Año CXXXIV
 Nº 49.163
Rosario,
sábado  30 de
junio de 2001
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El astro admitió que, aunque no necesita mucho para ser feliz, no puede vivir sin la actuación
Sandro: "La vida es equilibrio: te da y te quita"
El cantante aseguró que, pese a que impone límites a su libertad, jamás renegó de la fama

Marcelo Menichetti

Los pasillos que conducen a los camarines del teatro El Círculo se convierten en los territorios más celosamente custodiados tras cada concierto de Sandro. Aunque un baño para damas habilitado en la antesala del sancta santorum donde se refugia El Gitano le sirve como excusa a muchas mujeres para acercarse en busca de algo más que las dos horas de show que ofrece el ídolo, los guardias dicen "no", y no pasa nadie.
Quizá esa atmósfera es lo que genera una gran expectativa minutos antes que Roberto Sánchez reciba a Escenario en el camarín número 3 del teatro. Sin embargo, lejos de cualquier pose de divo el astro recibió a la visita con la mano extendida y una sonrisa ancha como un pasacalles. "A vos te conozco...", le disparó al confundido cronista a modo de saludo. "De la seccional décima...", redondeó la humorada antes de lanzar una carcajada.
-¿Qué significado tiene este regreso?
-Yo mismo siempre me digo: "Hasta cuándo seguiremos regresando". Tengo más vueltas que el pericón, ¿viste? Pero es muy lindo, imaginate que ya hace muchos años que yo estoy en esto. Fijate que las primeras fotos mías que sacaron están copiadas en papiro (risas).
-¿Y por qué siempre elige Rosario para estrenar sus shows?
-Rosario fue la primera ciudad en la que se empezaron a difundir mis primeros discos desde que comencé con Sandro y Los de Fuego. Me acuerdo que llegamos una tarde con un muchacho llamado Jorge Gutiérrez... (habla como un gangoso) Uno que hablaba así... En serio... No, no, ahora que me acuerdo se llamaba Jorge Domínguez. Bueno, llegamos en un micro, eran como las seis de la tarde, estaba lloviznando, la ciudad gris. Yo traía un piloto que me lo había medio canfunflado; era uno viejo que había conseguido y le saqué los botones y el cuello y lo hice medio francés, ondita los de la película "Los Primos". Era la primera vez que venía a Rosario y me acuerdo que yo dije: "A mí me va a ir bien acá". Estaba todo gris, parecía una película. No me recibió el sol radiante.
-¿Venía a cantar?
-No. Veníamos a promocionar un disco. Bajamos en la estación Mariano Moreno. Era el año 1963 y como dije "Acá me va a ir bien", me empezó a ir bien. Después me trajeron con Los de Fuego, en tren. Se armó un despelote tan grande, creo que era ese día: ¿No Alberto? (consulta a Llorente). La sensación fue que en la estación se rompió todo. Entonces empezó una historia con Rosario, por eso digo que Rosario es mi novia.
-¿La primera novia?
-El primer amor fue Junín y Rosario mi primera novia. Y cumplo con esa cosa porque me encanta. Me dicen: "Vamos a Rosario... Y vamos". Es como un cascabelito para el corazón ¿no? ¡Ah! y por los salamines, porque si no hay salamines no voy (risas).
-¿Qué siente cuando algunos jóvenes dicen que Sandro no es del rock?
-Y bueno, pienso que están desinformados. Yo era del rock gringo, digámoslo así. Era una especie de heavy de la época, ¿te das cuenta? Acá, al lado de Palito y toda la historia, yo andaba con campera de cuero, era todo cuero. Me faltaba la manija y parecía un portafolio: cuero de arriba a abajo. Y empecé a hacer en castellano las primeras cosas que se cantaban: la versión castellana de "Soplando en el viento", (de Bob Dylan), es mía; las primeras canciones de protesta las he grabado yo. Es decir que hicimos muchos trabajos dentro del rock.
-¿Le gusta reivindicar ese pasado?
-Sí. Me encanta. Yo no reniego de nada de lo que he hecho.
-¿Y qué piensa de los valores de esos tiempos que hoy parecen perdidos?
-Ah... Esa es otra historia. Es una especie de libro aparte porque tenemos que empezar a olvidar algunas cosas, porque si empezamos a recordar.... Yo tuve un manager, como el que tengo ahora, que fue Oscar Anderle: 25 años trabajando juntos sin ningún contrato. Con el señor (Aldo) Aresi, digno representante de la zona, también tengo una relación sin ningún contrato. Yo siempre digo: "¿Querés que firmemos un contrato? Firmamos un contrato y después nos vemos en los tribunales, total, se encargan los abogados". Entre nosotros, si yo te doy la palabra, olvidate. La palabra, para mí, sigue teniendo valor.
-Hay un señor que hoy vive en una quinta porque un juez le dijo "De acá no sale". Sandro vive en un lugar que, dicen, es una jaula dorada.
-Pará, pará. Perdoname. Yo tengo detención domiciliaria, pero es autoimpuesta... Que no es lo mismo (risas).
-¿Y el mundo exterior?
