Año CXXXIV
 Nº 49.178
Rosario,
domingo  15 de
julio de 2001
Min 4º
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El libro retrata con humor a la nueva clase triunfadora de la última década
"BoBos en el paraíso" o el dulce encanto de la nueva burguesía
La obra de David Brooks editado por Grijalbo descubre al grupo que sucedió a los yuppies retomando algunas pautas del look hippy

Vicente Verdú (*)

Rebeldes y conservadores, contraculturales y tradicionales, bohemios y burgueses. De la unión de este sucesivo par nacen los Bobos, «Bourgeois» y «Bohemians». El ejemplar Bobo, emergido en los años noventa, es un híbrido en el que se mezcla la desobediencia de los años sesenta con la ambición de los ochenta. O bien, el Bobo es una mixtura entre el hippy y el yuppy, un alto profesional que no quiere concederle importancia al dinero ni a su ostentación, al contrario de los yuppies que se complacían en la exhibición de marcas y la proclamación de sus conquistas de lujo. El Bobo, una década después de los yuppies, es un producto tanto norteamericano com, español acomodado económicamente pero más trufado de rebeldía espiritual. Como dice el autor incluyéndose en el grupo: "Somos gente adinerada pero que tratamos de no convertirnos en seres materialistas".
Por instinto, los Bobos son contrarios al establishment, pero se han convertido en el actual establishment. En los Bobos incluye David Brooks a unos diez millones de estadounidenses que ganan ahora más de 100.000 dólares al año. Un sector social provisto de títulos superiores, viajes al extranjero y cargos en la sociedad de la información, y cuya expansión ha coincidido con la verificación norteamericana y universal de que la felicidad no correlaciona con el dinero y sí con más nexos humanos, placeres más simples, mejor relación con la naturaleza. En esa veta de creencias, los Bobos han conseguido además sintetizar la obtención del éxito y la conservación de cierto espíritu insumiso, aunque sea con gestos simbólicos. Es por ejemplo el caso de aquellos especialistas de marketing que han lanzado campañas de ropa deslizando la imagen de Jack Kerouac o zapatillas Nike bajo la advocación de William S. Borroughs. Y son los casos de Bill Gates y de otros jóvenes multimillonarios del mundo de la informática que jamás se vestirán con traje y corbata y sí con zapatones sin lustrar, pantalones deshilachados y jerseis raídos. "Cuando te encuentras entre los privilegiados cultos —dice Brooks— nunca sabes a ciencia cierta si vives en un mundo de hippies o de corredores de bolsa. En realidad te has adentrado en un mundo híbrido en el que todos tienen un poco de ambas cosas".
Los Bobos tienen dinero, pero el dinero que más cuenta dentro del grupo es el obtenido como efecto de materializar una visión creativa. La "pasta" que procede de aquellas actuaciones sorprendentes, en los negocios o no, que incluyen una parte de imaginación y de expresión artística. Así, un novelista que gana un millón de dólares al año gozará de más prestigio que un banquero que ingresara cien. Un cocinero afamado logrará más consideración que un rico promotor inmobiliario. Un director de cine independiente que obtiene, con sus películas “anticomerciales”, cien millones de dólares disfrutará de mayor lustre que quienes se embolsan el triple con filmes producidos en estudios grandes. Un diseñador de software con dos millones en stock options será más estimado que un armador con decenas de millones en cartera.
La forma de ganar el dinero es capital. Pero también es decisiva la forma de gastarlo. Una regla clave del mundo Bobo es la de no gastar grandes sumas en objetos de lujo. El amor al lujo es vulgar, mientras que la atención a la necesidad es elegante. Es virtuoso, por ejemplo, gastar muchísimo en el frigorífico o en el horno de la cocina pero es vulgar gastar lo mismo en un superequipo de música o en un televisor de pantalla panorámica. Es apropiado gastar cientos de dólares en unas botas de montaña, pero es de mal gusto invertir esa cantidad en unos zapatos de charol para las fiestas. Es positivo gastar doce millones de pesetas en un todoterreno (por su connotación de artefacto "de trabajo" pero es negativo hacerlo en un coche deportivo.
Por otro lado, es también definitoria la elección de las texturas de los objetos y los espacios. Los yuppies amaban las superficies lisas, los muebles negro mate, los suelos relucientes, las lisas paredes de mármol falso. Los Bobos prefieren, sin embargo, las superficies rugosas o nudosas, las maderas sin pulimentar, las esteras, los hierros sin bruñir, las camisas de franela y no de seda, el cuello blando y no estructurado. Todo lo que beben los Bobos, además, deja posos: las bebidas naturales con levadura, los zumos de frutas, los cafés orgánicos dejan un rastro en señal de una densidad vital. Los Bobos eligen escrupulosamente la calidad de los vinos, las frutas, los cereales, pero deben manifestarse también muy informados sobre las propiedades particulares de las fibras con las que decoran la casa o se visten, sobre la composición de los dentífricos que usan, sobre las técnicas de elaboración de un paté.
