Año CXXXIV
 Nº 49.115
Rosario,
domingo  13 de
mayo de 2001
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Cómo fue la rebelión californiana que precedió los cambios en EEUU
¿Es posible reformar el Estado desde adentro?

Antonio I. Margarit

Hace ya demasiado tiempo que la situación social argentina está pasando por un trance muy amargo, mucho más grave que el de una mera recesión económica. Lo nuestro no es una crisis fiscal donde los índices económicos de cada día muestran peores cifras que la jornada anterior. Tampoco se trata de la clásica depresión económica, que es una de las etapas constitutivas del ciclo económico. Es algo más profundo, de naturaleza distinta que se asemeja a un proceso de decadencia cívica y moral. Estamos envueltos en un enfrentamiento subterráneo y silencioso entre lo que denominamos el Estado y la Nación. Dicho de otra forma, vivimos una puja entre el gobierno y la sociedad civil o, expresado de manera mucho más contundente, se trata de una verdadera lucha de clases entre la clase política y las demás clases sociales unificadas con el nombre de pueblo.
El debate no es nuevo. Es el mismo que existía desde antes de la organización nacional, históricamente analizado por Juan Bautista Alberdi, autor de la Constitución de 1853, y plasmado en un libro de sorprendente actualidad: "Sistema económico y sistema rentístico de la Confederación Argentina". Es un libro indispensable para entender por qué Argentina llegó a ser un gran país, abierto a millones de inmigrantes -nuestros abuelos- que arribaron con la esperanza de rehacer sus vidas. En 1855 fue distribuido entre todos los funcionarios públicos por el general Justo José de Urquiza entonces presidente de la Confederación y en 1880 vuelto a editar por el general Julio A. Roca. Alberdi, que no fue solamente jurista, ni político o economista, sino el verdadero arquitecto diseñador de esa Argentina grande que hoy añoramos, no se dedicó a describir un "modelo económico" como hoy se los denomina, sino un "sistema" que se construye desde abajo hacia arriba.
Con suma sabiduría supo observar que en el país coexistían dos grandes conjuntos institucionales, antagónicos entre sí. Uno de ellos, formado por las personas, familias, empresas privadas y organizaciones civiles, era el "sistema económico". Ellos creaban la riqueza y se ganaban la vida produciendo bienes y servicios para ofrecerlos en libre competencia. En cambio el otro grupo, integrado por los políticos, funcionarios y ñoquis, constituían el "sistema rentístico", porque vivían de las rentas obtenidas por el sector privado mediante la coacción legal que permite cobrar impuestos por la fuerza sin ofrecer nada en contraprestación. Para comprender la actualidad del pensamiento de Alberdi hay que volver a releer su magistral lección sobre el gasto público y cómo "la producción de la riqueza no es obra del gobierno y no puede lograrse por decreto. Es hija del trabajo, del capital y de la tierra, que son los factores de producción a los que el hombre con sus facultades puede poner en ejercicio para crear los medios capaces de satisfacer las necesidades de la población. El gobierno puede impedir, estorbar o ayudar a la producción de riqueza. Si el gobierno necesita recursos, tiene que promover el aumento de la riqueza de los gobernados, porque ellos son los únicos que la producen. Para gastar o invertir eficientemente el dinero que recauda el Tesoro nacional tiene que someter sus decisiones a las mismas reglas de prudencia, austeridad y buen juicio que aplican los particulares en sus negocios".

