Año CXXXIV
 Nº 49.088
Rosario,
domingo  15 de
abril de 2001
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Historia del crimen. Extorsiones a chacareros en los años 20
Los mafiosos de los puñales cruzados
En 1929 se descubrió una curiosa banda que se identificaba con un tatuaje y cobraba "ingreso" a sus miembros

Osvaldo Aguirre

Luis Lupori era dueño de una próspera chacra de la zona rural de Fighiera. Estaba casado, tenía seis hijos y contaba con un peón. Su vida transcurría dedicada al trabajo y la familia. Esa rutina comenzó a resquebrajarse una mañana de septiembre de 1928, cuando encontró en la puerta de su casa una extraña carta.
El chacarero no podía dar crédito a lo que leía. Le pedían 5 mil pesos y le indicaban un punto, en medio del campo, donde debía dejar el dinero. En caso de negarse se exponía a una feroz represalia: "se aseguraba que serían asesinados él y su familia", según indicó más tarde una nota periodística. Lo más desconcertante era la firma de la carta: nada menos que la Mafia.
Otros chacareros de la zona habían cedido antes a extorsiones semejantes; desde los primeros años del siglo XX había referencias sobre la actuación de grupos mafiosos en Arroyo Seco. Lupori, en principio, no dio importancia al hecho. Y entonces recibió otras cartas con amenazas y promesas de vendetta, por lo que en definitiva resolvió denunciar la situación a la policía de Rosario.
El entonces jefe político de Rosario, Arturo Gandolla (abuelo del actual director del Servicio Penitenciario de la provincia), ordenó al titular de la División Investigaciones, Félix de la Fuente, que se ocupara del asunto. El caso quedó en manos del jefe de Seguridad Personal, subcomisario Américo Facciutto, quien al cabo de algunas gestiones terminó por detener, en Arroyo Seco, a los sicilianos Natalio Bruzzesi y Fernando Lotorto. Los sospechosos recuperaron su libertad días después al no hallarse pruebas en su contra.
La familia Lupori no estaba tranquila. Una joven de Arroyo Seco, de nombre Ursula Fresa, había ganado mientras tanto la amistad de la mujer del chacarero y, al tanto de lo que pasaba, le recomendó consultar a una especie de adivina que atendía en el pueblo, para saber cómo enfrentar los acontecimientos.
Al parecer, la mujer de Lupori accedió a la recomendación y fue a Arroyo Seco en busca de datos sobre el futuro que le esperaba a su familia. Para su sorpresa, la adivina pudo seguir toda la historia al tirarle las cartas: los anónimos, las amenazas, la intervención de la policía. Su consejo fue terminante: el chacarero debía pagar el dinero que pedía la Mafia.
Mientras tanto, Lupori recibió más anónimos. Y en la noche del 9 de febrero de 1929, víspera de Carnaval, se presentaron visitas inesperadas en la chacra: "aparecieron de improviso tres individuos que llevaban el rostro cubierto con antifaces", según una nota de La Capital. Las mascaritas, provistas de armas de fuego, se detuvieron en la puerta de la casa y contemplaron al matrimonio de chacareros y a sus seis pequeños hijos.
-Arriba las manos -ordenó uno de los desconocidos.
Era la hora de la vendetta. Sin embargo, el azar ayudó a la familia Lupori. "En esas circunstancias -seguía la nota- se apagó sola, en forma providencial, una lámpara alimentada a petróleo que alumbraba la habitación". Los desconocidos descargaron sus armas en la oscuridad y luego escaparon.
Al día siguiente Luis Lupori denunció el ataque en la comisaría de Arroyo Seco, que entonces estaba a cargo de Antonio Rodríguez Soto, quien más tarde llegaría a ser jefe de la policía de Rosario. Entonces se pidió al subcomisario Facciutto que retomara su pesquisa.
El jefe de Seguridad Personal hizo detener otra vez a Bruzzesi y Lotorto y a otros dos sicilianos, Jorge Macri y Miguel Francia. Según la policía, Bruzzesi, Macri y Francia eran los autores de los disparos contra la familia Lupori; Lotorto los había conducido en un auto hasta la chacra de las víctimas. También cayeron presos, por supuesta complicidad, los hermanos Serapio y Domingo Gómez y Ursula Fresa. Se comprobó que la chica que decía ser amiga de los Lupori estaba en realidad complotada con los extorsionadores y la supuesta adivina no era otra que la mujer de Lotorto.
"El jefe de la gavilla de Arroyo Seco, o sea el «capo» de tal maffia (sic) era Bruzzesi -dijo La Capital-. Admitían nuevos elementos, previa averiguación de sus antecedentes, cobrando Bruzzesi por el ingreso a tal sociedad la suma de 57 pesos con cincuenta centavos". El costo de la admisión debía tener algún sentido, dada su precisión, pero el detalle no fue aclarado. En cambio se supo que a los miembros del grupo "les obligaban a todos a tatuarse un corazón con dos puñales cruzados, bautizo (sic) e insignia de la gavilla".
La prensa declaraba su satisfacción por el resultado de los operativos: "La campaña contra los individuos que se titulan maffiosos -se decía- debería hacerse extensiva a esta ciudad para terminar de una vez con esos malhechores que dedican su actividad a efectuar extorsiones". Ese pedido no sería escuchado: en julio de 1930, con el asesinato del procurador Domingo Romano a manos de un grupo organizado por Juan Avena, alias Senza Pavura, la mafia rosarina iniciaría un violento ciclo de secuestros y crímenes.



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