Año CXXXIV
 Nº 49.088
Rosario,
domingo  15 de
abril de 2001
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Francia: Dólmenes y fortalezas
A hora y media de París se encuentra el centro geográfico de la región de Anjou, cuyo poderío incluyó tierras inglesas

Sandra Bustamante

El valle del Loire en Francia es famoso por sus castillos renacentistas como el de Chenonceau, pero conserva vestigios de sus primeras épocas, desde dólmenes de la edad de bronce hasta fortalezas medievales como el castillo de Angers.
Tarda noventa minutos el TGV (tren gran velocidad) desde París hasta Angers. Esta ciudad es el centro geográfico y administrativo de la región de Anjou. El norte de esta zona está atravesado por los ríos Mayenne, Sarthe y Loir, que fluyen hacia el sur para converger en el Maine. Angers se extiende a ambos lados de este río 8 kilómetros antes de su desembocadura en el Loire.
Angers fue alguna vez el centro de poder de Foulques Nerra de Anjou, jefe militar que se adueñó del Loire después del siglo IX. Las ciudadelas que edificó junto a otros nobles sirvieron de base para los castillos que se edificarían con posterioridad. Los Plantagenet, que sucedieron a Nerra como gobernantes de Anjou, reclamaron territorios desde Normandía a Aquitania y heredaron el trono inglés. Angers fue entonces la capital regional de un imperio que se extendía hasta Escocia.
La monarquía francesa tuvo que esperar hasta el siglo XIII, con Luis IX (1214-1270), para someter Anjou al poder real. Este rey fue conocido como San Luis por su devoción y fue el primer rey Capeto que heredó un reino estable.
En la actualidad es una ciudad universitaria, dividida por el río Maine. En la parte más antigua, en la orilla izquierda, está su castillo del siglo XII, una floreciente cantidad de bodegas (es la ciudad del Cointreau), industrias que elaboran tapices y muchísimos anticuarios. Tiene fama además por la calidad de su medio ambiente, consecuencia del cuidado de sus jardines y parques.
Enormes torres marcan la presencia magnífica del castillo. Esta fortaleza comenzó a construirse por orden de Blanca de Castilla, madre de Luis IX. El último duque de Anjou, el rey René I, añadió encantadores jardines ornamentales y pajareras. Alberga en la actualidad algunos de los tapices más famosos de Francia (del Apocalipsis). El hecho de cruzar el puente levadizo nos traslada en el tiempo.
En el barrio de la Doutre (d'outre Maine, o el otro lado del Maine) merece verse también el Hospital Saint Jean, muestra de la arquitectura propia del Oeste de Francia en el siglo XII, del gótico tardío o estilo angevino o Plantagenet. Fundado por Enrique de Inglaterra en 1175, hoy puede verse una reconstrucción del dispensario , una capilla y un claustro. Este edificio alberga además el famoso tapiz del Apocalipsis "Canto del Mundo", de Jean Lupcat, que forma parte de una colección de diez tapices de este artista.
En el pequeño Museo de Bellas Artes, ubicado en una mansión del siglo XV, podemos toparnos con cetros de las abadías de Toussaint y Fontevraud, y pinturas de Boucher, Chardin e Ingres.

