Año CXXXIV
 Nº 49.136
Rosario,
domingo  03 de
junio de 2001
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El minimalismo extiende la crisis
Desde distintos sectores surgen alertas sobre el peligro de un colapso institucional

Antonio I. Margariti

El clamor popular por cambiar de raíz las instituciones políticas es tan grande que los que viven de ellas no han tenido más remedio que proponer tímidas medidas para reducir el gasto público. Pero hasta ahora son meros paños tibios que no forman parte de un tratamiento integral.
Carecemos de un proyecto serio que entusiasme, ni siquiera hay ideas básicas para encarar la reforma institucional y mucha menos ganas para la reforma administrativa. Lamentablemente perdemos el tiempo y cada día nos conformamos con vivir penando.
La pérdida de vigor social es preocupante y nadie sabe a ciencia cierta si nuestra conciencia individual está dormida o en coma. Pero hay signos de reacción. Primero fueron los obispos, luego el sermón en el Tedéum del 25 de mayo, después el reclamo del Foro Nacional de Centros Comerciales y ahora la Unión Industrial con un lúcido documento que los voceros oficiales han descalificado. Todos coinciden en alertar sobre el peligro de un colapso institucional, pero desde el sector político no hay respuestas. Nadie atina a explicarse porqué los gobernantes hacen oídos sordos a tantos reclamos.

Hipocresía minimalista
Para acallar este unánime coro de voces ha surgido una nueva muestra de la picardía política. Se trata del minimalismo combinado con la hipocresía. La hipocresía es un fingimiento utilizado para aparentar lo que no se es o lo que no se siente. El minimalismo es una corriente del diseño y la creación artística que consiste en utilizar las menores formas geométricas posibles, empleando pocos materiales elementales y de un mismo color.
El minimalismo puede lograr diseños exquisitos pero combinado con la hipocresía se convierte en una peligrosa ilusión óptica que puede cautivar a algunos durante muy poco tiempo.
Esto es exactamente lo que están haciendo la mayoría de los políticos que aparentan un protagonismo fingido. Actitudes minimalistas plagadas de hipocresía son:
a) la decisión de demorarlo todo hasta que una consulta popular se proclame en favor de la rebaja del costo político,
b) el mantenimiento de las listas sábanas dispuesto por el Senado,
c) la vigencia de la ley de lemas como manifestación de la trampa electoral que permite triunfar sin haber ganado.
d) el anuncio de rebajas en sueldos y aguinaldos mientras se siguen percibiendo las llamadas "unidades retributivas" no sujetas a impuestos y percibidas por la presidencia, ciertos gobernadores, ministros, secretarios y subsecretarios. Todos estos gestos son "meros trucos para hacer campaña", no sirven para nada pero indignan aún más a la gente que no advierte ninguna señal de arrepentimiento.

La cosa pública está desacreditada
Hemos perdido la noción de que la cosa pública es algo nobilísimo porque el Estado que conocemos carece de valor, dignidad y estima social.
Varias son las causas y la primera de ellas es que el Estado ha sido despojado de su esencia supraindividual. Ya no es más mirado como un ente moral que sirve para vincular a la comunidad a través de la cooperación voluntaria de todos los ciudadanos. Por el contrario, aparece como un obstáculo contra la realización personal o como una máquina de impedir las iniciativas individuales.
La segunda causa es que el Estado se ha convertido en campo de luchas mafiosas por el poder y en instrumento de intereses sectarios hasta un punto tal que para la mayoría del pueblo la política está sospechada de una alianza con el delito. La tercera causa es la incapacidad del Estado para solucionar realmente los problemas sociales y establecer el bienestar general.
Por esas tres razones hemos perdido la conciencia de la cosa pública y el Estado se ha convertido en una carga insoportable que no nos sirve para conseguir la plenitud de la existencia.
Un error economicista radica en pensar que el crecimiento económico es obra del azar, que se genera mediante decretos o que es el fruto de inversiones extranjeras. Nada de eso. Se trata de un proceso humano que resulta de una serie de decisiones personales donde intervienen la inteligencia y la voluntad de cada uno de nosotros y de quienes nos gobiernan.
Ludwig von Mises, en su monumental tratado de economía "La Acción Humana" enseña que el proceso de crecimiento consta de tres etapas: malestar, deseo y reglas de conducta.

