Año CXXXIV
 Nº 49.265
Rosario,
miércoles  10 de
octubre de 2001
Min 11º
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Opinión: "Estrés", por Jorge Luis Besso

Nada como el estrés como para saber que estamos hablando de nuestro tiempo y especialmente de la vida urbana, ya que en principio resulta difícil imaginar estresado a un caballero de la corte del rey Arturo, o a un inca o a un azteca, sobre todo antes de la colonización, pues después de Colón se les hundió el mundo.
En términos generales el estrés más que una enfermedad es un riesgo de enfermedad, como consecuencia del exceso de trabajo, o del sobreesfuerzo, que ocasiona una gran tensión nerviosa y que acaso puede sumir al individuo en un estado de fatiga que nada tiene que ver con el cansancio normal. Es decir que el estrés es una posición que coloca a un sujeto en un riesgo de enfermedad más o menos cierto, algo que muchas veces el propio sujeto sabe por haber leído artículos y comentarios al respecto, pero que no acaba de advertir que también a él le puede pasar y no siempre al otro. Es que el humano tiende a pensar que el accidente, el infarto y, en definitiva, la muerte, es algo que le ocurre al otro. Lo que es rigurosamente cierto hasta que le ocurre al... uno.
El estresado es alguien que siempre va detrás de las circunstancias, apurado, bajo presión y por tanto, con la pelota que se le viene encima, como en el tenis o, probablemente, como en cualquier deporte. En ese punto no hay otra que responder como se puede y no como se quisiera, y nuestro mejor golpe queda en el cajón de los recuerdos. Es más lo que responde que lo que decide, hasta que cuerpo y alma se plantan y el individuo en cuestión queda tildado, como las máquinas. En un instante el sujeto pasa de condenado a la actividad a condenado al descanso porque la "máquina" no da más y esto siempre y cuando el descanso en que lo instalan no sea el descanso eterno.
Las causas visibles de semejante parate son más o menos conocidas, conocimiento que por lo general se vuelve perfectamente inútil:
* causas económicas.
* causas laborales.
* causas de estudio.
* causas políticas.
* causas amorosas.

Está claro que estas causas pueden acumularse, especialmente la explosiva combinación de las laborales, económicas y amorosas que suelen tener la manía de articularse configurando una suma de negatividades. Un psicoanalista uruguayo contaba que un amigo suyo había tenido la humorada en estos tiempos de mediciones de riesgos de formular el Riesgo Pareja (R.P.), cuyas iniciales coinciden con las del maldito Riesgo País, que no se sabe bien de dónde sale, ni para qué sirve, salvo para estresar.
Siguiendo los despropósitos contemporáneos, bien podría ser necesario la medición del Riesgo Existencia (R.E.) que surgiría de una ecuación que segregaría una fórmula capaz de combinar causas y factores de riesgo que nos darían el Nivel de Incertidumbre (N.I.), constantemente actualizado de acuerdo al riesgo de guerra, al riesgo de devaluación, al riesgo de pérdida del trabajo, al riesgo de asalto, al riesgo de pérdida del amor o al argentinísimo riesgo del recorte. Todos estamos estresados.

Desequilibrio
¿Todo bien? Desde hace algún tiempo se ha impuesto este saludo, más odioso que simpático, destinado como tantos saludos a no hablar, ya que es bastante difícil, si no imposible, que esté todo bien. Tan difícil como que esté todo mal, que es como de alguna manera se ven las cosas desde el estrés. Es que hay veces que el equilibrio entre entradas y salidas del aparato psíquico se altera de forma tal que hay más esfuerzo que rendimiento, es más lo que se da, que lo que se recibe, y esto más por razones subjetivas que objetivas.
Al menos hasta hace algunos años en los circos había un número que nunca fue estelar, más bien todo lo contrario, es decir un número secundario, de relleno, y sin embargo bastante impresionante: se trataba de un malabarista que en la punta de un palo negro y fino hacía girar un plato, luego otro, y otro, hasta más o menos diez que quedaban girando simultáneamente. La cuestión era que siempre había un plato que estaba a punto de caer al que tenía que socorrer presuroso, esto es, que el tío se la pasaba corriendo de un plato al otro sin poder parar. Terminaba dando una imagen patética, pues en el final del juego quedaba alguien agitado corriendo tras los platos. Como alguien corriendo tras las cosas, la plata o los platos... Es decir lo impresionante era ver a los objetos haciendo bailar a un sujeto, ya que aspiramos a algo más que a ser sólo una respuesta, ya que en ese caso además nos quedamos sin propuestas.


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