Año CXXXIV
 Nº 49.269
Rosario,
domingo  14 de
octubre de 2001
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Día de decisión: regresar al pasado o comenzar a construir el futuro

Antonio I. Margaritti

Nosotros, los que vivimos en esta tierra pródiga, vamos a participar del acto electoral más trascendente que se haya producido en los últimos años. Tendremos que elegir concejales, diputados y senadores para ocupar puestos en las legislaturas, que son las instituciones políticas más desprestigiadas por la corrupción, el despilfarro y el desaprensivo comportamiento exhibido por muchos de sus integrantes en los últimos tiempos.
No está en juego un simple reemplazo de personas, se trata de algo más profundo y sustancial, esto es hundirnos en un pasado de decadencia o construir un futuro deseable.
Después de casi cuatro años de una depresión sin salida, los argentinos hemos perdido simultáneamente la alegría de vivir y las ganas de salir adelante. Porque sólo se puede vivir decentemente como un pueblo feliz cuando un número determinante de personas mantienen dos actitudes vitales: la memoria y el vigor. La memoria que permite rescatar el sentido histórico de la patria construida por nuestros próceres y el vigor que nos brinda la energía activa del cuerpo y del espíritu para construir un país mejor, más justo y humano, edificado por nosotros mismos.
Sin embargo, hoy domingo de elecciones, las alternativas que se nos presentan no parecen responder a estas dos cuestiones vitales. ¿Qué garantía de construcción del futuro pueden brindarnos los mismos candidatos a cargos electorales que han sido responsables de una inicua decadencia de la que no podemos salir? ¿Cómo recuperar ese sentido de "comunidad de destino" que es el único sentimiento que puede protegernos bajo la bandera celeste y blanca, alrededor de nuestra familia, con nuestros amigos y hermanados con los demás compatriotas?
Nuestro estado de ánimo de hoy no está para euforias. En lugar de un desfile triunfal por una agradable avenida nos sentimos condenados a transitar por callejuelas repletas de dificultades, salvando obstáculos y eligiendo entre dos males. En la nueva constitución, la que resultó del pacto de Olivos, sólo se han previsto posibilidades electorales para la partidocracia. Entonces la ciudadanía que no vive de la política se ve constreñida a tener que dar su representación a personajes en quienes no confía.
Padecemos la misma encrucijada del propietario que tiene que dar poderes para vender, alquilar o hipotecar su casa a individuos que pueden defraudarlo y quedarse con el dinero del inmueble. Es natural entonces que la decisión final y definitiva sea la de no dar el poder a nadie y éste es el sentido de quienes en este acto electoral piensan negarse a votar, anular su voto o votar en blanco.
Algunos podrían pensar que este grupo de ciudadanos son desertores de la democracia, pero sin embargo tienen que ser vistos como un grupo, más o menos numeroso, de quienes aspiran a construir un futuro nuevo, pero son conscientes de que los cambios necesarios nunca serán producidos por quienes forman esta especie de "camándula política" que es una mezcla de astucia, engaño e hipocresía.
Aun cuando el electorado desengañado y el voto contestatario resultasen ser triunfadores relativos de estas elecciones, no por eso los candidatos oficialistas y de la oposición debieran considerarse perdedores. Son ellos y sólo ellos quienes deben recoger el mensaje clamoroso que les envía la sociedad. Existe un anhelo incontenible de protagonizar un cambio institucional y de comenzar a construir desde los cimientos una nueva Argentina seria, responsable, donde la vida merezca ser vivida y no tengamos que contemplar el doloroso espectáculo de familias enteras que emigran porque sienten que aquí ya no hay esperanzas.

