Año CXXXIV
 Nº 49.234
Rosario,
domingo  09 de
septiembre de 2001
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Para poder avanzar hacen falta cambios en la forma de pensar y actuar
Derechos adquiridos, una costumbre perniciosa que debe ser abolida

Antonio I. Margariti

Imaginemos por un instante que el país tuviese un panorama distinto.
En primer lugar, un presidente de carácter enérgico, que sabe mandar; que se expresa con ideas claras y contundentes; que tiene un liderazgo indiscutido y consigue despertar el entusiasmo popular; que no oculta la verdad para lograr pequeñas ventajas políticas; que se inflama de pasión por restaurar la dignidad y grandeza de la patria; y que decide gobernar para el bien común, no para beneficio de unos pocos. Sin ninguna duda sería cuestionado por los ideólogos y facciosos que rondan por la política, pero contaría con el apoyo de la inmensa mayoría de los sectores sociales. Pero así y todo no alcanza.
En segundo lugar, soñemos que ese presidente consigue reducir en serio el déficit presupuestario; que por una audaz reforma fiscal rebaja los impuestos a sólo dos tributos con una alícuota del 17%: uno, al valor agregado por las empresas y otro, a la renta global de las personas; que logra estimular las inversiones con el Alca para que las exportaciones argentinas lleguen a 75 mil millones de dólares anuales; que termina con las exacciones forzosas denominadas cargas sociales, promotoras del trabajo en negro; y que con sólidas garantías obtiene que los capitales argentinos, fugados por desconfianza hacia la clase política, sirvan para rescatar la deuda pública y de este modo, los 12 mil millones de intereses que todos los años salen del país, puedan invertirse aquí para financiar un gigantesco y rentable programa de renovación urbana. Pero con todo esto tampoco sería suficiente.
¿Por qué no sería posible para un gran estadista, rodearse de los mejores hombres y sancionar leyes sabias, para que los objetivos soñados se conviertan en resultados tangibles?

Los derechos adquiridos
Para lograr un país mejor no alcanzan una gran dirigencia ni un gran proyecto, es necesario cambiar la forma de pensar y de actuar. Porque entre nosotros existe una barrera infranqueable que impide convertir los deseos en realidad y que está plantada en la mente y el corazón de los argentinos. Esa valla consiste en la idea perniciosa de que los derechos adquiridos son irrenunciables y no tienen correspondencia con ninguna obligación. A través del derecho, las leyes y las instituciones, hemos alentado sistemáticamente la morbosa creencia de que el Estado puede brindarnos la dicha sin esfuerzos ni sacrificios de nuestra parte. Pero cuando sumamos las exigencias pecuniarias de esos proclamados derechos adquiridos, llegamos a la conclusión de que para pagarlos no alcanzarían las riquezas del país ni las rentas de muchas generaciones.
Cuando encumbrados personajes, que pasaron fugazmente por la función pública, gozan de jubilaciones totalmente desvinculadas de sus aportes genuinos; cuando ellos justifican su privilegio señalando que "son derechos adquiridos" otorgados por leyes deplorables , resultantes de verdaderas artimañas legislativas; y cuando se convierten en fieras furiosas tan pronto como sospechan que sus prebendas puedan ser recortadas, entonces y sólo entonces comprendemos que los derechos adquiridos forman una barrera infranqueable que no permite convertirnos en el país que soñamos.
Lo mismo sucede cuando los crónicos dirigentes estudiantiles exigen que el dinero necesario para el presupuesto universitario deba ser aportado sin restricciones por jubilados que ganan cifras exiguas o cuando ciertos universitarios pudientes no aceptan la idea de tener que pagar la capacitación individual que les permitirá emigrar hacia países donde conseguirán elevadas remuneraciones por un título obtenido gratuitamente o cuando los estudiantes ociosos no aceptan un régimen disciplinario que les imponga un razonable ritmo de avance en sus carreras universitarias.
Los derechos adquiridos también se esgrimen cuando un individuo o grupo de individuos consiguen sospechosamente leyes de favor para jubilar al peluquero o al entrenador de tenis de la hija del presidente, cuando para ser designado al frente de una empresa pública no se requieren antecedentes ni experiencias que lo justifiquen; cuando para ser favorecido con inservibles contratos de asesoramiento sólo es necesario tener un contacto político; cuando en el sector público algunos profesionales consiguen embolsar honorarios imposibles de lograr en el ejercicio privado de la profesión; y cuando se planean juicios contra el Estado maniobrándose los procedimientos judiciales para que el Estado pierda esos juicios y se cobren suculentas indemnizaciones. En todos estos casos los derechos adquiridos constituyen un abismo insuperable para transformarnos en el país que imaginamos.

