Año CXXXIV
 Nº 49.262
Rosario,
domingo  07 de
octubre de 2001
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Guerra al terrorismo. Las secuelas de siete años de régimen integrista
Aumenta el odio al Talibán entre los refugiados afganos
En la frontera con Tayikistán, 20 mil viven precariamente. Y confían en que EEUU mate a Bin Laden

Günther Chalupa

Supa, Afganistán. - Unos 20.000 refugiados afganos viven en extrema pobreza en diferentes campamentos en el norte de Afganistán, junto a la frontera con Tayikistán. Condenados desde hace años a la inactividad, dependientes de la ayuda de los tayikos -tan pobres como ellos- o de Occidente, los refugiados viven en casas de caña montadas por ellos mismos en un desierto de arena junto al río Pjandsh. Todos comparten un fuerte resentimiento hacia los talibán, a causa de quienes se vieron obligados a huir de sus casas y aldeas.
"Quiera Alá que el pueblo por fin se levante y expulse a los talibán, para que podamos volver a casa", afirma Abdul Raffar, que llegó desde Emomsahid a Supa, donde viven unas 660 familias. En una radio a transistores escucha el programa afgano de la emisora alemana Deutsche Welle, para comunicar luego a su grupo las noticias.
Tal como los otros refugiados, Rafar tiene una opinión formada acerca del terrorista Osama Bin Laden. Cree que los talibán lo nombrarían con gusto como su líder, para que año a año "entrene a miles como terroristas y los envíe a todo el mundo para expandir el terrorismo".
Rafar, maestro de profesión, ruega sin embargo que si se produce un ataque militar estadounidense contra Bin Laden, se haga "allí donde él realmente está".
El anciano de más edad de Supa, Maulewi Abdulhazar, se siente confundido, pues está muy vinculado a las tradiciones de los pashtún, la etnia de los talibán. "Y éstas dicen que a un invitado no se le puede hacer ningún daño", explica frente a un vaso de té hecho con agua procedente a una fuente contaminada, que le da a la bebida un color insalubre. "Pero a pesar de todo espero que los estadounidenses vengan pronto", comenta resignado.
"Vivimos aquí en condiciones muy difíciles", relata Shoran Eskaleisal, que estudió en el pasado electrotécnica con los soviéticos. "Un día tenemos para comer, y después durante dos no hay nada", describe la ayuda irregular que reciben entre otros del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur).
A pesar de ello prefiere ser un refugiado que vivir en Kabul, su lugar de residencia, con los talibán. "Te prohíben todo, te prescriben la vida entera eso no es vida".
Los niños de Supa tampoco disfrutan mucho de la vida, aunque algunos maestros intentan dar clases para transmitirles un mínimo de conocimientos. Bajo un toldo en medio del campo se reúnen unos 30 niños, descalzos, llenos de polvo y pobremente vestidos, aunque con ojos brillantes.
Todos miran como un tesoro una donación de Acnur que contiene un pizarrón y algo de tiza. "A pesar del hambre y de las carencias, nuestros hijos quieren aprender al menos su idioma", comenta su maestro Mahmud Daut. "Y además les enseñamos a respetarse unos a otros".
Los pocos enfermeros entre las filas de los refugiados se ocupan como pueden por mantener un mínimo de atención sanitaria. Debido a que casi no hay medicamentos y es muy complicado lograr condiciones higiénicas aceptables, los enfermeros -a quienes sus compatriotas llaman con respeto "doctores"- tienen escaso éxito. Sobre todo los niños son víctimas de estas condiciones: una madre perdió así en dos años a cuatro de sus cinco hijos.
"Pero todavía no podemos ir a casa, allí siguen los talibán", repiten todos. Sin embargo hay otro motivo que los retiene en el norte del país. En opinión de los diplomáticos occidentales, son una "reserva táctica" de la opositora Alianza del Norte. Llegado el momento, 4.000 combatientes potenciales podrían inclinar la balanza a su favor en contra de los talibán. (DPA)



Un niño enfermo en el campo iraní de Beluchistán.
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