Año CXXXVI
 Nº 49.286
Rosario,
miércoles  31 de
octubre de 2001
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Opinión
Respetar la vida

Javier Vigo Leguizamón

La reunión realizada en la ciudad de Santa Fe, el día 16 de mayo de 2001, entre el comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, general Pacífico Britos, y el ex militante en JUP Montoneros doctor Jorge Pedraza, de la que se hicieran eco algunos medios periodísticos y confirmara este último en nota del 2/10/01 publicada en "El consultorWeb" fue instada por mí en el marco de las numerosas entrevistas que, con el fin de evaluar la posibilidad de un diálogo de reconciliación, realicé mientras escribía el libro "Amar al enemigo".
Poniendo la ideología por encima de la verdad, los argentinos nos hemos negado a realizar un juicio histórico-crítico riguroso de la trágica década del 70. persistimos en recurrir a la "teoría de los dos demonios", escondiendo en ella la culpa de los políticos y educadores que igualmente estimularon la violencia.
Un encuentro de reconciliación puede ayudarnos a evaluar todas las responsabilidades; desde ya la militancia y el destino de los desaparecidos, también si existió o no un plan sistemático para la sustracción de menores, pero, a la vez, deberemos examinar lo que la guerrilla hubiera hecho con los niños.
Al planificarse el atentado contra el doctor Guillermo Klein y sus hijos, montoneros como Miguel Bonasso fijaron su pensamiento respecto a los niños mediante el documento "Ante la crisis..." fechado el 4/12/79 que expresa:
"Si nuestro objetivo era matar a toda la familia, implica un grave error de concepción porque no podemos actuar como agente sustitutivo del odio de clase. Cuando ese odio se exprese a nivel masivo pasará lo que tenga que pasar, pero serán las masas las que lo decidan o ejecuten...". Bien leídas las palabras dicen: "No los matemos nosotros, dejemos que después los maten las masas". Revelan el genocidio que hubiera tenido lugar en la Argentina de haber triunfado la guerrilla.
Por algo Ernesto Sábato alertaba en 1981: "No debe confundirse la violencia históricamente legítima como la de 1810, con la del terrorismo que llega hasta la muerte de niños inocentes... Chiquitos, claro, inocentes de cualquier crimen. Debo confesar que nunca creí que hombres instruidos como Ho Chi Minh pudiesen llegar a semejante espanto. Pero ya es evidente que la izquierda totalitaria termina siempre de la misma manera: en Rusia o en Vietnam, en Camboya o en Cuba" ("Violencia y derechos humanos", diario La Opinión, 18/2/81).
El terrible atentado de Nueva York, que ha conmovido al mundo, demuestra cuánta razón tenía a su vez el cardenal Ratzinger cuando nos advertía que "el terrorismo moral es lo que sirve para el advenimiento de la nueva sociedad". Con este criterio puede ser "moral" también el asesinato. En Europa, todavía no ha tenido lugar un real rechazo de sus fundamentos espirituales. Hoy como ayer es considerado casi inmoral quien no exalta un orden para el Tercer Mundo que no querría ver realizado en el propio ambiente" ("El ocaso del hombre. La apuesta por la fe", Ediciones Carroccio, 1988).
A partir del 11 de septiembre la lucha contra el terrorismo es la primera prioridad de la política internacional. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha condenado por unanimidad los citados actos terroristas, exhortando a los Estados a abstenerse de proveer cualquier forma de soporte, activo o pasivo, a entidades o personas comprometidas en actos terroristas o que les ofrecen cualquier tipo de refugio, asistencia o apoyo (resolución 1373/01), mientras la mayor potencia del mundo confiesa las enormes dificultades de una guerra a librarse contra un enemigo sin uniforme ni frentes de combate y su presidente confiere a la CIA licencia para matar a Bin Laden, aspectos que deberíamos meditar al juzgar nuestro propio pasado.
Correctamente, el gobierno nacional ha condenado enfáticamente los atentados; sin embargo no son pocas las voces que justifican en Argentina el accionar de Al Qaeda u olvidan que los distintos terrorismos participan de la misma raíz violenta.
