Año CXXXIV
 Nº 49.102
Rosario,
domingo  29 de
abril de 2001
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El científico será doctor honoris causa de la UNR
Iván Hernández Larguía: "La Universidad no puede ser de a ratos comité, unidad básica y club socialista"
El profesor y militante de derechos humanos recibe la distinción por su trayectoria académica y social

Silvina Dezorzi

Ya se ha ganado un nombre. Iván, el Memorioso, como salido de un libro de historia. En verdad se llama Iván Hernández Larguía, consecuente enamorado de la historia del arte y la arquitectura que desde hace 45 años es profesor universitario y fervoroso militante de los derechos humanos, aun en los años de plomo de la última dictadura. A partir de mañana será, además, doctor honoris causa de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Una distinción decidida por "su trayectoria académica y social", como "muestra del agradecimiento" que le profesa la comunidad universitaria.
-Hace poco su hermano Cristián lo llamó Iván, el Memorioso. ¿En qué sentido pleno de la palabra cree merecer a ese nombre?
-(Se ríe) Son cosas de mi hermano, que a veces tiene un entusiasmo exagerado sobre algunas particularidades de mi personalidad. Pero bueno, uno de los sentidos puede ser el de la memoria asumida como un instrumento propio y no referida a meros episodios, sino a aquellos que son importantes para uno.
-Pero este es un país que muchas veces se ha visto desmemoriado...
-La actitud argentina no es única. Después de la Segunda Guerra, los alemanes hicieron lo mismo, muchos dijeron que no sabían qué pasaba durante el nazismo, como si no hubieran visto a las SS o a la Gestapo haciendo redadas a plena luz del día y arrastrando miserablemente a judíos y católicos que se oponían al régimen, o a opositores plenamente políticos. Igual ocurrió con mucha gente, incluso con amigos, cuando en los tiempos duros de la dictadura denunciábamos que existían centros clandestinos de detención. La ausencia de memoria es por un lado querer olvidar y por otro no querer reconocer. Y eso pasa en todas partes.
-¿Usted se exilió entre qué años?
-En el 75. En el 78 mi mujer y yo decidimos volver porque era tal el horror de lo que pasaba en este país que nos pareció indecente quedarnos afuera. Y volvimos para trabajar en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
-¿Y qué le produce que ahora la UNR lo distinga como doctor honoris causa?
-Un sentimiento muy profundo. Primero, como una forma de concluir una actividad en la que llevo más de 40 largos años, con las interrupciones lógicas que se produjeron en este país. Y segundo, como un gesto que me honra porque surge del pedido de mi alma máter, la Facultad de Arquitectura, donde empecé a trabajar y con la que me ligan hondas cuestiones afectivas. Es algo que agradezco. Y refuerza el ego, se lo aseguro.
-La suya es una situación singular, porque no tiene un título universitario.
-A mí siempre me interesó la historia. Tiene que ver el entorno familiar: mi abuela materna, doña Elina González Acha de Correa Morales, fue la primera geógrafa argentina y fundó la Sociedad Geográfica, que presidió hasta su muerte, ya a edad muy avanzada. Abuela nos contaba cuentos históricos con gran habilidad y sin cometer esa tontería de relatar "La Ilíada" a nivel de chicos. Así lo histórico fue cobrando para mí un sentido muy particular. Al terminar la secundaria quise estudiar historia del arte, pero en Rosario aún no estaba ni la vieja Facultad de Filo, como la llamábamos, y me fui a Buenos Aires. Aunque tampoco hallé la carrera, en ese momento el país había recibido una inmigración altamente calificada como producto de la Guerra Civil Española, el nazismo y luego la Segunda Guerra, por lo que había especialistas de primerísimo nivel. Así pude hacer mis primeros cursos de semiótica con Amado Alonso y mi gran maestro fue don Claudio Sánchez Albornoz, que me enseñó a leer la historia de otra manera, entre muchos otros. Y ya como docente en Arquitectura tuve la suerte de disponer de una formación que hoy parece imposible en el famoso Instituto Interuniversitario de Especialización en Historia de la Arquitectura, donde participaron las universidades nacionales y extranjeras, como la de San Marcos de Perú, las dos de Chile, la de Montevideo, y las personalidades más importantes de la disciplina. De modo que no soy autodidacta. No hice un tránsito formal académico, pero tengo una larga formación académica.
-La Universidad que pinta parece de Argentina año verde, pero lo peor es que no refiere a una imagen del futuro, sino del pasado. ¿Cómo la ve hoy?
-Creo que está en un estado crítico. La mezquindad intelectual de los gobernantes ha llevado a asumir políticas que inevitablemente la deterioraron. No creo que haya muerto. Como dice Ovide Menin, también hay una pedagogía de la pobreza, pero tiene graves limitaciones, sobre todo bibliográficas. La crisis, por ejemplo, terminó con el acceso a las revistas especializadas, para no hablar de las obras. Y hay otros problemas. Creo, por ejemplo, que es imposible enfrentar una ola de educación masiva con técnicas de carácter casi personal, como es la estructura que hemos mantenido en el cuerpo docente. La cuestión no pasa por plantear exámenes de ingreso: en dos meses de curso no se puede determinar quién entra y quién no. Pero hace muchos años trabajé en un proyecto de educación nacional que acortaba la primaria y secundaria, y establecía dos años preuniversitarios con orientaciones, no especialidades. Suponía el manejo de una estructura heurística de pensamiento para acceder a la universidad: quien aprobaba el curso entraba, quien no lo aprobaba no. Cuando hoy aparecen las cifras de alumnos en algunas facultades, como Medicina, se entiende que aparezcan ayudantes alumnos dando prácticos, aunque desde el punto de vista académico es un disparate.
-Su postura es bastante crítica.
-Y ese no es el único disparate, hay otros. Por ejemplo, entre Santa Fe y Rosario, con 160 kilómetros en el medio, hay cuatro facultades de Derecho, cuatro de Humanidades, cuatro de Ciencias Económicas, tres de Arquitectura. Cuando un alumno me pide que le entregue su diploma en la colación de grados y veo esas listas inconmensurables de 300 arquitectos me pregunto: ¿300 arquitectos dónde? Si ni la región los absorbe...
-O sea que no cree que el escaso presupuesto sea la única falencia...
-Creo que aun con la mezquindad del presupuesto no se maneja bien. No es un secreto que se usan cargos docentes para empleados administrativos en una política claramente clientelista. Que me perdonen mis compañeros de compromiso político. Pero lo he dicho en numerosas ocasiones y mis costos he pagado por ello. La conducción universitaria debe estar esencialmente adjetivada por el interés académico y la partidocracia es el peor cáncer de la Universidad democrática. No puede ser que de a ratos sea un comité, de a ratos una unidad básica y de a ratos un club socialista. Es su gran mal.



"En el 78 volví del exilio: creí indecente quedarme afuera".
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