Año CXXXIV
 Nº 49.262
Rosario,
domingo  07 de
octubre de 2001
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Tras su destrucción en la II Guerra Mundial, hoy es un símbolo de la nueva Alemania
Berlín: la ciudad que resurgió de los escombros
La caída del muro en 1989 significó el nacimiento de una urbe inédita e insólita

María Lourdes Bertozzi

Descender en avión sobre Berlín fue durante muchos años una aventura. Se llegaba a una isla rodeada de territorio hostil, cerrado y desconocido. Pero siempre fue y será un espectáculo. Los magníficos bosques y lagos y los ríos Havel y Spree que fluyen en meandros y canales por la ciudad hacen de la aproximación a los aeropuertos berlinenses una experiencia única. Hoy, además, estos bellísimos alrededores de la ciudad, hasta 1989 prácticamente inalcanzables para el viajero occidental, invitan a excursiones inolvidables. En Berlín es posible casi todo lo que no lo era hasta hace unos años.
La ciudad está llena de paradojas. Pocas en el mundo han sido tan amadas y a la postre abandonadas, forzosamente, por tantos amantes desgraciados. Ninguna ha tenido el corazón partido como ésta, en la que, de un día para otro, aquel 13 de agosto de 1961, surgió un muro que dividía el centro, cerraba las calles, quebraba barrios y rompía familias.
Pocas han tenido tanta historia en tan pocos años; tantos testimonios de grandeza y terror al mismo tiempo. Berlín no es París, ni Roma, ni Praga, ni Viena, ni Atenas, ni Moscú. Berlín siempre ha sido moderna, hasta cuando eso suponía haber sido reducida a escombros y cenizas. En Berlín no hay arquitectura de la antigüedad ni del medioevo más que en las fascinantes colecciones de la Isla de los Museos, muy cerca de donde estuvo el palacio imperial, cuyos restos fueron dinamitados tras la guerra, por las autoridades comunistas del Este.
La historia de la ciudad es la de una permanente inquietud. El auge prusiano, la euforia bélica de 1914, el desastre de la derrota de 1918, la miseria, la inflación, el can-can, la literatura y la cocaína en los años veinte, el auge del nazismo y el entusiasmo de las victorias hitlerianas después, parecían sólo pasos dados por esta ciudad hacia la catástrofe de la guerra, su destrucción total en 1945 y la posterior división.
Pero la historia está abierta y no ha acabado. Nada ni nadie lo ha demostrado con tanta vehemencia y brillantez como Berlín, ridiculizando a todos los determinismos históricos.
La caída del muro en 1989 fue un terremoto político. Pero mientras otros terremotos han hecho desaparecer ciudades y culturas, este hizo surgir una ciudad inédita a partir de un experimento arquitectónico, cultural y social.
En la parte oeste de la ciudad sobrevivió, durante toda la Guerra Fría, un ascua de la libertad, insolencia e intrepidez del Berlín clásico. Y había una llama, pequeña, marginal y clandestina en el Este. Caído el muro se han fundido para generar un gran espectáculo de fuegos artificiales que ilumina toda la inmensa ciudad, desde el Grünewald con sus maravillosos bosques y las riberas del río Havel, hasta las del Spree, junto al palacio Köpenick.
Berlín ha sido desde entonces el máximo sueño de los urbanistas y de los sociólogos, pero también de la industria del ocio y la gastronomía, de la cultura y los movimientos sociales más innovadores.

Ciudad símbolo
Es el símbolo de la nueva Alemania. Y ha logrado concentrar todas sus nuevas energías y sus nuevos talantes. Las oportunidades eran enormes. ¿Qué estado moderno ha dispuesto jamás de un inmenso espacio abierto a través de todo el centro de su capital y del suficiente dinero y atractivo para realizar allí lo nunca realizado ni visto?
El visitante que hoy se adentra en la Potsdamer Platz percibe de la forma más espectacular posible este milagro. Hace diez años era un inmenso solar aún cubierto por escombros de la Segunda Guerra Mundial. Como zona de seguridad creada por el régimen comunista oriental, con la construcción del muro era territorio infranqueable. Hoy es la mayor concentración de obras de arte de la arquitectura moderna.
Es ya muy difícil adivinar dónde estaba aquel muro que rodeaba por completo Berlín oeste aislándola de la parte oriental y su entorno. El tejido de la ciudad ha cerrado casi por completo aquella herida salvo en algunos puntos donde se dejaron algunas planchas de hormigón como testimonio.
El célebre punto fronterizo Checkpoint Charlie, símbolo de la Guerra Fría y uno de los escenarios clásicos de intercambio de espías, queda ya sólo presente con poco más que una placa y el muy recomendable museo con su nombre en la Friedrichstrasse. Pero esta calle, antes oscuro acceso al ministerio de la policía de la seguridad del estado, la temida Stasi, reluce hoy al igual que sus aledaños como zona comercial de lujo y con innumerables restaurantes y cafés, a un tiro de piedra de la célebre avenida Unter den Linden que parte hacia el este desde la Puerta de Branderburgo.
En la parte occidental, tradicional punto de concentración de restaurantes de todo tipo, se encuentran desde el elegantemente bohemio café París hasta los más variados establecimientos de comidas orientales.
El paseo de compras por Berlín Mitte es, desde luego, interesante, pero imprescindible es la visita a la Isla de los Museos y galerías de arte que ofrece la ciudad, entre los que destacan la Nueva Galería de Arte, el Palacio Charlottemburg, la Galería de Dahlem o el Museo Egipcio, entre otros.
Los melómanos no tienen en Berlín más que abrir el programa semanal cultural para encontrar una infinidad de acontecimientos musicales que van desde la gran ópera y actuaciones de la Filarmónica hasta conciertos de las principales figuras del rock, que parecen querer estar siempre en esta ciudad de un tiempo a esta parte.
Pero además, Berlín se ha convertido en una de las grandes capitales de la música en vivo y la vida nocturna. En las calles cercanas a la Oranienstrasse, donde se halla ahora magníficamente restaurada la mayor sinagoga de Alemania, han surgido decenas de locales, muchos unidos entre sí por los laberínticos pasajes entre solares, jardines y patios interiores de casas que aún muestran sus heridas de guerra.
Entre las zonas de copas de más éxitos del nuevo Berlín está el Hackerscher Hof, no lejos del Alexanderplatz, con su torre de televisión. En aquel complejo de edificios, tristes y grises hace diez años, hoy se concentra gran parte de la escena noctámbula del público joven.
Berlín es hoy el nuevo escaparate de una Alemania más desenfadada, menos introspectiva y trágica y mucho más abierta que nunca antes en su historia.
Las excursiones al Wannse con las inmensas playas interiores junto al lago o a la cercana ciudad de Postdam con su palacio de Sansoucci y el Caecilienhof, donde se firmó en acuerdo del mismo nombre entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, se pueden fácilmente combinar con la trepidante vida cultural y de ocio urbano que la ciudad ofrece al visitante.
La historia, el pasado grandioso y terrible, siempre estarán presentes en ella, pero nunca probablemente haya estado tan marcada por el futuro, la creatividad y un nuevo dinamismo liberado de lastres de pasadas generaciones.
Si se quiere ver y sentir cómo ha cambiado Europa en una década, se debe visitar Berlín, pasear por sus calles, dejarse sorprender por lo nuevo y gozar de la prueba más espléndida de que la historia no ha finalizado.



Frente al río Spree se erigen edificios históricos de Berlín .
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