Año CXXXIV
 Nº 49.117
Rosario,
martes  15 de
mayo de 2001
Min 6º
Máx 12º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Sentencia por un caso de justicia por mano propia en zona oeste
Condenan a 10 años a un almacenero que mató a un joven por la espalda
Abrió fuego a quemarropa contra dos chicos. Creyó que eran quienes, días antes, habían robado su bicicleta

María Laura Cicerchia

Luego de asesinar a quemarropa a un joven indefenso y colocar a otro al borde de la muerte, Manuel Bernardo Rojas se retiró del lugar del crimen del mismo modo en que llegó: pedaleando lentamente su bicicleta. Fue a su casa, se cambió la ropa y al poco tiempo lo apresó la policía. En esta cronología de las acciones asumidas por Rojas antes y después del asesinato, el juez que lo juzgó no encontró ningún indicio de que el hombre hubiera perdido el control de sus actos. Por eso descartó que haya actuado bajo emoción violenta y lo condenó a 10 años de prisión por homicidio simple y tentativa de homicidio.
La sentencia corresponde al juez Julio Kesuani, de Sentencia Nº4, quien destacó que las víctimas estaban indefensas al momento del hecho. Prueba de ello fue que uno de los jóvenes presentara impactos en la espalda. El magistrado también condenó a Rojas a abonar 50 mil pesos a los padres del joven fallecido, que iniciaron la acción civil en la causa. Si el fallo queda firme, Rojas tendrá diez días para abonar esa suma. Y diez años para cumplir la pena.
El imputado es un ex cocinero de la Prefectura Naval, de 53 años. Hacía dos que atendía la granja "Los hermanos Rojas", ubicada en Rouillón 4202, en barrio Moderno, en la zona oeste. El 14 de enero de 1999 quiso hacer justicia por mano propia y, a pocas cuadras de allí, asesinó a un joven al confundirlo con un ladrón que un mes antes le había robado una bicicleta.

Tarde desesperada
El crimen ocurrió frente a una casa de Garibaldi al 6100. Allí estaban tomando mates Gabriel Insaurralde, un repartidor de pan de 20 años, y Ramón Vergara, también de 20. Ambos vivían en un Fonavi de la zona y habían ido a esa casa a visitar a una amiga. Nunca antes habían visto a Rojas y quedaron desconcertados cuando el almacenero llegó al lugar, bajó de su bicicleta y les apuntó con un revólver.
El hombre los obligó a pararse contra la pared de la vivienda y les disparó a quemarropa. A Vergara lo hirió con dos tiros en la espalda y otro en la pierna. Insaurralde falleció al recibir un balazo en el corazón. Luego, el homicida se subió a su bicicleta y se fue sin ningún apuro por calle Garzón hacia el sur.
Así lo vieron partir unos cuantos vecinos que, alertados por los disparos, salieron a ver qué pasaba. En la calle se cruzaron con Rojas cuando volvía a su casa con un arma en la mano y vestido con una camisa a rayas. Todos sabían que el almacenero estaba obsesionado por el robo de su bicicleta y enseguida imaginaron lo que la investigación luego confirmó: que había perseguido a la víctimas por confundirlas con los ladrones del rodado.
En su declaración, Rojas admitió que disparó con la certeza de que esos muchachos eran los maleantes que lo habían asaltado. Pero se equivocaba. Ni Insaurralde ni Vergara tenían antecedentes penales y la policía estableció que eran ajenos a aquel delito.

El cruento robo
Ese robo -según Rojas- había ocurrido durante las fiestas de fin de año, cuando tres hombres que llegaron hacia su granja lo golpearon en la mandíbula y lo hirieron con un destornillador en un glúteo para robarle la bicicleta. Lo que detonó su decisión de vengar ese asalto un mes más tarde fue que el día del crimen -según sus dichos- ocurrió un nuevo robo a su negocio: tres asaltantes rompieron una vitrina y se llevaron 20 pesos cuando su hija atendía el local.
El juez Julio Kesuani no sólo tomó en cuenta esa confesión y los testimonios de los testigos para encontrarlo culpable. También se comprobó que los proyectiles que impactaron en las víctimas habían sido disparados desde el arma calibre 22 largo que la policía secuestró en su casa.
Y si bien sus abogados defensores plantearon que actuó bajo emoción violenta, el juez de sentencia concluyó que todo lo que hizo el acusado antes y después del crimen demuestra lo contrario. Antes del hecho, según el magistrado, no sufrió una perturbación capaz de llevarlo a matar a una persona.
Después, actuó con tranquilidad y premeditación. Se fue lentamente en bicicleta y apenas llegó a su casa se cambió de ropa para borrar indicios en su contra. Y a las pocas horas un examen médico constató que su estado psíquico era normal.



Ramón Vergara fue testigo de la muerte de su amigo.
Ampliar Foto
Notas relacionadas
"Bajó de la bicicleta con el arma y empezó a dispararnos"
Diario La Capital todos los derechos reservados