Año CXXXIV
 Nº 49.124
Rosario,
martes  22 de
mayo de 2001
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Resolución del brutal crimen de un hombre que guardaba 50 mil pesos en su casa
Reclusión perpetua al ladrón que mató a un taxista a sangre fría
Le pegó un tiro en la frente al chofer porque evitó el robo. Fue en barrio Tablada en octubre de 1999

María Laura Cicerchia

Lo último que vio en su vida el taxista Carlos Oscar González fueron los ojos de su asesino. Estaba tendido boca abajo en el medio de la calle, indefenso. Levantó la mirada y a dos metros de distancia divisó el rostro descompuesto por la bronca del hombre que minutos antes había intentado asaltarlo. No vio nada más: un balazo le atravesó la frente. El ladrón lo mató a sangre fría y como represalia por haber impedido el robo. Y el hecho fue tan grave que un juez lo condenó a reclusión perpetua.
González tenía 37 años y era propietario de varios autos de alquiler. El 11 de octubre de 1999 volvió a su casa de barrio La Tablada a las 8 de la mañana, para entregarle el taxi Ford Falcon a un peón que trabajaba con él. No se imaginaba que estaba a punto de convertirse en el blanco de un minucioso trabajo de inteligencia de al menos dos asaltantes: Pedro Daniel Juárez y Leonardo David Jurado.
Ambos fueron declarados culpables por el juez de Sentencia José María Casas, en un fallo que fue apelado por la defensa de los imputados. A Juárez lo condenaron a 3 años de prisión en suspenso por participar del intento de robo y portar un arma policial. Para Jurado la pena fue mucho más severa: reclusión perpetua. Es que no sólo intervino en el asalto, sino que asesinó a sangre fría al taxista.
Los ladrones tenían un dato: sabían que el chofer guardaba 50 mil pesos en su casa para comprar otro taxi. Conocían con exactitud sus horarios y por eso fueron a esperarlo frente a su casa de Tafí 3865, donde todos los días a las 8 era relevado por su peón. A esa ahora dieron el golpe.
González estaba en el asiento del acompañante de su taxi y su empleado al volante. En ese momento apareció Jurado, disfrazado de vendedor ambulante. Frenó la bicicleta de reparto e insistió para que le compraran churros. En eso, Juárez se acercó al taxi y apuntó a González con un revólver calibre 38. El falso vendedor hizo lo mismo con el peón, al que amenazó con una 9 milímetros.
Los maleantes obligaron a los choferes a bajar del taxi. Jurado llevó a González hacia la parte trasera del auto y le exigió a los gritos las llaves de la casa, pero el taxista se negó. Al mismo tiempo, Jurado empujó al empleado hasta el frente de la casa, donde empezó a gritar que abrieran la puerta.
Los gritos alertaron a la esposa de González. Según Jurado, la mujer abrió el postigo de la puerta armada con una itaka. Por eso el asaltante se asustó, escapó corriendo y advirtió a su cómplice. Pero Juárez no le hizo caso y siguió discutiendo con González. Primero lo golpeó. Después lo tiró boca abajo en la calle, caminó dos pasos y disparó a quemarropa. Escapó junto a Jurado en un Fiat Spacio blanco conducido por un cómplice.
González quedó tendido en el medio de la calle, con un balazo en la frente. No había tenido posibilidad de defenderse. La trayectoria de la bala demostró que al recibir el tiro había levantado la cabeza para mirar a su agresor. Este respondió con un certero disparo en castigo por haber impedido el atraco.
Ese fue el móvil del crimen según la interpretación del juez Casas, quien condenó a Juárez a reclusión perpetua por cometer "homicidio calificado" y "tentativa de robo calificado". Además, el acusado contaba con tres antecedentes penales y un pedido de captura por no regresar a la cárcel de Coronda tras una salida transitoria. De nada valieron, según Casas, las anteriores y largas penas impuestas a Juárez. "No cumplieron la finalidad resocializadora", sentenció. Por el contrario, evaluó que el imputado tenía una "marcada inclinación hacia el delito" y una "singular peligrosidad" que lo hacían merecedor de la pena máxima.



El cuerpo de González quedó tendido en la calle.
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