Año CXXXIV
 Nº 49.248
Rosario,
domingo  23 de
septiembre de 2001
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Análisis: El gobierno y su aporte a la confusión general

Mauricio Maronna

Los vientos de tormenta que hacen presagiar un apocalíptico clima de guerra tras los ataques terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono lograron quitarle trascendencia mediática a los nuevos tropezones dialécticos y de gestión del gobierno nacional. En un aporte más a la confusión general, dos influyentes ministros se encargaron de ratificar las presunciones: la debacle electoral está a la vuelta de la esquina.
El ministro de Economía, Domingo Cavallo, volvió a cometer uno de sus típicos excesos verbales y a tensar al extremo la cuerda con la UCR y el Frepaso. "La Alianza perderá las elecciones porque no sabe gobernar", dijo el jefe de Hacienda. La confesión de parte releva a la oposición de cualquier discurso de barricada. Cavallo volvió a su estilo de fajador enceguecido y calificó de "ratas que abandonan el barco" a los progresistas que intentan devolverle a la Alianza los postulados que esgrimió en su ficcional Carta a los Argentinos.

Los lados del mostrador
Federico Storani, Carlos Chacho Alvarez y Leopoldo Moreau fueron los blancos visibles de las dardos de Cavallo, quien se cuidó, sin embargo, de no mencionar con nombre y apellido a su archienemigo de siempre: Raúl Alfonsín. El nuevo capítulo de la Argentina surrealista tiene su explicación: el cavallismo (oficialismo) concurrirá en varios distritos alineado con el PJ (oposición) a los comicios de octubre.
La ausencia de liderazgo presidencial profundiza la sensación de vacío y agiganta las chances electorales de algunos referentes y partidos testimoniales. El ejemplo típico es la ciudad de Buenos Aires, ámbito en el que las encuestas le dan la victoria al candidato socialista Alfredo Bravo, en desmedro de la Alianza, de Acción por la República y del PJ.
La boutade de Cavallo, sin embargo, no fue la única. Patricia Bullrich no quiso ser menos que su par de Economía y lanzó un interrogante cargado de simbolismos: "No sé a quien voy a votar el 14 de octubre".
¿Qué esperanzas puede depositar el Ejecutivo en el resultado electoral cuando uno de sus ministros acusa al presidente de la Nación de no saber gobernar? ¿Qué entusiasmo puede tener la sociedad para plebiscitar en las urnas la gestión de gobierno cuando la mismísima titular del Ministerio de Trabajo manifiesta sus dudas sobre el apoyo de los propios hombres que representan al oficialismo? \

El trauma poselectoral
Los interrogantes le dan pie al argumento esgrimido por los principales gobernadores del peronismo para mantenerse al margen del pomposo llamado a la "unión nacional" y pone en un cono de sombras la gobernabilidad tras los comicios. El Ejecutivo deberá afrontar sus dos últimos años de gestión con un panorama institucional absolutamente desbalanceado para sus intereses: la mayoría de las provincias seguirá en manos de la oposición, el PJ será la primera minoría en Diputados y retendrá la mayoría en la Cámara de Senadores.
El 15 de octubre la Argentina amanecerá empapelada con afiches del Partido Justicialista anunciando el regreso al poder, el gobierno intentará un acuerdo desesperado con los mandatarios provinciales peronistas y las dos CGT volverán a afilar sus dientes.
El día después de las elecciones pondrá al presidente entre la espada y la pared: deberá resolver si sigue construyendo alianzas coyunturales, según cada proyecto de ley que envíe al Parlamento, o si se decide a reconstituir la diezmada relación con el partido radical (léase Alfonsín). Si opta por la segunda opción, Cavallo y Bullrich deberán emigrar de sus respectivas posiciones de poder.
Fiel a su estilo, De la Rúa navega lejos de la velocidad crucero entre un mar de dudas y no emite señales claras sobre cuál será su estrategia política.



La imagen de Cavallo es una sombra sobre el oficialismo.
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