Año CXXXIV
 Nº 49.171
Rosario,
domingo  08 de
julio de 2001
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San Luis: Las entrañas de la tierra
Apiladas formaciones geológicas y cornisas que semejan palacios orientales en la Sierra de las Quijadas

Corina Canale

El baqueano Pilar Rodríguez, 70 años largos, atuendo de gaucho y puñal al cinto, conoce como nadie la extraña geografía de la Sierra de las Quijadas, apiladas formaciones geológicas que semejan una herida roja en la piel de esa tierra sanluiseña sin agua, gris y silenciosa.
Hay que pasar por Hualtarán y llegar hasta el Potrero de la Aguada para contemplar toda la majestuosidad de esta sierra que guarda en la memoria telúrica millones de años en que ríos y lagos depositaron allí sus sedimentos.
En su casa, cerca de Hualtarán, Pilar convida con mate dulce y recuerda que "fue a principios del 1900, o tal vez a fines del 1800, cuando una banda de gauchos matreros saqueaba carretas y se escondía en el Potrero de la Aguada". En esas fugas sólo se detenían a faenar algún vacuno, para asarlo y alimentarse, dejando en la tierra seca la descarnada quijada de los animales. Esos huesos eran lo único que encontraban las patrullas que los perseguían en vano.
Tantas tropelías cometieron, y tan imposible era seguirlos en esos laberintos pétreos, que la policía decidió ofrecer una buena recompensa a quienes atraparan a los "bandoleros de las quijadas", apelativo que devino en el nombre oficial de la sierra, que ahora forma parte del Parque Nacional Sierra de Las Quijadas.
Los científicos se sintieron atraídos por este paisaje grisáceo, originado en la era mesozoica, donde la erosión causada por las escasas lluvias formó esa maravilla que es el Potrero de la Aguada, una hoyada cuyas paredes muestran sedimentos acumulados durante más de 200 millones de años.
A simple vista la sierra es una espectacular formación de graderías, farallones, acantilados y cornisas que parecen monumentales palacios orientales. En Las Quijadas todo tiene el color rojizo de la arenisca y las formas extrañas que el viento cinceló sin prisa y sin pausa.
Y en medio de la aridez de la roca, el verde intenso del chañar, y más allá la jarilla, el quebracho blanco, y otras plantas que cuelgan de las paredes altas donde se refugian los pumas. Vestigios de aquel paisaje salpicado por ríos y lagunas que rodeaba a Las Quijadas.

Dinosaurios voladores
Aquel era el tiempo del pterosaurios, los dinosaurios voladores, mientras que los habitantes de ahora son los tímidos pecaríes y las rápidas maras, y también los guanacos, los pumas y los codiciados zorros grises.
El misterio del lugar comenzó a develarse en 1937 cuando se realizaron en la sierra los primeros estudios paleontológicos. Así surgió la formación El Jume, cuya antigüedad se estima en unos 120 millones de años, donde se encontraron huellas de dinosaurios y también fósiles y pisadas de invertebrados.
Cincuenta años después el investigador Canals Frau reveló en su libro "Las poblaciones indígenas de Argentina" que había huarpes en las sierras centrales de San Luis, comunidad que desapareció cuando llegaron los españoles en el siglo XVI. Pero algo de ese pueblo aún permanece: los "hornillos" que usaban para cocinar.
El recorrido del parque comienza con una charla informativa y con la visita a la colección de fósiles, un trabajo de la gente de la Universidad Nacional de San Luis, y llega después hasta el sitio arqueológico de los "hornillos" y hasta el yacimiento de fósiles Loma del Pterodaustro, que muestra los restos de un lago que estuvo allí hace cien millones de años.
Al llegar al Potrero de la Aguada se dejan lo vehículos y se camina hasta el Mirador de Elda. Los que están en buen estado físico se adentran por el circuito de la huella y descienden hasta el valle donde hay un yacimiento con huellas de dinosaurios. Los otros suben hasta un mirador aún más alto.
El descenso se realiza entre paredes de doscientos metros de altura, que se elevan como gigantescas columnas de catedrales góticas. En la bajada se atraviesan montecitos de quebrachos blancos y se escucha el alboroto de los pájaros, la estampida de guanacos y ñandúes y el paso cansino de los burros salvajes.
El final es una profunda garganta de paredes cóncavas y una larga muralla roja que asombra por su verticalidad. La sensación es la de haber descendido a las entrañas de la tierra.



Las formaciones rocosas se asemejan a una herida.
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