Año CXXXIV
 Nº 49.194
Rosario,
martes  31 de
julio de 2001
Min 6º
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Una cita a corazón abierto
Egberto Gismonti cerró el V Festival de Jazz Rosario
A través de innovadoras versiones de viejos temas, el brasileño conmovió al público rosarino

José L. Cavazza

Un recital de Egberto Gismonti es algo más que el recital que puede dar un músico, más o menos talentoso, que llega a la ciudad para mostrar sus nuevas canciones o su próximo CD. Un recital de Gismonti tiene como uno de sus mayores atractivos para el público el de poder hacer el intento de abordar su música con todo el cuerpo, la atención de la mente y el corazón abierto. Quien no haya cumplido estos tres pasos en la presentación del guitarrista y pianista brasileño en el Parque de España quizá se haya quedado afuera del mundo sonoro de Gismonti, jugando a reconocer cuál tema estaba tocando el carioca de cola encrespada y gris. De eso se trató: más que de escuchar temas o discos aislados fue la posibilidad de oír sus idas y vueltas alrededor de un mismo eje. De escuchar sus visitas y revisitas a los mismos tópicos (canciones como "Ciego Alderaldo", "Loro" o "Payaso" fueron grabadas varias veces y en versiones contrastantes).
El mundo sonoro de Gismonti está alejado de su mundo privado. El mismo músico lo reconoció públicamente: "Mi música siempre es mejor que yo como persona". Egberto subió malhumorado al escenario del auditorio del Parque de España. La sala estaba casi repleta y expectante. Fue la noche de cierre del V Festival de Jazz Rosario. El primer tema, "Zigzag", lo tocó enojado. La amplificación de su guitarrón de 10 cuerdas lo tuvo a mal traer durante un par de minutos. Luego salió del escenario y a su regreso todo empezó a encajar perfectamente. El sonido mejoró y Gismonti comenzó a alejarse de la tensión del inicio. Al cabo de unos minutos, afortunadamente, se transformó en su propio mundo de sonidos y más de uno entre los 400 plateístas debe haber concluido que Dios existe. Entonces, su figura de chamán mezclada con luchador de catch se apoderó de la noche.
Entre Stravinsky y Baden Powell
Todo ese río de nuevos ritmos que es Brasil ocupó cada rincón de la sala. Una música en la que Gismonti indagó hasta la extenuación con especial interés en la música del Amazonas hasta convertirla en parte intrínseca de su propia personalidad. Una música que ya está cimentada pero que Gismonti intenta siempre llevar un paso más allá, con la mira puesta en llegar a la Naturaleza, al origen mestizo de su propia raíz y educación. El mejor ejemplo es que Gismonti, para nutrirse de la escuela nativa de Choros, aprendió cómo tocar la guitarra escuchando las grabaciones a solas de Baden Powell, pero al mismo tiempo transcribía secciones de Bach al piano. Las versiones de "Aguas luminosas" y "Dança dos Escravos" con Gismonti en guitarra de 10 cuerdas, Zeca Assumpçao en contrabajo y Alexandre Gismonti en guitarra española, fueron de lo mejor de la primera parte de un show que duró casi dos horas. Texturas densas del contrabajo de un exquisito Assumpçao en permanente diálogo con las filosas cuerdas de Egberto, que disparaban imágenes selváticas como si en cada nota se congelara un flash.
El sonido de la guitarra de Gismonti no es austero; revela conocimiento, pasión, humor y, sobre todo, belleza. Es una guitarra agresiva e intensa y, a su vez, profundamente lírica. A veces es percusiva e impetuosa; muy pocas veces pacífica y, casi siempre, extraordinaria. Gismonti monta a pelo y al mismo tiempo sobre el lomo de Igor Stravinsky y Baden Powell. Así, llega al siglo XXI con todo el aprendizaje de sus años jóvenes: por un lado la dignidad y energía del Amazonas y por otro, el hecho de haber estudiado en París con Nadia Boulanger, un imán que atrajo a la mayoría de los compositores jóvenes de los años 60, incluyendo a Aaron Copland y Astor Piazzolla. En él la técnica es tan significativa como la fuerza de la Naturaleza y en este entrecruce quizá se encuentre la razón de su genio.
