Año CXXXIV
 Nº 49.124
Rosario,
martes  22 de
mayo de 2001
Min 16º
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cartas
Universidad y política

Como viejo universitario me permito hacer un análisis entre la universidad que conocí y la actual. Lamento decir que la veo tremendamente politizada en sus centros estudiantiles, profanados sus claustros con banderas rojas y rojinegras, con ídolos discutibles como el Che Guevara, que hacía culto de la violencia para imponer sus ideas. Justamente copiándolo a él veo que con gran prepotencia hoy se pide la renuncia de tres excelentes profesores, que lograron sus puestos por concurso, por haber ocupado cargos públicos durante el Proceso. Me parece un despropósito jurídico y un avance inadmisible de los alumnos. Guardando las distancias, no puedo dejar de recordar a grupos como Montoneros, ERP, FAP, etcétera, que también usaban banderas rojas y negras, que mataron a mansalva y que junto a la reacción militar originaron la noche negra del Proceso. Dichos terroristas nacieron en la universidad y hoy son responsables de muchos de los males que aquejan a nuestras facultades como edificios sucios y deteriorados; conducción académica compartida con "alumnos y no docentes"; ingresos irrestrictos; alumnos eternos; profesores pésimamente pagados, pero a la vez con muchos acomodados políticos o ñoquis, etcétera. En mi época las facultades eran verdaderas casas de altos estudios; sus profesores merecían un profundo respeto por parte de sus alumnos. Además, había diferencias políticas, pero jamás se profanaban las facultades con banderas que no fuesen argentinas. Los ingresos no eran irrestrictos. Se debía aprobar un examen y los cupos eran limitados a la capacidad real de cada facultad. Creo que es urgente volver a lo correcto e incluso hacer como en casi toda Europa: cuando alguien recibe su título se le exige trabajar 2 o 3 años al servicio del Estado. Esto le sirve al profesional para ejercer su especialidad de inmediato y adquirir experiencia. En suma propongo: volver a la seriedad y erradicar la política en la universidad, por ser una palabra prostituida en nuestro maltratado país.
Martín J. R. Oroño


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