Año CXXXIV
 Nº 49.101
Rosario,
sábado  28 de
abril de 2001
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Reflexiones
El dilema de la soja

Angel Fernando Girardi (*)

Sabido es que la crisis que conmueve al país está determinada porque hemos gastado más de lo que producimos y seguimos gastando más; además, como no se puede emitir por la ley de convertibilidad, necesariamente nos hemos endeudado creando bonos y con préstamos del exterior y nos seguimos endeudando, y así estamos debiendo al mundo más de ciento sesenta mil millones de dólares, debiendo pagar aproximadamente once mil millones por año tan sólo en concepto de intereses.
Si a estas cifras increíbles le agregamos que nuestras ventas anuales al exterior -exportaciones- sólo rondan los U$S 27.000 millones, pero por otro lado compramos afuera -importamos- casi U$S 25.000 millones, y, sumamos a ello lo que el gobierno recauda por todo concepto no alcanza para cubrir lo que él gasta, esta situación resulta insoportable e insostenible, de allí la imperiosa necesidad de recortar gastos y recaudar más en aras de alcanzar el indispensable equilibrio fiscal.
No dudo que se hará toda la economía compatible con la paz social, pero esto no bastará como solución definitiva si paralelamente no se incrementa vigorosamente la producción de bienes y servicios. Debemos ahorrar y producir más. El sector agropecuario, por su alta tecnología actual (siembra directa, biotecnología, etcétera) y por su visceral pasión para producir más, está en condiciones de incrementar sustancialmente su producción a poco que tenga precios compensatorios y cuente con créditos a intereses no superiores al siete por ciento anual.
Argentina no puede, como los EEUU, asegurar un precio para la soja de U$S 193,30 la tonelada, pero sí puede acordar con el país del norte, Brasil y Paraguay que no se vendan al mundo tal grano y sus derivados a menos de ese precio. Repárese que EEUU produce 75,39 millones de toneladas anuales, Brasil 35,5 millones, Argentina 25 millones y Paraguay 3 millones; huelga destacar que tales cantidades pueden variar anualmente según las condiciones climáticas de cada país, por lo que sólo se citan a título indicativo y para demostrar que los tres países del Mercosur totalizan 63 millones de toneladas, las que equivalen al 84% de la producción de EEUU, por lo que tienen una representatividad suficiente para sentarse a la mesa de negociaciones con el coloso del norte.
El precio de U$S 193,30 por tonelada que le asegura su gobierno al productor norteamericano ha sido determinado así en función de que es ese el valor que les resulta compensatorio a sus productores para seguir produciendo más. Huelga destacar que este precio no siempre lo paga el mercado libre, razón por la cual es el Estado quien acude a cubrir la diferencia que hubiere para llegar al mismo, imputando el monto por tal cobertura a sus rentas generales.
Es posible entonces lograr esta concertación toda vez que, como antes se dijo, EEUU, Brasil, Argentina y Paraguay son los principales países productores y exportadores de soja. China, que es también uno de los productores fuertes, no puede competir con nuestro grupo, porque no se autoabastece y debe importar soja.
En la actual era de libre comercio globalizado, donde cada economía regional busca consolidar sus posiciones a nivel de bloques continentales, no es en modo alguno un despropósito buscar este tipo de concertación a nivel continental; así obra la Comunidad Económica Europea y Japón con sus aliados y, sin ir más lejos, bástenos sino recordar que un país americano como Venezuela, que para proteger su producción de petróleo fue el iniciador de la Opep que alcanzó trascendencia extracontinental, fija hoy el precio del crudo para todo el mundo. EEUU, que además de producir petróleo lo importa, se aviene como uno más a pagar el precio de la Opep. Por ello, deviene totalmente lógico y justo este propósito de concertación del valor de nuestra producción: la soja es un producto tan diferenciado como lo son el petróleo o la tecnología japonesa.
Nuestro campo, como motor principal de nuestra economía, necesita una reactivación inmediata, a la par de una lucha decidida por parte de nuestros empresarios y diplomáticos frente a los subsidios que tanto daño hacen a nuestros productos y producción, superando en la actualidad los 360 mil millones de dólares a nivel mundial, al igual que las políticas paraancelarias.
Es una extraña paradoja que, siendo la soja un alimento altamente beneficioso para la humanidad, a punto tal que su producción es imprescindible toda vez que se utiliza como sustituto de la carne, siendo el sostén diario de millones de personas, quienes la producimos no podamos fijarle su justo valor a efectos de seguir produciéndola a igual o mayor escala, sino que, por el contrario, nos lo fijan los compradores, quienes lucran con nuestro trabajo y la necesidad de los consumidores. Es evidente que este proceso debe revertirse.
El éxito de esta idea beneficiará a todos los participantes: a los EEUU porque no precisará su gobierno subsidiar la diferencia de precio, la cual dejará de existir, y al Mercosur y al futuro Alca, porque hará que la soja, la principal fuente de proteína vegetal y de biodiesel de las Américas, que el resto del mundo no produce en igual ni en parecida cantidad, tenga un precio justo y rentable. Ello incentivará a los productores tradicionales y a nuevos a producir más, incrementando así los ingresos nacionales por vía de una mayor actividad económica y un mayor ingreso tributario.
Nuestra situación nacional, y por qué no continental, no admite demoras ni trabas burocráticas en las soluciones que se deben lograr para salir de su estancamiento, en un mundo que vía Internet avanza a una velocidad inusitada. En cuestiones claras como la que aquí planteo, la decisión está en manos de la política y de nuestra diplomacia: confío en el éxito, no sólo por los beneficios que pueda obtener como productor, sino fundamentalmente por el país.
(*) Doctor en derecho
y productor agropecuario


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