Quiénes pueden reformar el Estado
Los politólogos podrán explicarnos tres cuestiones: ¿cómo ciertos individuos consiguen llegar al poder y luego no saben qué hacer con él?, después podrán decirnos: ¿cómo hacen estos personajes para consolidar el poder si carecen de autoridad moral? y por último podrán aclararnos: ¿cómo logran repartir el poder político entre sus secuaces aglutinándolos a su alrededor y consiguiendo lealtades? Cualquiera de nosotros que intente meterse en la política sin ejercitar estas tres habilidades es hombre muerto. Pero lo que esos estudiosos en problemas políticos no están en condiciones de explicarnos es: ¿cómo se puede reformar desde adentro el Estado si la clase política se resiste? y ¿cómo puede lograr la sociedad civil ese objetivo, forzando un cambio para reducir el número de cargos políticos, disminuir gastos, rebajar impuestos y eliminar o simplificar las leyes que nos amargan la vida con exigencias ridículas y sin sentido práctico? La experiencia histórica mundial nos enseña que este objetivo no se consigue con solicitadas blandas en los periódicos ni con pacíficos reclamos de mesura y racionalidad.
Todo lo contrario, las arbitrariedades impositivas, el despilfarro del gasto y la defección en el cumplimiento de las funciones esenciales de seguridad, justicia y paz social por parte de la clase política nunca pudieron reformarse de manera ingenua, porque quienes tienen encallecidas sus conciencias no oyen, no miran, no piensan, no tienen sentimientos y no sienten remordimientos. Las manifestaciones y la conducta pública de muchos políticos demuestra que sólo temen que les corten los víveres y reaccionan aterrados cuando se les cae la recaudación impositiva, les cancelan los créditos internacionales y la gente saca su dinero de los bancos y lo cambia por dólares.

La rebelión de California
En el Estado de California, durante junio de 1978 se produjeron violentas rebeliones fiscales por la indiferencia y oposición de la clase política que bloqueaba el tratamiento legislativo de cualquier propuesta de reducción de impuestos y gastos. Los acontecimientos demostraron que la revuelta popular surgió por el convencimiento de que ni el proceso parlamentario ni la competencia entre los partidos darían lugar a que consideraran los reclamos de los contribuyentes. La mayoría del establishment político se oponía a involucrarse en un tema que afectaba directamente sus bolsillos. Por lo tanto la revuelta fiscal tuvo lugar fuera y no dentro del sistema de partidos políticos.
El vendaval popular reclamó duramente dos cuestiones: primero, la significativa reducción de una vez por todas de impuestos y gastos públicos; segundo, normas constitucionales explícitas diseñados para ser eficaces en un futuro indefinido. Como señala James M. Buchanan (Nobel de Economía) y Geoffrey Brennan en el libro "Poder Fiscal", la intención de los ciudadanos era la de reducir y limitar el tamaño del gobierno por debajo del nivel que prevalecía después de las elecciones, lo cual implicaba que las mayorías no confiaban que el proceso político normal diese lugar a resultados acordes con los deseos de la gente. Entonces decidieron suspender el pago de impuestos hasta tanto se modifique la constitución. Esta feroz rebelión tuvo un éxito notable con la incorporación de dos enmiendas constitucionales en favor de los contribuyentes (proposición 4 y 13). Tales enmiendas fueron rápidamente extendidas a los estados de Colorado, New Jersey y Tennessee para frenar los gastos públicos y limitar los impuestos al 1% del valor de los bienes personales.
Después de estos sucesos, Ronald Reagan gobernador de California, fue consagrado presidente y dispuso una fuerte reducción de impuestos a las empresas y personas físicas, además adoptó los puntos de vistas de Arthur Laffer y aplicó las ideas de la escuela económica supply side para alentar el estímulo de la economía a través de la rebaja de impuestos creando un vigoroso mercado interno. Los sucesivos presidentes, George Bush y Bill Clinton, mantuvieron esa misma orientación, dedicándose a reducir el gasto público para alcanzar el equilibrio presupuestario. La continuidad de esfuerzos tuvo un resultado formidable.
La economía americana alcanzó en los últimos 20 años el mayor crecimiento ininterrumpido de su historia e hizo posible la creación de millones de puestos de trabajo, especialmente a través de pequeños y medianos emprendimientos altamente productivos gracias a los avances tecnológicos en informática y comunicaciones. Veinte años después del acceso de Ronald Reagan al poder, el presupuesto fiscal cerrado el 30 de junio pasado, mostró un superávit fiscal de 250 mil millones de dólares, fruto final y definitivo de la rebelión fiscal iniciada en California. El recientemente electo presidente George W. Bush (h) obtuvo la victoria electoral con la promesa de rebajar impuestos por 160 mil millones anuales durante diez años, para impedir que el Estado sea cada vez más rico mientras que los ciudadanos sean cada vez más pobres. Este ha sido el único método posible para que la clase política norteamericana entrara en razones. ¡El Estado nunca puede reformarse desde adentro!


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