Por donde anduvo un marqués
A 50 kilómetros, por un camino que bordea el río Loire (la D751), con casas de muros de piedras blancas en medio del campo y una muestra de la agricultura de la zona: maíz, champiñones de París, bulbos de tulipanes que se exportan a Holanda y vuelven al resto de Europa con sello holandés, se llega a Saumur. Es la ciudad del Cadre Noir de equitación, una de las dos o tres escuelas más famosas del mundo. Pero, además, Saumur es rica en historia de Francia: en el castillo San Luis daba sus fiestas más increíbles (llamadas "Les non pareillés"). Yolanda de Aragón, madre del rey René de Anjou recibió a Juana de Arco, y Balzac muchos años después se inspiró para escribir Eugènie Grandet. Dicen que el castillo fue visitado por el marqués de Sade...
En una zona de no fácil acceso en invierno (sólo sale un bus diario desde Saumur), pero que significa un desafío a aquellos que aman viajar llevados por la temeridad y la curiosidad incesantes, nos encontramos con la Abadía de Fontevraud, considerada el más grande conjunto monástico subsistente en Francia.
La vida de esta abadía, compuesta inicialmente de cuatro monasterios: el Grand Moñtier, la Madeleine, Saint-Lazare y Saint-Jean -de-l"Habit, fue dirigida por mujeres durante siete siglos.
Fue Robert'Abrissel quien recibió un pedido del obispo de Rennes de reformar la diócesis en el siglo XI y de difundir el Evangelio. Centenas de personas lo siguen en su lucha contra ciertos problemas de la época (disparidad social, crisis de la Iglesia), viéndose en la necesidad de organizar una vida comunitaria. Se instalan en Fontevraud en 1101. Eligen el lugar por su cercanía a las fortalezas de Saumur, Chinon y Loudun, que le daban cierta seguridad en un contexto de plena anarquía política.
A la precariedad de sus comienzos, le sigue una prosperidad material debida a la generosidad de diversas familias angevinas y al apoyo del Papa Pascal II. Los hombres se agrupan en el convento de Saint-Jean-de- l'Habit, las mujeres se dividen en otros monasterios: las vírgenes irían al Grand Moutier y las mujeres casadas o "hijas arrepentidas" irían al Convento de la Madeleine. Por último, enfermos y leprosos, a Saint Lazare o Saint Ladre.
A partir de 1115, y por siete siglos, treinta y seis abadesas se sucedieron al frente de la orden por voluntad de su fundador. Este hecho constituyó un hecho histórico para el contexto de aquel lugar y aquel momento. Su fundador respetaba a las mujeres, tenía mayoría femenina en su orden y sentía una particular devoción por la Virgen María. De allí la decisión de darle una abadesa a la orden, que entre sus principales funciones tenía la de establecer una relación filial entre religiosos y religiosas. Su poder excepcional continuó hasta la Revolución, lo que se explica por la doble protección que recibían: pontificia y real.
Desde el siglo XII, la abadía recibía su poder directamente del Papa. No respondía a ninguna otra autoridad, lo que hacía de la abadía una institución monástica independiente. En lo temporal, dependía inmediatamente de la justicia del rey de Francia, lo que le trajo privilegios y exenciones fiscales. Este status particular le valió el título de abadía real, que contribuyó a afirmar el carácter aristocrático del gobierno del monasterio.
Durante el siglo XII, época floreciente de Anjou, Fontevraud se benefició de los favores de la familia Plantagenet y fue dirigida sucesivamente por mujeres de la aristocracia angevina.
Los siglos XVI y XVII están marcados por abadesas de la familia de los Borbones y en el siglo XVIII la abadía se convierte en un centro de literatos, artistas y miembros de familias nobles, entre ellas las cuatro hijas del rey Luis XV. Recibían lecciones de cálculo, lectura y escritura, clavecín, danza, diseño y religión, en un pabellón diseñado especialmente para su estancia.
En 1789, los bienes del clero son declarados propiedad nacional. Dieciocho meses después ya no quedaba nadie en la abadía, el mobiliario fue vendido y el edificio sufrió un auténtico vandalismo, fruto de la población local más que del fanatismo revolucionario. Napoleón decretó en 1804 el establecimiento de una prisión en la abadía.
El actual proceso de restauración está reparando los daños causados por la Revolución y los siguientes 150 años, en los que se usó como prisión. Hoy merecen verse los claustros del convento principal, que posiblemente sean los más grandes y los mejores del país, con sus bóvedas góticas y renacentistas; las maravillosas cocinas románicas; las efigies Plantagenet, que pueden verse en la nave de la iglesia de la abadía y las pinturas de la sala capitular, que están fechadas en el siglo XVI. El gran refectorio, con su bóveda de arista renacentista, mide 60 metros de largo.
Tomar a la región de Anjou como reto e invitación, viajar según un proyecto propio, dando mínimos oídos a la facilidad de los itinerarios cómodos y de rastro pisado, y perseverar hasta inventar paseos desacostumbrados. Ese quizás es uno de los rostros de la felicidad.



Un castillo feudal sobre el Maine, en Angers.
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