Año CXXXIV
 Nº 49.241
Rosario,
domingo  16 de
septiembre de 2001
Min 6º
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El atentado. La respuesta al fundamentalismo no puede ser indiscriminada
Bush no empezó bien y puede arrastrar al mundo hacia el caos

Jorge Levit

Los primeros ocho meses del gobierno republicano de George W. Bush tuvieron más complicaciones que los ocho años de su antecesor demócrata Bill Clinton. El escándalo amoroso con la pasante de la Casa Blanca Mónica Lewinsky fue tal vez la principal complicación de la anterior administración norteamericana, durante la cual la economía tuvo un crecimiento no visto en décadas. En el orden interno la voladura del edificio federal en Oklahoma fue sí un golpe duro para Clinton, pero sus ejecutores ya fueron condenados y uno de ellos ejecutado hace poco con una inyección letal.
Para los estadounidenses ya es un caso cerrado. En el orden internacional Clinton estuvo a punto de alcanzar un acuerdo entre israelíes y palestinos, que fundamentalistas de uno y otro lado se encargaron de arruinar.
Hoy hay un panorama muy distinto. Bush ganó las elecciones con votos obtenidos a cuentagotas y en unas elecciones poco ortodoxas por primera vez en la historia norteamericana. Todo el mundo se quedó con la duda si en realidad no era Al Gore el presidente que debería haber entrado en la Casa Blanca. Apenas asumió, la economía comenzó a perder fuerza y todos los pronósticos indicaban que se venía una recesión después de una década de increíble bonanza para Estados Unidos y todos los países centrales.
Las apariciones públicas de Bush no fueron muy felices -en plena campaña electoral insultó a un periodista sin saber que el micrófono estaba abierto- y ya se había instalado en la opinión pública una suerte de burla. Uno de los chistes que recorrió el país y el mundo lo marcó como poco inteligente y capaz. "El presidente necesita dos horas para ver 60 minutos" (60 minutos es un noticiero muy popular).
En el plano internacional se negó a suscribir tratados de cooperación sobre armas nucleares o sobre la formación de tribunales penales que juzguen a criminales de guerra. Es decir, su política comenzó a ser aislacionista. Y durante las primeras horas de los atentados nadie sabía dónde estaba, si en un búnker o volando en el avión presidencial con cazas de guerra protegiéndolo. La cuestión es que la iniciativa la tomó el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien fue el primero en aparecer a explicar qué había pasado y qué estaban haciendo para ayudar a las víctimas.
Bush es quien hoy tiene la decisión de llevar al mundo a un estado bélico global no visto desde la guerra del golfo Pérsico. La diferencia es que en aquella oportunidad había un enemigo visible para los norteamericanos y la coalición internacional que formaron. Hoy, en cambio, no se sabe dónde atacarlo porque está distribuido y oculto en todas partes. Bush pone al mundo en una situación de tensión de consecuencias insospechadas, incluso para la Argentina, que rápidamente se alistó en primera fila para esta especie de "cruzada" moderna.
El delirio fanático y asesino que se intenta combatir puede tener réplicas impensadas si no se articula un mecanismo selectivo y no masivo de ataque. Por lo visto hasta aquí, no sólo jóvenes de Cisjordania poco instruidos y ganados por la teocracia son capaces de inmolarse con una bomba dentro de un restaurante o frente a la parada de un colectivo. El martes en Nueva York y Washington pilotos de alta profesionalidad y mucho tiempo de estudio, que dominaban varios idiomas y vivieron en Europa o Estados Unidos fueron capaces de estrellarse con un avión para morir y matar.
Después de esto no hay límites para imaginar a qué puede llegar el fanatismo suicida del ser humano. Y de eso se trata. De tratar de poder anticipar la respuesta de un mundo ganado cada vez más por el delirio de la búsqueda en el más allá por las frustraciones presentes.
En Afganistán, Pakistán, algunas ex repúblicas soviéticas de Asia central e incluso en países islámicos tradicionalmente moderados continúa sin pausa la ola de fundamentalismo, cuya filosofía fatalista intenta eclipsar y aprovechar la tragedia de millones de personas que viven, comen, duermen y mueren en las calles. La miseria más extrema, el subdesarrollo crónico, el masivo grado de analfabetismo y la sensación de estar de paso por un mundo agobiante son el cóctel explosivo de este fenómeno que parece imparable, aun cuando Bush y la Otán envíen sus tropas a contenerlo.
Esta sensación de estar asistiendo al inicio de una lucha interminable, que tendrá ataques y contraataques en cualquier lugar del planeta, angustia a todos los que prefieren vivir en paz. Mañana el golpe puede ser en París, Londres o Buenos Aires. Para el terrorismo es lo mismo y para quien nada tiene que perder es sólo una acción más antes de ser acogido en el reino de los cielos donde todo será perfecto y nada cruel como en la Tierra. Luchar desde lo racional contra esa premisa filosófica y teológica es muy difícil. Y desde lo militar muy peligroso, porque si el objetivo es indiscriminado la adhesión al fanatismo será cada vez mayor en todo el mundo islámico, agobiado también por la falta de una cultura democrática.
Bush y sus aliados tienen ante sus ojos un campo minado que deben recorrer con cuidado. No pueden pisotearlo haciéndolo estallar en pedazos sin medir las consecuencias. Tampoco paralizarse y no actuar esperando que el próximo ataque sea bacteriológico o nuclear. El mundo está en manos de pocas mentes. Y eso es peligroso si la razón y la inteligencia no prevalecen.



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