Año CXXXIV
 Nº 49.273
Rosario,
jueves  18 de
octubre de 2001
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Una oportunidad histórica para el Medio Oriente
¿Llegó el turno del Estado palestino?

Jorge Levit

El 2 de noviembre de 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, el secretario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Inglaterra Arthur James Balfour anunció que la corona británica era favorable al establecimiento de un Estado judío en Palestina. Fue lo que luego se conocería como la "declaración Balfour", el primer pronunciamiento que 31 años más tarde daría nacimiento al actual Estado de Israel.
Hoy, en medio de otra guerra y en el comienzo de otro siglo, Inglaterra y Estados Unidos vuelven a apostar en una solución nacional para terminar con el crónico conflicto del Medio Oriente: la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza y con capital en una Jerusalén ampliada y dividida.
A partir del ataque terrorista a los Estados Unidos los esfuerzos de los países centrales hacia la distensión de las zonas del planeta de mayor conflicto parecieron acelerarse. El objetivo, obvio, despejar el camino hacia un sólo frente de atención: el fundamentalismo islámico.
La gira del secretario de Estado norteamericano Colin Powell por Pakistán e India estuvo orientada en esa dirección. Son dos países que desde su independencia de la corona británica en 1947 libraron tres guerras por Cachemira, una región del norte del subcontinente que ambos se disputan. Pakistán e India son países superpoblados con altísimos índices de miseria, marginalidad y analfabetismo pero con armamento nuclear, un contrasentido increíble. El delirio de sus gobernantes, que ni siquiera pueden dar alimento y trabajo a toda su población, los lleva a una lucha inútil por una porción más de territorio. Es como si la Argentina sumara a todos sus problemas económicos y sociales una carrera armamentista para lanzarse otra vez a recuperar las islas Malvinas.
Los conflictos entre la India y Pakistán y entre árabes e israelíes asoman como los focos principales de preocupación de Estados Unidos y Gran Bretaña, su principal e histórico aliado.
En el caso del Medio Oriente, la creación de un Estado palestino, aceptado incluso hasta por el primer ministro israelí Ariel Sharon, produciría una especie de blanqueo entre las fuerzas internas palestinas y sus grupos radicales armados. En primer lugar se desactivarían las legítimas protestas de quienes reclaman su derecho territorial para establecer una nación y sólo asomarían los sectores cuyo único objetivo ha sido siempre la destrucción de Israel. No es un dato menor que la semana pasada la policía palestina reprimió -hubo dos muertos- una manifestación que intentaba producir disturbios pese al alto el fuego que había declarado el propio Arafat.
Israelíes y palestinos tienen la oportunidad histórica de terminar una lucha de más de medio siglo que ya ha arruinado la vida de miles de familias durante varias generaciones. La coyuntura internacional, tal vez irrepetible, es favorable para que los sectores más intransigentes de uno y otro lado queden reducidos y puedan ser controlados.

Concesiones para la paz
Los caminos para una solución integral no son fáciles, pero tampoco imposibles. Israel debería desalojar a los colonos de los territorios que deliran con el gran Israel bíblico y son una cuña permanente de tensión, incluso para los propios soldados hebreos que los tienen que proteger. Los palestinos, entender que los cuatro millones de refugiados no pueden regresar medio siglo después a sus exactos lugares de origen. Tendrán que integrarse ahora al nuevo Estado.
La cuestión de Jerusalén, lugar que ambos reclaman como capital, podría resolverse sobre la base de la propuesta del ex primer ministro israelí Ehud Barak: ampliar la ciudad y darles soberanía a los palestinos en una zona que incluya los lugares sagrados para la religión musulmana.
Hay otros temas importantes a resolver, como el tránsito entre Gaza y Cisjordania, las dos zonas en que quedaría dividido el Estado palestino, los recursos hídricos, el espacio aéreo y, sobre todo, la seguridad.
En un espacio tan reducido y hostil Israel no podría tolerar a un país vecino militarizado. Tampoco que sus habitantes -como ocurrió ayer con el ministro de Turismo y como sucede con los atentados suicidas- sean asesinados por grupos que la autoridad palestina debe no sólo condenar sino erradicar. Israel, por su parte, tiene que poner fin a su política de asesinatos selectivos y aceptar el completo retiro de los territorios ocupados.
Si los halcones de uno y otro lado son vencidos y si la razón prevalece sobre el fanatismo, tal vez haya llegado la hora de la pacificación de la región. Un gran desafío para los árabes e israelíes que no quieren más tragedias en sus vidas.



El canciller Shimon Peres y el palestino Yasser Arafat.
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