En cada una de sus composiciones hay una vuelta de tuerca que no se detiene en el humor festivo del samba, de un frevo de carnaval o de la melancolía del sertao, y tiene el talento, técnica y madurez artística para hacer casi cualquier cosa que desea en sus exploraciones musicales, que se extendieron en solos o en los duetos de insinuaciones jazzeras con el contrabajista Assumpçao. Su hijo Alexandre demostró ser un buen guitarrista en formación, pero agregó poco al dúo por falta de interacción.
Al frente de la guitarra Gismonti es un salvaje virtuoso. En vivo -insuperable respecto del disco- logra una fuerte consonancia con la Naturaleza. Plantea el tema como una gran anarquía, bordeando la melodía central, desdibujándola aunque manteniendo su espectro emocional. El mejor ejemplo fue cuando interpretó "Salvador" y "Ragá" (este último, del disco "Sol de mediodía" que dedicó a los indios xingú de Amazonas, con guitarra de 12 cuerdas), que tras una insinuación de la melodía central ingresó en el mundo de los instintos y en una vorágine de cuerdas percutivas disparadas al aire. Prácticamente, monta el sonido de la guitarra, lo deja acercarse y desde la butaca con el cuerpo inclinado y las piernas abiertas, lo contiene, hace peso sobre él, y luego lo desmonta y salta sobre el siguiente caballo. Así, el sonido se aparta más y más del instrumento, volviéndose cada vez más largo. En este aspecto, Gismonti parece estar entablando una batalla constante contra la brevedad de los sonidos del instrumento, claro que sin guitarra eléctrica de por medio, lo que sería un fin más fácil de lograr. El guitarrón de 10 cuerdas que se hizo construir especialmente le dio nuevas posibilidades en este aspecto, acostumbrado a la gama más amplia del piano. Así, amplió el potencial armónico del instrumento, y en "Dança dos escravos" los flashes de postales tristes y dramáticas se descolgaban del diapasón.
Está visto, Gismonti no es un mago de la melodía, ni toca líneas cantables edulcoradas para el oído, ni sensatas ni redondas. Gismonti bordea lo melódico y a continuación penetra en zonas densas, algunas iluminadas y otras, las menos, oscuras, y descubre mundos sonoros insondables e inexplorados que si logran pasar la frontera de las orejas entonces sí llegan fácilmente a conmover al corazón del público.
Un final a todo piano
Alexandre no brilló en el trío, pero interpretó dos temas emblemáticos de su padre y no salió malherido a pesar de lo peligrosa de la misión: el lenguaje armónico complejo y las texturas instrumentales de "Palhaço" del álbum "Mágico" y el bello aunque intrincado "Loro" del álbum doble "Sanfona/Solo".
En la última media hora, Gismonti tocó el piano. La mayoría de los temas interpretados fueron del disco "Infancia". "7 Anéis", Infancia" y "A fala de paixao", en ese orden. Luego terminó con "Frevo", del álbum "Solo". Al piano, Gismonti deja de ser un bárbaro. Civilizado y brasileño-europeo, asume sobre las teclas negras y blancas toda su condición de mestizo. Lírico, y por momentos vehemente, Gismonti jazzeó sobre la base de la maravillosa "7 Anéis", con los fantasmas de Stravinsky, Antón Webern y Schoenberg posados sobre sus hombros, aunque tranquilo de saber que el fantasma del chamán xingú Yualapeti asomaba atentamente entre el matorral grisáceo de su cola de caballo.



Gismonti toca la guitarra de manera agresiva e intensa.
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