Año CXXXIV
 Nº 49.157
Rosario,
domingo  24 de
junio de 2001
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San Petersburgo: Ciudad eterna
Un magnífico paseo entre estatuas de mármol, canales, avenidas, jardines y cúpulas doradas

María Lourdes Bertozzi

San Petersburgo se distingue del resto de las ciudades europeas porque se parece a todas. Esta urbe monumental, memoria viva de la obsesión de un monarca absoluto, es el testimonio del sueño de Pedro el Grande de hacer de Rusia un gran imperio abierto a Occidente. Conocida como "la Venecia del Norte", por sus numerosos canales y puentes, San Petersburgo fue llamada desde su fundación, en 1703, "el paraíso".
En la ciudad la vida artística resuena en los palacios, el ballet y la música, que así como la literatura, encontraron en el lugar un sitio privilegiado para manifestarse. El eco del teatro Mariinsky, emblema de la urbe, continúa traspasando sus fronteras desde hace 200 años.
Las constantes crecidas del río Nevá han sido interpretadas por la literatura rusa como un castigo a la megalomanía de un rey, que hizo de su lucha contra el entorno, una razón de Estado.
Pero la naturaleza no siempre se manifiesta con mano implacable en San Petersburgo. Todos los años en verano, durante 48 días, la ciudad vive sin noches. Este hermoso fenómeno natural es conocido como "Las noches blancas en San Petersburgo". El crepúsculo se prolonga y mantiene el cielo iluminado durante toda la noche.
Desde los orígenes, San Petersburgo, "la ventana por la que Rusia mira a Europa" ha sido un campo de experimentación en el que los modelos arquitectónicos tomados de las ciudades occidentales son asimilados con lujo de detalle por la tradición rusa.
La capital del norte, desde donde gobernaron Rusia los zares y zarinas durante más de 200 años, hasta el día en que Lenin (el "zar rojo"), trasladó la capital a Moscú en 1918, embellece con sus edificios las frías orillas del río Nevá.
Los palacios, edificios civiles y religiosos levantados por la aristocracia rusa permiten contemplar una gran diversidad de tendencias artísticas. Desde el estilo Pedro el Grande -que amalgamó en las fachadas frontones holandeses con órdenes superpuestas a la italiana, escaleras alemanas y remate estilo francés- hasta el más puro barroco europeo y el fastuoso rococó que triunfaron durante el reinado de Isabel II, dieron a la ciudad algunas de sus obras más singulares.
Con Catalina II se impone la vuelta al clasicismo, siguiendo los cánones de la antigüedad, y el estilo imperio -grandes plazas con columnatas, arcadas, pórticos y frisos- se erige como testimonio del poder de Alejandro I y Nicolás I.
A comienzos del siglo XX, el modernismo marca una nueva tendencia en la que la profusión del cristal, el hierro forjado, las piedras naturales, la cerámica y los ornamentos vegetales se conjugan de manera extremadamente original en los nuevos palacetes y edificios de departamentos de la ciudad. Con la revolución de octubre de 1917, el constructivismo se convertiría en el "estilo soviético" por excelencia: racionalismo, funcionalismo, decoración austera y monumentalidad son los nuevos parámetros de los edificios públicos.
Desde 1760, el Palacio de Invierno fue la residencia principal de los zares. La mayoría de los visitantes lo conocen como el edificio del Hermitage, el museo que reúne la mayor colección de arte del país y, sin duda, uno de las mejores del mundo. El museo, fundado por Catalina la Grande en 1764, tiene en estos momentos casi tres millones de obras procedentes de todo el mundo. Se calcula que si un visitante contemplara cada obra en un minuto necesitaría 11 años para verlas a todas.
Pasear entre estatuas de mármol, canales, avenidas palaciegas, jardines versallescos y cúpulas doradas, ver reflejado el pasado sobre un río helado, aguardar una noche que nunca llega en el verano y que en invierno atormenta los corazones, es una experiencia única que sólo San Petersburgo puede obsequiar al visitante.



Las cúpulas doradas iluminan el cielo de la ciudad rusa.
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