Año CXXXIV
 Nº 49.032
Rosario,
domingo  18 de
febrero de 2001
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Episodios como el del Colegio Alemán, ¿son travesuras infantiles?
Marisa Germain: "Los adultos tienen serias dificultades para marcarles los límites a los chicos"
Para la psicóloga deben testearse las expresiones discriminatorias de los jóvenes

Laura Vilche

"Son cosas de chicos", suele ser la frase más a mano que encuentran algunos adultos al momento de apañar a los menores. Pero, ¿hasta qué punto sirve la expresión cuando se trata de justificar con ella un episodio como el de las pintadas nazis realizadas supuestamente por alumnos en el patio del Colegio Alemán de Rosario? ¿Cuál es el límite de la travesura? ¿Quiénes son los responsables? ¿Los chicos, sus padres, la escuela, o todos? La psicóloga y profesora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Marisa Germain, intentó dar algunas respuestas a estos interrogantes. La profesional habló con La Capital de la transgresión de los jóvenes, pero también reflexionó sobre los adultos de la Argentina de hoy. De su incapacidad de poner límites y de sus propias transgresiones sobre las que dijo: "Están tan obscenamente expuestas que frenan la posibilidad de que los jóvenes consoliden un sistema de valores y comprendan los efectos de sus actos".
-¿Puede aceptarse que episodios como el de las pintadas nazis en el Colegio Alemán sean considerados "cosas de chicos"?
-Estos hechos deben analizarse desde distintos ángulos. Por un lado hay que considerar la conducta de los adolescentes en términos sociales. Es decir, en la infancia los chicos reciben las pautas culturales, hábitos y valores de padres e instituciones sociales sin resistencia. Pero en la pubertad y en la adolescencia se comienza a tener posiciones más críticas respecto de las tradiciones de los adultos. Esto es habitual, todos hemos producido intentos de transgresión y llamados de atención a esta edad.
-Pero, ¿cuál es el límite de esa transgresión?
-En el caso de la sociedad argentina, la transgresión adulta está tan obscenamente expuesta, que queda realmente poco espacio para que los jóvenes consoliden un sistema de valores y comprendan los límites. En Argentina, donde los adultos tienen tantas dificultades para marcar límites, parece que no queda en pie nada del orden de lo sagrado. La vida, que en cualquier cultura se considera algo intocable, aparece en nuestra sociedad como algo muy debilitado. Basta leer el diario para dar cuenta de ello. Entonces, no debe sorprendernos que los jóvenes intenten transgredir tradiciones. Reivindicar el nazismo es un ejemplo, es referirse a algo que claramente no debe ser dicho.
-¿Por qué ante serias transgresiones de los jóvenes algunos adultos intentan banalizar los hechos?
-Hay varias razones que llevan a minimizar las cosas. Cuestiones económicas, de prestigio. Pero además hay un elemento que es parte de la tradición de nuestra sociedad: la estrategia de esconder la cabeza como el avestruz. Hacer como si las cosas no existieran es la peor respuesta. Para los directivos de una escuela o para los padres, la más tonta y peor de las alternativas es la de decir "no es para tanto", "esto no es lo que parece", "son cosas de chicos". Sostener eso es lo mismo que decir "esto carece de significado", y quitarle sentido a los episodios es el peor modo de encararlos.
-¿Y cuál es la actitud alternativa?
-Sin dudas hay que interpelar los hechos, interrogarlos. Si un chico escribe o dice agresivamente que una persona es homosexual o es negra, y un adulto no le pregunta por qué y desde qué lugar lo dice... Si no se testean con los chicos todas las formas de discriminación, el adulto se hace cómplice de esa actitud.
-Es importante que esté el adulto marcando los límites, señalando la ley...
-Por supuesto. Lo que sucede es que hace tres o cuatro décadas la crianza de los niños dependía mucho más del entorno más inmedito. La familia tenía más injerencia en la transmisión de las pautas a los hijos. Pero, en la medida en que la penetración de los medios masivos se ha extendido y que la socialización fuera de la familia se ha hecho más temprana porque, por ejemplo, los chicos ingresan cada vez con menos edad a las guarderías; la formación de las significaciones, las pautas valorativas y morales de los chicos, dependen menos de los padres en sentido inmediato. Y si encima los padres no median ese impacto que les viene a sus hijos de afuera... Es decir, si no pueden estar allí para preguntarles, sostener sus interrogantes, ver cómo asimilan y procesan esas pautas, es inevitable que otro tipo de instituciones logre más impacto sobre los mensajes. Claro que hoy en día es difícil encontrar ese tiempo para estar con los hijos, pero es justamente por eso que no hay que dejar pasar las oportunidades para interpelar.
-¿Cómo es eso?
-Por ejemplo, con mi sobrina de 5 años tuve una charla con respecto a una niñita rumana que estaba en la peatonal. Me preguntó por qué mendigaba si no era "negra, ni pobre". Cuando uno escucha ese tipo de cosas tiene que pararse, preguntar y trabajar con el chico desde las propias pautas culturales, porque si no, esos discursos quedan instaurados en algún sentido, y funcionan.
-¿Que "funcionan" significa que esas frases discriminatorias irán en aumento inexorablemente?
-Lo que no puede ser interrogado sigue su curso, no deja de existir. Uno no puede saber el origen de un discurso discriminatorio a menos que se tome el trabajo de interpelarlo. Ahora, si anticipadamente se construyó como respuesta "estas son cosas de chicos", no se sabe adónde puede disparar el discurso. Por algo las frases están escritas, donde están escritas y son dichas donde son dichas. No podemos hacernos los tontos.
-Por otro lado, apelar al argumento "son cosas de chicos" ¿no le quita responsabilidad a los jóvenes?
-Claro que sí. Cuando se dice que la adolescencia se ha extendido, sin dudas se señala la demora en la responsabilización, y esto tiene que ver con una cultura que supone que la minoridad no tiene que dar respuestas de sus actos. Por supuesto que los grados de responsabilidad difieren con la edad. Pero si un adulto no le dice a una criatura de 4 años que al tirarle un juguete a su hermano puede dañarlo, corre el riesgo de que al chico se le instale como pauta que no tiene por qué hacerse cargo de su acción. Y los chicos ante estas acciones cotidianas, claro que son responsables.



La profesora reflexionó sobre chicos y grandes.
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