-No, si me llega todo del mundo exterior. Primero que recibo una cantidad de cartas impresionante. Yo te siento un día en mi escritorio y te digo: "¿Cuántas cartas llegaron hoy? ¿Veinte? Bueno, vamos a abrir diez nada más". Se te van a caer las lágrimas hermano... Antes, de diez cartas, ocho te decían que te admiraban, que te tenían afecto, te contaban anécdotas. Ahora hay dos de esas y las otras ocho son manga, pedidos de laburo, dramas, fotocopias de recetas de esto o de aquello. A veces mando alguna gente a ver si medramos un poco tanto problema. Y después mandás a ver si es cierto esto y aquello, cuando tenés temores de... ¿Y sabés que se huelen? y mandás a apoyar un poco. Pero es imposible con un país que yo no puedo manejar. Como digo yo: en esta playa uno es un granito de arena, pone un granito de arena, pero hay tipos que vienen con los camiones y se llevan la playa entera... ¿Y dónde está? ¿Por qué no la traen de vuelta?
-Usted consiguió fama y un buen pasar, ¿con eso se puede ser feliz en la Argentina?
-Mi pasar es muy chiquito. Yo no preciso mucho. Yo tengo lo que tengo y no quiero más. Por eso no compré más, no tengo un Mercedes último modelo. Tengo una Mercedes del 70 que la puse ahí porque cuando salía a la calle me decían: "Vos sí que te la ganás fácil...". Tengo una Mercedes cupé 1970 con 35 mil kilómetros y salía con una Fiat 1600 y me querían todos. Y dije: "¿Si voy a a ser famoso, para qué voy a usar la Mercedes si la otra me lleva igual?". Mirá que cómico, salía tranqui y todo fenómeno. Con eso se es feliz.
-¿Quien lo vio en la Fiat quizá no creyó que se tratara de Sandro?
-Claro, ésa es otra historia. Pero sí, es la realidad.
-¿Entonces no se necesita tanto para ser feliz?
-No. No. No.
-¿Con qué se arregla?
-¿Yo? Yo me arreglo con un living, un dormitorio, una cocina grande, una señora maravillosa que tengo, que es la reina de los dulces porque ella es una dulzura grande y gigante que acá el amigo (señala a Llorente) la conoce. Tenemos unos animales estupendos y mi lugar de trabajo, que es la biblioteca donde tengo mis teclados. Mi taller, digamos, y nada más.
-Ricardo Arjona dijo en un reportaje que uno de los ídolos de su infancia era Sandro, ¿usted se siente un ídolo de América?
-¿Cómo te puedo explicar? ¿Viste cuando uno ve las cosas como que le pasan a otro? Bueno, a mí me pasa eso.
-¿Roberto Sánchez se admira de lo que le pasa a Sandro?
-Claro. Aparte vos fijate, la gente me dice Roberto Sánchez... ¡Cuarenta años tratando de ser Sandro y la gente me dice: ¿Qué tal Roberto...? ¿Hola Robert...? (risas).
-¿Y qué opina Sandro de Roberto Sánchez?
-Y, que sobrelleve el peso lo mejor que pueda, pobre... (risas).
-¿La felicidad tiene un precio para usted?
-Sí. La vida es una ley de equilibrios: tanto da, tanto quita. Así de sencillo. Vos podés tener toda la fama y la fortuna del mundo pero no podés salir a caminar por la calle tranquilo ni tomar un subte.
-¿Nunca se disfrazó para poder conseguirlo?
-Hice algunos trucos pero no te los voy a contar. Igual, con los años, el espíritu de aventura es como que se va quedando (risas). Pero sí, me encantaría poder ir a muestras, a museos, a espectáculos. Poder mezclarme con la gente y poder saber que estoy mezclado en serio y escuchar todo y disfrutar de un cacho de pizza parado en una pizzería, como se comía antes y ser un poco una persona. Pero no puedo, ¿y qué querés? ¿Las querés todas? No querido. La vida es eso: es una ley de equilibrio: tanto da, tanto quita. Con los que hay que tener cuidado es con los resentidos. ¿Los resentidos sabés quiénes son? Son aquellos tipos que no tienen pies pero igual te afanan los zapatos.
-Se lo ve muy tanguero. Si tiene el corazón a la izquierda parece que a la derecha tuviera al tango.
-Pero no, pará. Yo nací en Patricios pero me crié en Alsina. Y Alsina no es un puente; es un bandoneón que le hicieron un agujero. ¡Total! Entonces en mi barrio teníamos como ídolos a (Osvaldo) Pugliese, a (Aníbal) Troilo y a Little Richard. Los capos grandes eran esos.
-Aunque lo compararon muchas veces con Elvis Presley, usted parece haber manejado la fama de otra manera.
-No, no, no mezclemos. Son culturas diferentes, vidas diferentes. El fue un tipo que vivió muchas cosas igual que las que vivo yo, nada más que en dimensiones mayores, obviamente. Pero el hecho de tener que vivir en su casa, salir a las tres de la mañana si el tipo quería hacer compras para Navidad, es lo que a veces tengo que hacer yo: que me cierren una tienda y buscamos un juguete para los nietos. Eso para poder vivir un poquito, porque si vos salís y te agarran en un lugar de esos ¿qué vas a hacer? ¿El artista histérico? ¡Sos loco! Si cada persona que te ve te quiere dar un beso y un abrazo lleno de amor y de emoción... Entonces no, que el artista histérico se quede en su casa.
-A veces la gente se pregunta por qué los artistas buscan la fama y cuando la consiguen se quejan de ella.
-Hay que saberse manejar. Por eso digo que todo tiene un precio. A veces, te digo, tengo unas ganas de irme a comer una hamburguesa a McDonald, que los odio, pero no me importa. Pero es una manera de decir.
-Usted tiene amigos históricos como Alberto Llorente, Aldo Aresi o Raúl Porchetto que lo cuidan demasiado. ¿Qué piensa de la amistad?
-¡Uh! Raulito es el presidente del club de los buenos... Es mi hermano más chico y mi mujer es su mamá, por decirte. La amistad es algo muy serio.



Roberto Sánchez volvió para darle vida al mítico Sandro.
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