¿Somos en realidad un país pobre?
En los días previos al acto electoral nos ha sucedido algo digno de ser tenido en cuenta. Por primera vez el índice de riesgo país nos ha colocado a la cabeza del peor mundo posible, por encima de Nigeria nuestra indeseada escolta. Haber superado a Nigeria es algo que debe abochornarnos y mover la indignación de todos, porque ni nuestra cultura, ni la calidad de nuestra gente, ni el sentido de responsabilidad con que muchos de nosotros realizamos las tareas cotidianas admiten que nos asimilen a un país analfabeto, de individuos cubiertos con taparrabos, arrasado por las pestes, con tremendas hambrunas como las provocadas en la guerra de Biafra, asolado por sangrientas revueltas raciales y dominado por etnias islamizadas como los ibos, yorubas y hausas que se asesinan unas a otras.
Esta denigrante calificación con que las oficinas evaluadoras de riesgos ubican a la Argentina, ha sido utilizada por algunos ensayistas que sostienen la tesis de que la Argentina de hoy ya no es el país que diseñó Juan Bautista Alberdi, ni presidieron Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca o Pellegrini: un país rico con algunos pobres. Ahora somos un país pobre con muchos pobres, los cuales se seguirán multiplicando en dirección de un estallido social de proporciones gigantescas mientras persista en nuestras mentes el mito de la riqueza argentina. Para estos autores la riqueza no es lo que tenemos sino lo que todavía no está y por eso justifican la pregunta del secretario del Tesoro de EEUU ¿qué industria de exportación que valga la pena tiene la Argentina?

¿Cómo empezar a construir el futuro?
El planteo intelectual de nuestra pobreza tiende a hacernos reflexionar sobre las glorias pasadas y acicatearnos para trabajar en serio en un nuevo proyecto de país que permita recuperar la dignidad perdida, pero soslaya una cuestión que es más esencial que el reconocimiento de nuestra actual postración. Es cierto que para reaccionar hay que contar con una virtud, "la de reconocer los (facts) hechos cuando ellos se plantan delante nuestro", como lo mencionó el presidente del Banco de Inglaterra en tiempos de Margaret Tatcher. Pero también es cierto que Argentina es el único caso en el mundo de un país que pasó del desarrollo al subdesarrollo y que su pobreza actual es consecuencia de un empobrecimiento inconsciente que sus propios ciudadanos provocan como medio de defensa contra la codicia de sus gobernantes y las desconfianza en las reglas que ellos imponen. Los argentinos hemos logrado una productividad agrícola tan alta como ningún otro país tiene en el mundo y ello se comprueba porque somos competitivos aun cuando aquí el campo no sólo no recibe subsidios sino que se lo esquilma con impuestos aberrantes que ningún país agrícola tiene: IVA 21 %, ingresos brutos, renta presunta, sobre préstamos y a las transacciones financieras bancarias.
También los argentinos hemos acumulado una increíble reserva privada compuesta por divisas retenidas en el colchón o depositadas en otros países que tienen instituciones y gobiernos más confiables que nosotros.
Pero si bien nos hemos empobrecido por desconfianza hacia gobernantes que han mentido sistemáticamente, también hay que reconocer que el gesto de esconder la riqueza y ponerla fuera de la mano codiciosa de los políticos no es una virtud pero sí la gran oportunidad que puede ser aprovechada para poner en marcha la recuperación del país.
La Argentina empobrecida por sus gobernantes y por la mansedumbre insólita de sus contribuyentes puede recuperar su posición y rango en el mundo con sorprendente rapidez y expandirse como un resorte que se libera del obstáculo torpe que lo aplasta y le impide actuar correctamente.
Si los candidatos que resulten elegidos este domingo recogen el mensaje de la ciudadanía que no quiere permanecer en un pasado ensombrecido por la pobreza y la corrupción, sino que desea firmemente empezar a construir el futuro, y si esos candidatos se ponen humildemente a legislar con sabiduría, proporcionando buenas leyes que amparen a los honestos, que estimulen a los ingeniosos y que protejan a los laboriosos, castigando a los haraganes, a los charlatanes y reprimiendo a los delincuentes, nuestra propia generación podrá ver una nueva Argentina que recupera su dignidad, que sale a flote y brinda oportunidades a todos aquellos que hoy sufren las consecuencias de la falta de imaginación, de las mafias enquistadas en el poder y de la mezquindad de gobernantes sin ideas. Este domingo de octubre podrá entonces marcar el comienzo de una nueva tesis intelectual: Argentina no es un país pobre sino es un país que se empobreció por temor y desconfianza pero que recuperó su vigor y se lanzó mar adentro a conquistar nuevas tierras, cuando supo encontrar a quienes la gobiernen con espíritu de grandeza.


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