Año CXXXIV
 Nº 49.262
Rosario,
domingo  07 de
octubre de 2001
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Editorial
Las veredas de la desidia

No le resultará necesario un despliegue inusual de perspicacia al caminante que ponga en práctica la mala idea de recorrer a pie el centro rosarino. Con apenas estar despierto -es decir, si no padece de sonambulismo- será capaz de detectar el problema. Simplemente, muchas de las aceras resultan intransitables. Al menos, para los seres humanos. Los numerosos perros vagabundos no aparentan tener dificultades.
Un relevamiento minucioso resultaría largo. Son tantas cuadras las que padecen este mal que tal vez lo más adecuado sería tomar nota de lo contrario. O sea, de aquellas veredas que se encuentran en perfectas condiciones, tal como una ciudad moderna y funcional lo requiere. El tema, más allá del ocasional tratamiento humorístico que pueda merecer, es serio. No son pocos los peatones que en los últimos tiempos han sufrido accidentes -varios de ellos, graves- como consecuencia del deplorable estado de las aceras, el cual incluye hasta pozos de considerable profundidad, auténtica trampa para el transeúnte desprevenido.
Ni hablar si el paseante es alguien que sufre de problemas para desplazarse o si arrastra delante suyo un cochecito con un bebé (o dos) en su interior. En ese caso, haría bien en tomar un curso específico (que aún no los hay, pero en cualquier momento aparecen) o en realizar previamente entrenamiento intensivo en, por ejemplo, un terreno montañoso o un campo minado. Porque el trayecto que decida emprender no le será fácil; en lo absoluto.
Esta columna -la aclaración resulta pertinente- intenta convertirse en un llamado de atención. Ocurre que lo cotidiano del asunto lo ha convertido en, casi, una costumbre. Razón por la cual muchos ciudadanos no sólo ya no se quejan, sino que incluso parecen haber dejado de percibir la anomalía. Y aunque pocas dudas pueden caber de que la actual coyuntura registra otras prioridades más urgentes, tampoco puede consentirse livianamente que las cosas continúen como hasta ahora.
Los responsables de la situación son múltiples. Desde las empresas concesionarias de servicios que destruyen las aceras y luego no las reparan como debieran, hasta los propios particulares, que suelen olvidar con frecuencia cuáles son sus deberes cívicos. Otro agujero negro en este sentido son las obras en construcción, cuyos responsables distan, en general, de preocuparse por su prójimo. Pero lo que sin dudas está fallando, y seriamente, es la tarea de contralor. Es que la ciudad debe ser vigilada y cuidada, en primera instancia, por su propio gobierno. Aunque en esa tarea tiene que contribuir cada uno de sus habitantes.


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