Año CXXXIV
 Nº 49.046
Rosario,
domingo  04 de
marzo de 2001
Min 26º
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"Viajeros extraviados": El laberinto de los apasionados

Paola Piacenza

Robert Louis Stevenson, viajero infatigable, escribió en una oportunidad que debía preferirse un viaje afortunado a un arribo venturoso. Los personajes de "Viajeros extraviados", cuentos de Beatriz Actis (Santa Fe, 1961), privilegian en este sentido el abandonarse a la incertidumbre del traslado a someterse a la exigencia de un destino. Entregados a la digresión de la conversación o de la memoria ("La ciudad muerta", "El día breve") toman tanta distancia del presente, del entorno y de sí mismos, como cuando suben a un avión ("Nocturno") o embarcan en una balsa ("La otra orilla"). "El viaje es siempre una metáfora de la vida", se dice en la contratapa del volumen, pero también lo es el extravío.
En sus desplazamientos -en el espacio y en la memoria- trazan trayectos eminentemente pasionales recuperados como exploraciones y reconocimientos. Para algunos de los personajes, el viaje, por el recuerdo, se vuelve experiencia y en otros, por su actualidad, resulta aprendizaje. Pero, en todos, es un camino por distintas razones inevitable y aceptado por elección o por costumbre. Intuyen que deben recorrerlos por sí mismos: atreverse a cruzar ("Pájaro rojo veneciano"), a atravesar el túnel o demorar infinitamente el tránsito ("La otra orilla").
El extravío en estos relatos es también una forma de incomodidad: los personajes se sienten o bien desalojados o bien atrapados en los espacios que habitan. Románticamente, manifiestan una forma de compromiso con los ámbitos y los paisajes que los definen y transforman. Huyen o miran con sospecha a las ciudades "muertas", los pueblos "inmóviles", las escuelas inhóspitas y las calles fatigadas por el calor y se refugian en el círculo de amigos, en una isla, o en una casa situada en un "suburbio del suburbio". Se juegan la vida entre el aquí, el allá y el irse, por un tiempo o para siempre.
El curso del viaje que representan los cuentos de Beatriz Actis transita por ciertos espacios familiares de la literatura nacional. Se pierde en los suburbios y laberintos borgeanos, se demora en la tórrida geografía santafesina de la narrativa de Juan José Saer y mira, desde "la otra orilla", las frágiles barrancas del río de Juanele Ortiz. El desolado vacío de la llanura pampeana en el que Sarmiento cifraba la barbarie argentina durante el siglo XIX pierde su carácter moral pero conserva su extrañeza y su misterio. "La primera mirada, la de mi infancia -declara la protagonista de «La ciudad muerta»- no encontró límites en ninguna parte de ese inmenso paisaje vacío: la llanura". La falta de límites posibilita la aparición de distintas formas de la sorpresa que desnaturalizan e interrumpen la continuidad que supone la tierra plana. Lo atípico aparece cuando un grupo de jóvenes lee en Rafaela la primera edición de "Historia universal de la infamia" de un todavía ignoto Jorge Luis Borges ("El libro blanco"); lo inesperado cuando "un mundo sin retos ni prohibiciones" se torna fatal en un viejo depósito de zapatos ("Frontera"); lo imposible cuando la ciudad de Santa Fe queda "tan cerca del mundo como cualquier capital europea" ("Verano europeo"). La lengua de la escritura también viaja: Beatriz Actis transita terrenos ajenos sin incurrir en la cita, recorre con destreza distintas voces narrativas en los diálogos y en el estilo indirecto libre, disloca el registro de sus personajes moviéndose entre la ternura y la crueldad.
Contra los presupuestos de fidelidad de una literatura "regional" o turísticos de una literatura de "viaje", en estas narraciones se cuenta que el puente colgante se ha caído; la laguna, desbordado; la balsa ha dejado de cruzar a Paraná por la inundación y el recorrido de la "L" amarilla comunica y denuncia la lejanía de Sauce Viejo respecto de la Capital de la provincia en una descripción irónica del paisaje familiar. La referencia geográfica a las ciudades y a los barrios e histórica a ciertos acontecimientos nacionales y europeos no tienen una pretensión realista que procure delimitar los contornos de una zona y de una circunstancia porque han sido relevados en su función por otros objetos aleatorios. Son los libros, las postales, los amigos y los recuerdos de infancia los que adquieren carácter de hito cuando testimonian peregrinaciones ("Pájaro rojo veneciano"), alejamientos ("El día breve") y exilios ("La ciudad muerta").
Estos "pasajeros en tránsito" ignoran las demarcaciones porque pueblan espacios excéntricos. Viven donde comienza "el boulevard y comenzaba el suburbio"; en calles de "tierra con los zanjones al costado" y no tienen otro equipaje que la precariedad de "la ropa de invierno y el gato", como cuenta Lidia Schultz, la protagonista del primero de los cuentos. Un día saben que tienen que partir o aceptar, con resignación, ver alejarse -en el tiempo, en el espacio o en su diferencia- a los que aman.



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