Año CXXXIV
 Nº 49.160
Rosario,
miércoles  27 de
junio de 2001
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Editorial
La imagen presidencial

La imagen del presidente de la Nación es un tema que siempre ha obsesionado a los principales asesores y operadores gubernamentales. Sea esta una pequeña nación o un gran país industrializado. Se trata de una preocupación saludable, que obliga a reforzar aquellos planos donde la actividad que se realiza no se percibe como debiera o bien para modificar otras que se convierten en una verdadera traba administrativa. En la Argentina de la democracia, tanto Raúl Alfonsín como Carlos Menem debieron enfrentar momentos críticos para su imagen, que pudieron ser sobrellevados sólo con madurez política, talento personal y sentido común. No obstante, debieron tolerar, casi con resignación y estoicismo, la ironía o el humor de la calle, de los programas con mayor rating y de la salas de teatro. Forma parte de la vida política y cultural del país y cualquier ciudadano con un poco de sensatez reconoce en el género una valiosa válvula de escape para sobrellevar la realidad.
Por ello resulta incomprensible y hasta desafortunado que el equipo comunicacional del Ejecutivo nacional haya lanzado una campaña para mejorar la imagen del presidente preocupado por el gran rating televisivo que ha generado la satirización de su figura en un programa de humor. Y más descalificable aún, que uno de sus voceros, Juan Pablo Baylac, advierta que "la tinellización de las investiduras políticas debe acabarse", aunque luego salió a negar que exista una campaña para frenar la sátira televisiva. Se trata de un error sobre otro error. Lo cual ha generado que la imagen del presidente siga estando en el centro de las sátiras y en los corrillos de la ciudadanía.
El gobierno nacional ha transitado desde que asumió hasta el momento pocos momentos de reconocimiento. Las diferencias en la Alianza y la salida del vicepresidente asestaron un duro golpe a la imagen presidencial; luego los desaciertos en materia económica desataron una crisis mayor en el Ejecutivo que sólo pudo ser conjurada en parte con el advenimiento de Domingo Cavallo. Precisamente, la preocupación parecía estar puesta en que el protagonismo del ministro no opacara al del presidente. Hasta allí todo resultaba razonable, entendiendo que Cavallo, además de economista, se ha convertido en un referente político a través de su partido.
El presidente tiene una imagen política forjada a través de los años que nada hará modificar. Los rasgos negativos que se resaltan en la coyuntura tienen que ver con la larga espera de los argentinos para salir de la crisis y no con una falta de respeto a su investidura. De igual modo que se resaltarían sus virtudes si se anticipase a determinados acontecimientos políticos y sociales que terminan volviéndose contra el gobierno. Tal vez, sobre esto deberían trabajar sus asesores preocupados por los comicios de octubre.


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