Año CXXXIV
 Nº 49.150
Rosario,
domingo  17 de
junio de 2001
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A 19 años del hundimiento del buque insignia de la Armada Argentina
"Somos un pedazo de bandera", dijo un sobreviviente del Belgrano
Alberto Cabanillas estuvo en Firmat para participar de un encuentro de cooperación entre municipios

Silvia Carafa

Firmat. - "Los ex combatientes somos un jirón de la bandera, una partecita de una escarapela", dijo Alberto Cabanillas, sobreviente del ARA General Belgrano, quien en la desapacible tarde del domingo 2 de mayo, vio como la enseña se desdibujaba contra el cielo gris, mientras el buque escoraba en las aguas congeladas del Mar Argentino, en plena guerra de Malvinas.
Casi dos décadas después, piensa que el compromiso hoy pasa por otro lado. "Hay muchas materias pendientes por parte de los gobernantes para con la gente, y duele ver el éxodo de los jóvenes", dijo Cabanillas, que en 1991 abandonó su carrera de suboficial en la Armada para radicarse en Ushuaia, la ciudad que lo hipnotizó desde su enclave cuando apareció a la vista del General Belgrano, que en 1982 llegó al extremo sur para sumarse a los aprestos del Ejército en el insólito intento de recuperar a las islas por las armas.
Hoy Cabanillas tiene una mirada crítica hacia las condiciones en las que se planteó la guerra. "Faltaba equipamiento", se lamentó, pero eso no invalida el orgullo que siente por haber participado en la defensa de la patria. "Somos una evidencia que va a ingresar en la historia, un testimonio viviente", insistió.
Desde ese lugar, y como ex combatiente, quiere que las nuevas generaciones amen más al país y a la Bandera, a los que también se defienden generando condiciones de vida dignas. Para esto piensa que los gobernantes "deben tener reglas de juego claras. No me gustan las acciones mezquinas y la falta de compromiso con el país, con las personas y con la juventud".
"Que los gobernantes busquen las formas con ingenio y profesionalismo, para hacer buenas acciones porque eso también es hacer patria", dijo Cabanillas quien no acepta bajo ningún concepto las privatizaciones de las áreas que fueron del Estado. "Será que somos tontos o que hay vivos adentro y afuera que se llenan los bolsillos".

Imágenes de un naufragio
Dos torpedos y una hora de angustia fueron la diferencia entre la euforia y la muerte. Aturdidos, heridos y temblando, los sobrevivientes del General Belgrano lloraban de impotencia en las balsas y daban vivas a la patria, mientras el buque insignia desaparecía bajo el peso de la popa herida de muerte y cargada de agua.
Una hora atrás, Cabanillas había entregado su guardia en la sala de máquinas y la explosión lo encontró en la reducida biblioteca del buque, cambiando un libro de ficción cuando desde el suelo vio una bola de fuego atravesar el barco a lo largo, después de haberle rebanado quince metros de proa. Después fue el vértigo, abandonar el barco contra reloj, y saltar desde más de 10 metros a los techos de las balsas que no siempre estaban en buenas condiciones. "Un soldado cayó al agua y en un segundo logré subirlo. Después de la guerra los padres me ubicaron para agradecérmelo", relata Cabanillas.
Pero el nuevo escenario no prometía rosas. El mar estaba embravecido, con olas de 15 metros, llovía y el frío daba hipotermia en contados minutos. En esas condiciones llegó la noche, y Cabanillas sintió que otra vez su padre, quien murió cuando era muy pequeño, acudió en su ayuda porque pudo mantener la vigilia. Antes también lo había invocado cuando dos brazos lo alzaron por un estrecho orificio para subir a cubierta. "Aunque resulte increíble no había nadie cuando salí para agradecer", dijo.
Después de 39 horas, los reflectores de los buques que llegaron al rescate destellaron sobre las caras ateridas, sobre los ánimos fogueados a cantos y rezos, sobre cuerpos doloridos o casi muertos de los sobrevivientes. De su imponencia y gallardía, el General Belgrano sólo había dejado un silencio sepulcral y 700 náufragos de los 1.092 tripulantes que estaban prestos para intervenir cuando fueron sorprendidos fuera de la zona de exclusión por los dos torpedos del Conqueror, el primer submarino nuclear de ataque que hundió un barco en un conflicto armado.



Cabanillas muestra orgulloso las medallas obtenidas.
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