Año CXXXIV
 Nº 49.194
Rosario,
martes  31 de
julio de 2001
Min 6º
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Editorial
La industria local

La carencia de una fuerte industria nacional con capacidad para abastecer no sólo al mercado interno sino también a la demanda internacional es, sin duda, un grave problema argentino. La ventaja comparativa que, por su bien dotada naturaleza, posee el país en materia de productos de la tierra, no se aprovecha en todo su potencial si a la materia prima no se le agrega valor mediante el proceso de elaboración industrial. Se restan así ingresos genuinos de divisas a la economía nacional, posibilidades de incrementar los recursos fiscales y oportunidades laborales para los operarios, técnicos e ingenieros del país, a quienes de otro modo sólo les queda afrontar las siempre difíciles condiciones de la desocupación, el cambio de rubro o la emigración.
Más allá de los graves problemas de la hora, que sin duda requieren de urgentes soluciones que los argentinos no terminan de avizorar en las actuales políticas de Estado, la génesis de la desindustrialización debe atribuirse al abandono de una estrategia de desarrollo que conoció mejores épocas. En la explicación de las causas se entremezclan graves desaciertos en distintos períodos de gobierno con fenómenos externos no siempre controlables, pero no puede omitirse el señalamiento de la responsabilidad de una ideología aperturista que en la última década no tuvo en consideración la necesidad de protección de determinadas actividades y las sometió a ruinosas condiciones de competencia.
Este fenómeno es a su vez tributario de la carencia de un verdadero proyecto nacional que supiera congeniar las nuevas realidades de la globalización con las necesidades y posibilidades de la producción y de la población. Bajo rótulos grandilocuentes y apuestas al primer mundo se han aplicado recetas y enunciados teóricos no siempre compatibles con la realidad de un país empobrecido y en constante declinación.
Algo de esta problemática intentan atacar los planes de competitividad sectoriales que últimamente impulsa el gobierno nacional, pero deberán sin duda extenderse a todas las actividades y complementarse con otras políticas activas que tiendan a la generación de empleo y a la expansión de las fronteras productivas. El deseable equilibrio en las cuentas públicas, la batalla en que hoy se empeña al país a un elevado costo social, no será condición suficiente para el crecimiento.
El potencial humano y técnico están presentes, como lo prueba la exportación de ómnibus carrozados en Rosario a Estados Unidos. Hace falta que los gobiernos comprendan la necesidad de allanar dificultades con una decidida voluntad política volcada en provecho de la industria local. Será la manera de salir a flote y de que no vuelva a repetirse el lamentable espectáculo de la decadencia en lo que alguna vez fue el floreciente cordón industrial del Gran Rosario.


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