Año CXXXIV
 Nº 49.269
Rosario,
domingo  14 de
octubre de 2001
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Una estancia a 65 kilómetros de Rosario
La estancia Delsel ofrece simpáticas caminatas entre faisanes y pavos reales

Lucas Vitantonio

Cierre los ojos. Imagine que está caminando entre faisanes, avestruces y desconfiados pavos reales. Sueñe que es un jinete experimentado y puede lanzarse a cabalgar por la gramínea pampeana. No se despierte y anímese a degustar un exquisito cordero al asador a la sombra de centenarios eucaliptus. Si al abrir los ojos sus deseos se hacen realidad es porque se encuentra en la estancia Delsel, un sitio que propone un maravilloso viaje al tradicional ritmo de vida campestre. A ese mundo tranquilo y noble donde el alba y el crepúsculo marcan el paso del tiempo.
La estancia santafesina Delsel se encuentra en el kilómetro 371,5 de la ruta nacional Nº 9, a 65 kilómetros de Rosario y a 2.000 metros de Cañada de Gómez. El área del campo destinada al turismo abarca las 28 hectáreas que rodean a una imponente casona de dos plantas.
Trasponerlas puertas de la casona significa retroceder las páginas del calendario unas cuantas décadas. Sobre el cuidado mobiliario de época descansan una radio del tamaño de un televisor y una plancha que funciona a carbón. En las paredes se aprecian fotografías de caballos y cuadros con motivos gauchescos. En el rincón de la cocina, escondida detrás de los cacharros, una antiquísima máquina de coser a pedal parece estar dispuesta a contar sus secretos a quien se acerque a dialogar.
En el segundo piso están las seis habitaciones equipadas con baño privado con capacidad para dos o tres personas. Cada pieza dispone de amplios ventanales desde los que se aprecia el multicolor parque del casco de la estancia, diseñado en la década del 40 por Raúl Neira y Martín Ezcurra, los mejores paisajistas del momento en el país.
Los turistas que llegan a la estancia pueden conocer algunos secretos del mundo de los caballos, realizar cabalgatas, disfrutar la pileta, recorrer el aviario (que contiene faisanes, pavos reales, patos, llamas y avestruces), andar en sulky, degustar platos tradicionales y conocer la atrapante historia del establecimiento.
Paraíso silvestre
Desde hace cinco años Carlos Emilio Lamas, titular de la estancia, comenzó a imaginar un espacio distinto para descansar con su familia. Soñó con un jardín por donde caminar rodeado de animales silvestres y con utilizar el antiguo horno de barro para cocinar lechones y otros manjares. Con el paso del tiempo, Lamas decubrió que el sitio había cumplio ampliamente sus expectativas y que podía ajustarse perfectamente a la naciente propuesta de las estancias turísticas. Así se decidió por abrir el paraíso silvestre a los visitantes.
La estancia todavía conserva los vestigios de La Cabaña, el criadero de caballos que funcionaba en el lugar y que con el paso de los años se convirtió en uno de los más importantes del país, consagrando a grandes campeones en la Rural de Palermo. El emprendimiento comenzó a funcionar en la década del 30 y dejó de hacerlo hace algunos años, pero sus huellas están intactas.
De aquel tiempo de gloria se conservan los boxes, caballerizas, montureros, trofeos, medallas, fotografías de los grandes campeones y los cuartos de solteros de los peones (para evitar desencantos pasionales era mejor que las paisanas se queden en el pueblo).
Cuando Lamas cuenta anécdotas de aquellos años felices en la campiña sus ojos adquieren un brillo especial y sus palabras se llenan de emoción. Su pasión hacia los pura sangre lo llevó a crear en la misma estancia el Club del Caballo, un emprendimiento destinado a brindar conocimientos no sólo sobre la técnica de montar sino también sobre la relación entre el hombre y el fiel animal.
Loma Linda fue uno de los primeros nombres con que los inmigrantes europeos bautizaron a esta estancia de la pampa verde, que hoy entre faisanes y pavos reales se abre al turismo, al placer y al descanso. Carlos Emilio se preocupa porque los visitantes tengan una estadía placentera e inolvidable en el lugar y con una anécdota ilustra cada sitio que transita. Y cada vez que le preguntan por los caballos, sus ojos se iluminan y señala una foto que exhibe en la pared del monturero: "este era Dulce de Leche, mi primer pura sangre", cuenta Lamas antes de mostrar una auténtica bota de potro.


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