Convertir los derechos en obligaciones
Si los argentinos queremos mejorar el país tenemos que comenzar por mejorarnos a nosotros mismos y aprender a cambiar los comportamientos individuales y sociales. Ese cambio consiste en dejar de hablar de derechos y empezar a exigirnos deberes. En lugar de derechos adquiridos tenemos que plantear las obligaciones adquiridas. No podemos seguir elucubrando qué cosas podemos conseguir del Estado, sino qué podemos brindar nosotros a la Patria. Nuestras obligaciones primarias para con el país pueden sintetizar en los grandes deberes cívicos, que en otros tiempos formaban parte de cultura popular de los argentinos: cumplir con el deber, tener conciencia de responsabilidad, obrar con abnegación y respetar a los demás.
a) Cumplir con nuestro deber es la primera obligación social que debemos imponernos. Nada podremos edificar si cada uno de nosotros no siente la necesidad imperiosa de obrar de esta manera, independientemente de nuestros gustos, caprichos o intereses. Los argentinos tenemos que volver a sentir que el deber es un imperativo moral y una necesidad colectiva. La vida en sociedad sólo podrá volver a ser agradable y provechosa cuando todos respetemos los límites que permiten sentirnos orgullosos de formar parte de un país en serio y con destino de grandeza.
b) Tener conciencia de responsabilidad consiste en rechazar la tentación de convertirnos en el hombre-masa que se escuda en que las cosas son difíciles, que no tuvo tiempo para ejecutarlas, que no sabía lo que debía hacer, o se disculpa porque no hizo lo que correspondía. Ser responsable no es otra cosa que convertirse en una persona digna de crédito, capaz de cumplir con los compromisos y soportar las consecuencias si se ha fallado en algún emprendimiento, sin querer endosar a otros la culpa de las propias faltas.
c) Obrar con abnegación es sentir la alegría de actuar con desinterés propio, preocupándose por los problemas de los demás. La abnegación permite dominar esa fuerte tendencia humana que se llama egoísmo. En el fondo todos tenemos una naturaleza egoísta que se traduce en el predominio del interés individual por sobre el interés general, sin importar para nada la suerte del prójimo. Curiosamente el desenfreno del egoísmo individual o del egoísmo clasista se ha convertido hoy en el criterio dominante en nuestro país. El egoísmo es una deformación del amor propio o de la autoestima, que resultan ser una alta virtud, pero que pasan a ser una fuerza funesta si se convierten en absoluto y toman las formas de la obsesión por el poder, la codicia, la ambición de honores, la apetencia de influencias, el ansia de mando y la sed de gloria. Por el contrario, la abnegación es generosidad, renunciamiento, altruismo y sacrificio.
d) Respetar a los demás es un sentimiento o actitud deferente, íntimamente vinculado con la humildad, que permite reconocer cuánto valen las cosas y el valor que se esconde en el alma de las personas. El respeto a los niños, a los ancianos, a la naturaleza, a las mujeres y al prójimo nos lleva a reconocer sus derechos, la dignidad y el decoro de todos ellos y abstenernos de ofenderlos con palabras, gestos o groserías, que abundan en la televisión. Respetar la dignidad de los demás no es rebajarse, sino demostrar una superior calidad humana, asegurando condiciones para que la asociación y la cooperación voluntaria hagan posible la armonía y la paz social. Sin respeto, las relaciones entre seres humanos se convierte en la lucha salvaje de cada uno contra todos y cuando desaparece el respeto a la vida, el hombre se convierte en lobo del hombre.
Sustituir los "derechos adquiridos" por las "obligaciones adquiridas", comenzar a cumplir con nuestro deber tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, tener conciencia de responsabilidad individual, obrar con abnegación y respetar a los demás, todas estas son condiciones imprescindibles y necesarias para que el sueño de una Argentina mejor pueda convertirse en realidad a corto plazo.


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