Año CXXXIV
 Nº 49.266
Rosario,
sábado  13 de
octubre de 2001
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Reflexiones
Más allá de la guerra

Antonio Elorza (*)

Los atentados del 11 de septiembre marcan el verdadero cambio de siglo. Si el anterior había llegado a su fin con la caída del muro en Berlín y la desintegración de la URSS que supusieron el desenlace de la pugna secular entre capitalismo y socialismo, a lo largo de una década han prevalecido signos y acontecimientos confusos, ligados unos a los acontecimientos del pasado (estallido de Yugoslavia), mientras otros, como el auge del integrismo islámico o la insurgencia dirigida en Chiapas por el subcomandante Marcos, apuntaban hacia nuevas realidades.
Ahora la línea de conflicto que empezó a dibujarse con la invasión de Kuwait por Irak adquiere perfiles precisos, con una puesta en cuestión de la hegemonía occidental donde el terrorismo juega un papel decisivo.
Nuevos factores, prácticamente desconocidos hasta ayer, transforman la economía, la comunicación, las formas de poder y de conflicto, en tanto que de su mano regresan fantasmas del pasado, tales como el racismo o el integrismo. Y el hambre y la violencia siguen causando estragos en el planeta.
Desde España, el espectáculo ha sido contemplado antes que nada con perplejidad. El gobierno de Aznar adopta una postura lógica de apoyo a Estados Unidos, con el asentimiento del principal partido de la oposición, pero a la hora de analizar lo sucedido, estamos ante un encefalograma plano. Lo mismo cabe registrar allí donde la reflexión sobre el terrorismo debió tomar nota de lo ocurrido con mayor intensidad, en Euskadi: Ibarretxe sigue en sus trece como el baturro del cuento, y sólo se le ocurre la novedad de hacer una consulta electoral a los vascos si ETA sigue matando. Más aún, ETA y PP, terror y gobierno, siguen en el mismo plano para el acongojado y resuelto lehendakari. Penoso. Y no faltan quienes, en la línea de Vázquez Montalbán, nos invitan al Parque Jurásico de los años del comunismo de "clase contra clase". Lo de Nueva York y Washington, puro efecto; la causa es la agresión permanente del Norte contra el Sur. Nada de integrismos ni de wahhabismo o salafismo: Bin Laden debe ser en esta versión la cabeza del ejército de los pobres contra el capitalismo criminal.
Entre tanto, los problemas reales planteados por el 11 de septiembre quedan en la sombra. Y hacia el interior, no dejan de ser preocupantes. A la vista de los atentados, y también de otros hechos menores, como ese partido internacional Francia-Argelia en París donde gran número de residentes y de franceses de origen argelino silbaron a La Marsellesa y tras múltiples incidentes, ajenos al juego, acabaron invadiendo violentamente el campo antes del final en señal de protesta contra el país donde eligieron vivir. Es un signo de que la integración de los inmigrantes magrebíes es tan necesaria como compleja. No cabe pasividad alguna ante la xenofobia antiárabe, pero tampoco ante los focos de integrismo y de segregación que pudieran aparecer en torno a mezquitas y centros de enseñanza islámica. Los valores culturales del islam, hasta hoy ignorados, deben ser difundidos entre la población española y como correlato hay que excluir la actitud neutral de cara a todo aquello que se oponga a la forja de un patriotismo constitucional. Nada de confiar en que surja el milagro del mito de Al Andalus. Hacen falta políticas activas para conseguir que los inmigrantes tiendan a ser españoles musulmanes, orgullosos de sus orígenes magrebíes, fieles a sus raíces, pero no enfrentados al país y a la cultura de recepción. Otra cosa es encaminarse hacia problemas sin fin.
Y en la política exterior, Palestina, siempre Palestina. Lo escrito antes del 11-S sigue siendo válido: la política USA (y en su seguidismo, de Europa) debe ser calificada en este campo de error -por lo que supone de símbolo para la movilización antioccidental del mundo árabe- y de infamia. ¿Para quién están pensadas las sanciones económicas de la Unión Europea sino para los que cometen atentados contra el derecho de los pueblos al modo de Ariel Sharon? Por el bien de Israel, por la justicia debida al pueblo palestino, el gobierno español debiera buscar resueltamente aliados para rectificar aquí una política suicida. No lo hará.
(*) El País (Madrid)


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