Año CXXXIV
 Nº 49.199
Rosario,
domingo  05 de
agosto de 2001
Min 16º
Máx 22º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






El plan de energía de Bush: aumentar consumos en vez de reducir despilfarros
El ex petrolero presidente de EEUU quiere más pozos en lugar de exigir motores más chicos a las populares 4x4

Cuando George W. Bush rechazó el protocolo de Kioto, que busca una tímida reducción de la emisión de dióxido de carbono, anunció que pronto presentaría un plan nacional energético. Algunos espíritus inocentes pensaron que el presidente de Estados Unidos pensaba compensar el mazazo ecológico de Kioto con un programa de desarrollo de energía no contaminante.
Pero se equivocaban. Bush divulgó su proyecto, ahora aprobado con algunos retoques por la Cámara de Representantes, y resulta aún más alarmante que el retiro de Kioto. El informe, preparado bajo la dirección del vicepresidente y empresario petrolero Dick Cheney, es un canto a la contaminación, una loa a los poderosos intereses de la industria energética y un paso atrás en la seguridad planetaria. El plan, que ya ha recibido el rechazo de las organizaciones ambientalistas y provocó ardorosas disputas en el Congreso, se basa en un trípode. Primero, la extensión de permisos a las firmas petroleras para perforar pozos en zonas antes vedadas por razones ecológicas.
Segundo, la reapertura de la alternativa nuclear, que se había marchitado tras las fatales experiencias de Three Miles Island (Estados Unidos, 1979), Chernobyl (Unión Soviética, 1986) y Tokaimura (Japón, 1999). Y, tercero, el impulso a las centrales termoeléctricas de carbón, uno de los mayores venenos de la atmósfera, aunque con nuevas tecnologías que el informe Cheney llama de "carbón limpio". El carbón, el gas metano y los hidrocarburos líquidos son los principales responsables del efecto invernadero que pretende combatir el protocolo de Kioto.
Es evidente que dos multimillonarios que deben su fortuna al petróleo, como Bush y Cheney, no perciben incompatibilidad alguna entre sus querencias patrimoniales y la puerta que han abierto a las empresas petroleras en la llamada área 1002 de Alaska. Allí se halla el más rico santuario silvestre de Estados Unidos. Venerada por los científicos, el área 1002 había sido tabú para las compañías de petróleo. Esto es, hasta ahora, cuando llega Bush y propone convertir una parte -mínima, eso sí- del parque natural en sifón de 600 mil barriles diarios durante los próximos 40 años.
Para que no se piense que todos los estímulos se dirigen al sector de sus afectos crematísticos, Bush y Cheney también plantean un nuevo impulso a los reactores nucleares. Su argumento es que estos no contribuyen al calentamiento de la atmósfera -como sí lo harán los combustibles extraídos de Alaska- y que ha mejorado notablemente la tecnología de energía nuclear en los últimos años. Ambas cosas son verdad. Pero también es verdad que el tipo de contaminación de los desechos nucleares resulta mucho más amenazante que los demás, como quiera que tarda 100.000 años en desaparecer el peligro mortal de sus radiaciones. Por otra parte, un accidente nuclear podría traer consecuencias devastadoras en amplias regiones del mundo, sin contar las posibilidades de fabricar armas al amparo de este renacimiento atómico.
¿Hasta cuándo está decidido Estados Unidos a sacrificar todo en el altar de una sociedad que, con el 4 por ciento de la población mundial, es responsable del 25 por ciento del efecto invernadero? ¿Por qué ni siquiera se menciona la importancia de racionalizar el monstruoso dispendio estadounidense? ¿Es justo con el resto del planeta continuar alimentando este Leviatán consumista? ¿Qué pasó con la vieja ética protestante, que predicaba la austeridad y la consideración con el prójimo? Por dar sólo un ejemplo, los populares vehículos todoterreno o 4x4 que usa la clase media norteamericana evitaron, en el voto en la Cámara de Representantes, un severo recorte a sus niveles de consumo de combustible, gracias al lobby combinado de las fábricas de automóviles y de los sindicatos del ramo.
Un poco como en el caso de la demanda de drogas, en el de la energía Washington prefiere buscar el ahogado río arriba. Si la población abusa del consumo se busca un enemigo para perseguir o se le da el gusto a cualquier precio. Los grandes industriales saben que es así, y por eso invirtieron en la candidatura Bush. Deben estar radiactivos de la dicha con su apuesta.



El plan de Bush, rechazado por los ecologistas.
Ampliar Foto
Diario La Capital todos los derechos reservados