Cómo se empieza a crecer
El primer paso consiste en el estado de malestar. Cuando uno tiene la sensación física y espiritual de sentirse mal, desarrolla la capacidad de indignarse y se incentiva para actuar porque no se resigna vivir en una situación desagradable.
Si todos los que viven en una ciudad están satisfechos de vivir con la basura domiciliaria desparramada por las calles, con graffitis y carteles ensuciando las paredes, con zanjas abiertas en las veredas, con baches en las calles y con un caótico sistema de transporte colectivo, entonces carecerán de motivos para variar de situación y se sentirán felices de vivir con la mugre.
Si no tenemos la sensación de malestar, no haremos nada y nos resignaremos a seguir como estamos.
El segundo paso para el crecimiento es el deseo de progreso, aspirando un futuro mejor. Aquí es necesario que alguien con autoridad moral y fuera de la política, pueda proponer un proyecto sugestivo que unifique los deseos de los ciudadanos honestos. ¿Seguiremos tolerando tres senadores por provincia, un diputado cada treinta y tres mil habitantes, multitudes de ñoquis y la reelección de los funcionarios? ¿Seguiremos aguantando la desacreditación de las leyes denominando como tales a negociados de interés sectorial, a ridículos homenajes o expresiones grandilocuentes pero deplorables? ¿Seguiremos aceptando que nuestros representantes se atribuyan privilegios impositivos que a nosotros nos niegan? ¿Seguiremos soportando que un conjunto de legisladores levanten la mano y sin saber lo que votan contraigan deudas sobre el crédito de la Nación sin responder con sus bienes particulares y endosándonos el pago de los intereses y amortizaciones por varias generaciones? ¿Seguiremos resignándonos a que el Estado gaste más dinero del que puede cobrar mediante impuestos sin poder denunciar el delito de fraude social que implica toda autorización de déficit presupuestario? ¿Seguiremos consintiendo que el Estado pague los "derechos adquiridos" aumentándonos impuestos sin someterse a un juicio de bancarrota que responsabilice a los funcionarios dispendiosos? ¿Seguiremos aguantando que quienes se dedican a la política mejoren misteriosamente su nivel de vida y adquieran valiosas propiedades sin exigirles rendición de sus patrimonios particulares logrados en el ejercicio de la función pública? ¿Seguiremos aprobando las jubilaciones de privilegio de individuos que no aportaron y que nunca hicieron nada, pero que por detentar cargos políticos consiguen una renta mayor que los acaudalados de países desarrollados?
¿Seguiremos aplaudiendo a los políticos que se dedican a legislar en favor de los delincuentes y se ensañan contra la policía impidiéndole cualquier acción preventiva o represiva contra el delito? Si nos sentimos mal pero no podemos imaginarnos un futuro deseable en materia política, económica y social tampoco podremos crecer.
El tercer paso consiste en respetar reglas de conducta. Para poder crecer no es suficiente con sentir malestar ni tener un proyecto imaginativo que represente un estado de cosas más atractivo. Hay que dar un tercer paso para establecer las reglas deliberadas que nos impongan una norma de conducta capaz de suprimir y terminar con las insatisfacciones sentidas. Esta es la función insoslayable del Estado mediante la sanción de leyes en serio, entendidas como "normas generales de recta conducta, aplicables a todos los ciudadanos por igual y destinadas a suprimir o al menos reducir las insatisfacciones sentidas". Sin el conocimiento y el respeto de estas reglas que guíen nuestra actividad no tendremos más remedio que conformarnos con lo inevitable y someternos a un destino de decadencia.
No todo se reduce a un plan de competitividad. Las medidas económicas no alcanzan. Los argentinos tenemos que volver a encontrar los valores esenciales, que son los del espíritu. Debemos descubrir la razón por la cual vivimos. No es tarea fácil pero hay que actuar pronto y no de cualquier manera, sino mediante la cooperación voluntaria que es la acción concertada con otras personas de buena voluntad. Así empezaremos a edificar un nuevo país.


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