Año 49.074
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  01 de
abril de 2001
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Adiós a un talento
El homenaje al ajedrecista rosarino Gerardo Barbero

Sebastián Riestra

Gerardo Barbero fue el mejor ajedrecista rosarino de la historia. Su prematura muerte, ocurrida en Hungría en la flor de la vida, a los 39 años, como consecuencia de una cruel enfermedad, causó profundo dolor en el ambiente trebejístico de la ciudad, que lo recuerda como uno de sus hijos más brillantes y queridos.
Quien fuera el único nativo de Rosario que luciera el título de Gran Maestro de la Federación Internacional de Ajedrez dio sus primeros pasos trascendentes en el juego ciencia a temprana edad, y se convirtió en campeón local cuando aún no tenía 18 años después de un match -que aún se recuerda- en el cual su ya madura juventud superó la sapiencia de otro notable jugador como Julio Pérez Cascella.

Proyección internacional
Conducido, en esa época, por otro destacado maestro local, el tan talentoso como abnegado Fernando Demeglio, el joven Barbero se consagró titular nacional en la categoría juvenil y viajó a Graz, Austria, a jugar el mundial, donde cumplió una actuación consagratoria contra rivales de jerarquía. En ese torneo Barbero consiguió un sensacional cuarto puesto, y superó -entre otros- al gran jugador estadounidense Yasser Seirawan.
Ya en esa época se podían vislumbrar algunas de las características que constituyeron su estilo. Dotado de una innegable capacidad táctica, Barberito -como se lo conocía- recibió tempranamente la influencia de las inmortales enseñanzas de José Raúl Capablanca. La colección de las partidas completas del genial cubano (en una edición alemana encuadernada en tapas duras de color rojo) era, por esos años, su libro de cabecera, y durante los análisis post mórtem de sus encuentros era inevitable escuchar las referencias del rosarino a los juegos de su ídolo.
Barbero ya se había convertido en un jugador trascendente en el concierto nacional. Una sensacional victoria conseguida en pocas movidas con las piezas negras contra el gran maestro Miguel Angel Quinteros confirmó, por si quedaban dudas, que no era posible ignorar al joven rosarino. Pocos años más tarde Barberito se convertiría en campeón argentino, e integraría el equipo nacional en varias olimpíadas.
Ya con el título de Gran Maestro en sus manos, y radicado en la lejana Hungría, sus visitas al país y la ciudad se fueron espaciando. Sin embargo, su fulgurante recuerdo se mantuvo vivo, pese a las escuetas noticias que de él llegaban. Una nueva generación de jóvenes -encabezada por el maestro internacional Jorge Sánchez Almeyra- ya había recibido y dado continuidad a su legado, ese que provenía de jugadores notables de la ciudad como José María Cristiá, Juan Vinuesa, Romeo García Vera, José María Steimberg, el ya citado Demeglio, Alberto Laurencena, Julio Pérez Cascella, Carlos Sumiacher y Raimundo Sabao.
La triste noticia de su muerte conmovió a fondo a quienes lo conocieron y, como el que esto firma, compartieron con él largas jornadas de análisis y pasión por el maravilloso juego, "una de las maneras más ricas que conoce el silencio". Valgan estas líneas, entonces, como homenaje para quien fuera un talentoso ajedrecista, capaz de dibujar sobre el tablero las filigranas más sutiles de la inteligencia humana.


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