El Bobo pone una atención especial en los detalles y la enorme importancia de las pequeñas cosas. No compran nada que sea llamativo pero sí todo lo que pueda albergar un sentido íntimo. Es una idea de gusto Bobo la de revestir el cajón del pan de terracota, algo en apariencia insignificante pero que permitirá al pan respirar mejor en su recinto. Igualmente puede no advertirse de inmediato que el árbol de Navidad se encuentra iluminado de manera especial pero entre los Bobos se apreciara que aquellas bombillas, algo mayores que las corrientes, pertenecen a una marca y una fabricación de los años treinta.
El Bobo es como un refinado intelectual del consumo, un científico del pequeño placer, un complejo experto de lo simple. Y todo ello ofreciendo una sensación natural y de calado. Los Bobos no se conforman con consumir lo bueno; aspiran además a recibir un mensaje, aprehender algo espiritual de la tonalidad de una piedra románica, del gusto de un café al aroma de avellana o del ligero polvo que se desprende de un antiguo apero. Porque los Bobos tienden también a estimar que lo muy moderno de verdad está pasado de moda y son por esto grandes compradores de viejas herramientas y antigüedades. Son coleccionistas de cucharas de madera, visitantes de las ferias de cerámica tradicional, expertos en aceites del Mediterráneo, amantes de los instrumentos musicales de alguna tribu centroafricana.
En general, para el caso norteamericano que describe Brooks, pero que podría extrapolarse a cualquier país desarrollado de occidente, el Bobo medio está afiliado a alguna creencia religiosa o a varias a la vez. En Estados Unidos, la gran mayoría de la población se declara feligresa ya sea de una iglesia principal o de alguna secundaria. El Bobo norteamericano cree casi siempre en alguna clase de vida más allá y en un Dios poderoso, pero lo determinante es que sus creencias no son férreas y siempre acepta que pueda existir otra confesión tan válida y perfeccionada como la suya. De la misma manera, más acá de la religión, sus ideas políticas son también tolerantes, blandas, conciliadoras. Sus personajes, cuando se encuadran en la política, se sitúan en el centro del posible espectro y en la actualidad desfilan bajo la bandera del conservadurismo compasivo, del desarrollo sostenible, el crecimiento inteligente y la prosperidad con algún propósito. ¿Qué propósito? En general, son partidarios de la disminución de los impuestos y de la menor intervención del Estado, pero simultáneamente abogan por la solidaridad humana, la caridad, el pacifismo, la ecología, el respeto a las más pequeñas minorías. Responden a las peticiones del voluntariado nacional, acuden a la suscripción de escritos en defensa de especies amenazadas, apoyan las vindicaciones de culturas oprimidas, hacen donaciones a los pueblos que sufren hambrunas o catástrofes naturales.
Aunque parezcan sólo respuestas sin sistema, David Brooks acaba su libro anotando que este establishment Bobo posee la ventaja sobre otros de que tiende a fomentar el anhelo de comunidad. Los sesenta y los ochenta fueron años en los que se vindicó con fuerza la libertad y el individualismo. En esto coincidían tanto los rebeldes como los conservadores, los bohemians como los bourgeois. Ahora los Bobos de todo el mundo lideran una tendencia que se dirige a reducir la libertad mediante el regreso a nuevas formas de autoridad (en las escuelas, en la familia, en las costumbres públicas, en el orden de las ciudades, en batalla contra las drogas, la contaminación o el tabaco) y a requerir comunidad, asociaciones civiles, contribuciones sociales al voluntariado. Todo ello sin renunciar a nada; no mediante la revolución o la subversión, sino a partir de modales estéticos tan característicos de nuestro tiempo de ética indolora y compromisos tibios.
Este libro es pues, por su testimonio de actualidad, por su oportunidad, mucho más que la descripción de un sector social dominante y en ascenso. Constituye la inteligente demarcación de una tendencia ideológica que ha ido ganando consistencia en la última parte del siglo y que sin mucho esfuerzo es posible ver reflejada en estratos superiores de la sociedad europea y española. El autor de este texto resulta ser, junto a un gran escritor (véanse los muy cómicos y hermosos apartados "Cómo ser un gigante intelectual", "Poblaciones Latte" o "Montana") un periodista singular que ha pasado por redacciones tan exigentes como las de The Washington Post, The New Yorker o The New Republic. Y se trata también de esa clase de observador internacional de primera clase que ha logrado combinar en el ejercicio de su oficio lo mejor de los dos lados culturales del Atlántico. De una parte, se ha formado en la pragmática educación de Estados Unidos y, de otra, ha asumido la destreza conceptual de una Europa a la francesa tras años de residencia en este lado del mar. Hasta ahora no hay mejor combinación para la alerta del cerebro que este orden en la combinación de ambas culturas. David Brooks domina a partir del buen periodismo norteamericano la eficacia del análisis inmediato, posee el sentido del humor del gran comunicador y desarrolla la ración de escepticismo que regala la complicada historia de un hombre europeo. Este es pues un libro también mixto, posmoderno, atrevido, irónico, brillante y desinhibido, fácilmente aplicable a la nueva burguesía española. Pero, además, ninguna crítica social debiera hacerse hoy sin este luminoso tecnicolor que David Brooks ha conseguido reunir aquí para máximo beneficio de sus afortunados lectores.
(*) Prólogo a "BoBos en el paraíso"



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