Año CXXXIV
 Nº 49.266
Rosario,
sábado  13 de
octubre de 2001
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Editorial
Ficciones realizadas

Desde fines del siglo diecinueve y hasta mediados del veinte, la literatura denominada fantástica o de anticipación planteó posibilidades inquietantes para lo que se preveía era un lejano futuro de la especie humana. Autores como Herbert George Wells, Jules Verne, Arthur Conan Doyle, George Orwell, Olaf Stapledon, John Wyndham, Ray Bradbury o Theodore Sturgeon imaginaron historias muchas veces oscuras, en las que aparecían enemigos extraterrestres o, en otras ocasiones, amenazas provenientes de este planeta. En algunas de ellas, lo que hoy día conocemos como guerra bacteriológica era esbozado como una de las más apocalípticas fantasías, de concreción altamente improbable, casi imposible. Los casos de ántrax aparecidos en los Estados Unidos demuestran que las más aventuradas ficciones de origen literario ceden terreno ante una realidad cada vez más imprevisiblemente siniestra.
Lo novedoso del accionar terrorista inaugurado el 11 de septiembre último, con los devastadores atentados perpetrados en Nueva York y Washington, es que la escala moral desde la cual obraron sus autores resulta incomparablemente más perversa que aquella que fundamentó hechos similares en el pasado. Las víctimas elegidas incluyen a todos: no se golpea sobre blancos humanos puntuales, sino sobre cualquiera. La destrucción de las Torres Gemelas resulta incostrastable como ejemplo, con los miles de muertos civiles, numerosos y humildes trabajadores de origen latinoamericano incluidos. La nueva sombra que se cierne actualmente sobre la civilización occidental, la de enfermedades mortíferas o gases asesinos, es todavía más abarcadora en ese aspecto. Hombres, mujeres y niños, sean quienes fueren, son el "target" potencial de las pestes que podrían estallar en casi cualquier país, no sólo EEUU o las principales naciones de Europa. Por esa razón se torna imperioso cerrar filas.
"Cerrar filas", claro está, no significa conceder carta blanca a las decisiones militares o perder de vista quién constituye el verdadero enemigo -que no es el Islam, como algunos pretenden que lo sea-. Pero sí implica reconocer el territorio cultural al cual se pertenece. Que, sin dudas, no puede compartir ni un centímetro, metafóricamente hablando, con el de aquellos que emplean la violencia más perversa e indiscriminada para combatir otras violencias o practican la injusticia más flagrante para enfrentar, paradójicamente, a la injusticia.


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