Larguirucho. El joven decidió hacer justicia por mano propia y se encaminó hacia la casa de Cipriano, al que arrojó un bloque de tres ladrillos.
Cipriano cayó pesadamente sobre la vereda y perdió el conocimiento. Tres días después falleció en el Heca. El golpe le provocó un hematoma subdural, una grave lesión cerebral que le causó la muerte. Un grupo de neurólogos estableció que ese tipo de lesión sólo puede ser causado mediante un "mecanismo de impacto de alta velocidad, como un accidente de moto o automóvil".
Por eso, para la jueza Pigliacampo, Larguirucho arrojó el adoquín a una velocidad tal que debió representarse la posibilidad de matar a la víctima.


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