El desprecio a la vida humana es palpable en el miembro de la ETA que luego de ejecutar a un empresario, confesara: "No me acuerdo de ningún sentimiento de pena por esa persona, ni nada de eso. ¡No se mata a la persona! Incluso hoy uno de ETA que mata a un guardia civil o lo que sea, no mata a la persona. Estás atacando a un símbolo y si eres capaz de no ver a la persona... no sufres" (La Nación, 7/5/01, "Testimonios de quienes aprietan el gatillo").
También en Hebe de Bonafini, ya cuando se solidarizara con tal organización terrorista mereciendo el repudio del pueblo y gobierno español; ya cuando recientemente admitiera haberse alegrado con el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono, en que murieran, en un solo día, cerca de siete mil inocentes, número cercano a las 8960 desapariciones comprobadas por la Conadep.
Certeramente Carlos Montaner ha escrito que: "No median mayores diferencias entre los mártires fundamentalistas y los revolucionarios iluminados. Ambos pueden asociarse sin mayores dificultades. No es sorprendente que un terrorista del IRA irlandés, presumiblemente católico, un narcoguerrillero colombiano y un fundamentalista islámico se hermanen en la lucha y se ayuden con dinero, armas, explosivos o adiestramiento. Los une el amor que desarrollan por los métodos violentos ... Esa es la cultura terrorista ... Esto debería poner a pensar a quienes dirigen los medios de comunicación. En España, cuando se refieren a los etarras, los califican de «banda terrorista», pero cuando se trata de Tiro Fijo lo denominan como «el legendario guerrillero colombiano» ... Al terrorista propio, pues, al que nos hace daño en casa, se lo denomina por las acciones reprobables que comete, pero al terrorista ajeno se lo llama por las intenciones que manifiesta profesar. Es como si no nos diéramos cuenta que estamos todos dentro de una misma guerra: la de la civilización y la racionalidad contra la barbarie y la locura, trátese de mártires o de revolucionarios iluminados" (La Nación, 9/10/01, "Suicidas, mártires y revolucionarios").
Debemos, luego, condenar los fundamentos morales del terrorismo, cualquiera sea su signo.
Cuando con ese espíritu pregunté al general Ricardo Brinzoni si creía que para construir una paz verdadera la cuestión esencial no es condenar o indultar, sino convertirnos, respondió: "Coincido que el camino es convertirnos en verdaderos cristianos. Reconocer responsabilidades; esclarecer el destino de los desaparecidos. Arrepentirnos de todo lo malo que hemos hecho, comprometiéndonos a no repetirlo. Estoy convencido que esa conversión implicaría una historia completa por parte de todos. Por parte de los que en aquel momento militaron en las organizaciones terroristas y por parte de quienes en aquel tiempo estábamos en las fuerzas del orden; por parte de los políticos, por parte de los intelectuales; por parte de los periodistas. Esa conversión implicaría una mayor fortaleza de la sociedad argentina".
Hoy cuando nos preguntamos qué actitud debe Argentina adoptar ante la tragedia del pasado septiembre, pienso que nuestra mayor contribución es brindar al mundo un ejemplo moral; el ejemplo de un pueblo que habiendo padecido los desgarramientos del terrorismo y su represión, asume con coraje y grandeza el camino de la conversión y el perdón.
No tenemos armas ni dinero que ofrecer, pero podemos dar ese paso trascendente convocados por los líderes de las principales religiones. No sólo Firmenich y Videla deben convertirse; políticos, educadores, militares, sacerdotes, simples ciudadanos, debemos también hacerlo reconociendo el carácter sagrado de la vida; aquel que fue asimismo degradado en el parlamento, los medios de difusión, la universidad, la familia, el púlpito.
Ningún ideal puede justificar el asesinato, la tortura o el secuestro de civiles o de militares. El mayor fruto de la reunión mantenida, en un marco de tolerancia y respeto, con el doctor Pedraza y el general Britos, fue nuestra coincidencia en rescatar el valor de la vida humana; en comprender que, como decía el poeta inglés John Dorine (1571-1632), citado por Hemingway: "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy una parte de la humanidad. Por eso no quieras saber por quién doblan las campanas: están doblando por ti".


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