Año CXXXIV
 Nº 49.164
Rosario,
domingo  01 de
julio de 2001
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La historia secreta de una carta apócrifa que reivindicaba a la dictadura
Krol, la víctima de un grotesco episodio de manipulación política
El ex capitán del seleccionado holandés del 78 recordó sus vivencias en un Mundial atravesado por fusiles

Mauricio Maronna Mauricio Tallone

Rudolf Krol carga con un estigma pegado en su espalda como una oblea. El ex futbolista holandés fue víctima durante el Mundial 78 del episodio de manipulación más grotesco pergeñado por la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla para contrarrestar las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos que se multiplicaban en el exterior. Durante los primeros días de junio, la revista El Gráfico publicó una carta apócrifa, fraguada por un periodista del semanario, en la que Krol le escribía a su hija que "en la Argentina todo era felicidad y belleza y que los fusiles de los militares disparaban flores". Veintitrés años después, aquel excepcional líbero rompe el silencio y deja caer sus recuerdos ante La Capital: "Fue una estúpida propaganda política del gobierno argentino. Nunca le escribí una carta a mi familia".
Krol, actual ayudante de campo del técnico Louis van Gaal en la selección holandesa, pierde la habitual inexpresividad nórdica cuando toma conciencia de que sus palabras son esperadas con avidez para arrojar algo de luz sobre un campeonato de fútbol que sirvió como una inmensa tapadera del genocidio argentino. "Recuerdo que siempre estaban los policías frente al colectivo, debajo del colectivo, en el colectivo. Si había un auto parado en el camino, teníamos que frenar. Pasaban cosas muy extrañas: bajábamos las ventanillas y aparecían las ametralladoras de los soldados. Había militares por todos lados...", resume.
La confesión de Krol a este diario nada tiene que ver con la carta publicada por El Gráfico. "Mi preciosa: mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en la Argentina. Pero no es así. Es una mentirita infantil de ellos. Aquí todo es tranquilidad y belleza. Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz", rezaba el esperpéntico texto lucubrado por el semanario que por entonces tenía como jefe de Redacción al periodista Ernesto Cherquis Bialo.
Mientras recuerda el momento, el semblante del ex futbolista amaga con sacudirse. Si hasta no hubo necesidad de que la intérprete tradujera la pregunta: "Estaba muy sorprendido cuando leí la carta en la revista, fue propaganda de la dictadura argentina. También se shockearon todos mis compañeros de equipo. Era tonto escribir una carta, que demoraría una eternidad en llegar a Holanda; prefería hablar por teléfono. Era completamente estúpido eso de la carta...".
Sabe que está haciendo catarsis con un secreto que guardaba como un tesoro preciado y cuida cada una de sus palabras para evitar que se lo malinterprete o se lo saque de contexto. Pero deja traslucir que el Mundial 78 fue para él una pesadilla rodeada de presiones políticas. La carta había sido premeditada en coincidencia con la polémica surgida entre legisladores y el embajador de Holanda a raíz de la situación política argentina. En La Haya habían causado estupor las palabras del diplomático, que calificó a Videla de "honesto en todo sentido y muy cristiano", lo que que le valió la severa reprimenda del canciller Chrisph van der Klaauw.
"En nuestro país había gente que decía que no deberíamos venir a Argentina, que teníamos que hacerle un boicot al campeonato. Pero soy de Holanda, un país libre donde nunca mezclamos el fútbol con la política", sorprende el ex defensor, quien, sin embargo, admite que en la delegación holandesa existía temor ante la posibilidad de ganar el torneo. "Sentimos que no había libertad. Esa fue una de las razones por la que no fuimos a la entrega de medallas ni a la cena pospartido. La seguridad no nos daba garantías... Antes del partido ocurrieron incidentes camino al estadio; nos gritaban y nos golpeaban las ventanillas del bus. Seguramente esa falta de seguridad tuvo algo que ver con nuestro desempeño en la final", describe el ex jugador del Ajax.
La delegación naranja arribó a la Argentina una semana antes del comienzo del campeonato y de se instaló el Gran Hotel Potrerillos, de Mendoza. La estadía cuyana impidió que muchos cumplieran con el deseo de visitar a las Madres de Plaza de Mayo, tal como lo lamentó el delantero Joan Rep en el libro "El terror y la gloria", de Abel Gilbert y Miguel Vitagliano. Sin embargo, Krol trata de desmitificar la cuestión. "No sé si algún jugador holandés fue a acompañar a las Madres", aunque parece estar al tanto de la valentía del arquero sueco Ronnie Helström, quien estuvo compartiendo la ronda en Plaza de Mayo en el mismo momento en que, a las 15.30, el árbitro Angel Coerezza daba inicio al primer partido del Mundial. "Fui por razones de conciencia moral", confesaría luego Helström.
Krol admite que decidieron no saludar a Videla cuando terminó la final, pero trata de quitarle connotaciones ideológicas a ese gesto: "Si ganábamos la Copa del Mundo hubiéramos saludado, pero perdimos y no teníamos ganas de participar de la ceremonia".
La carta apócrifa de Krol, que iba en paralelo con las postales que promocionaban otras revistas para "enfrentar la campaña antiargentina", es una pieza que podría figurar entre las peores páginas de ficción. "Preciosa, no tengas miedo, papá está bien, tiene tu muñeca y un batallón de soldaditos que lo cuida, que lo protege y que de sus fusiles disparan flores. Dile a tus amiguitos la verdad. Argentina es tierra de amor. Algún día cuando seas grande podrás comprender toda la verdad. Yo ya elegí el nombre para tu muñeca. Sería «Argentina». Si puedes elegir alguno mejor dímelo", concluía el texto.
Hoy, a los 53 años, Krol sigue sin olvidarse de lo "artero y cobarde" de aquella misiva. Mientras el mediodía se consume en el predio de Bella Vista y los jugadores del Sub-20 de Holanda ya están sentados en el micro que los trasladará al hotel, el ex líbero quiere dejar sentado que está "contento de volver a la Argentina, que ahora es un país completamente libre".
Y se permitirá lanzar, tras su única carcajada, un interrogante que nunca pudo despejar: "Nunca entendí por qué cantaban «el que no salta es un holandés»". Luego pide disculpas y no quiere seguir hablando.



"Bajábamos las ventanillas y aparecían ametralladoras".
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