Año CXXXIV
 Nº 49.032
Rosario,
domingo  18 de
febrero de 2001
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La escritora chilena explica por qué se inició en el género de relatos con el libro "Un mundo raro"
Marcela Serrano: "En un cuento irse por las ramas es criminal"
Durante años la novelista se negó a escribir relatos porque sentía que invadía un terreno que no era el suyo. La realidad mexicana la animó a probar el género

Patricia Suárez

Marcela Serrano comenzó a escribir tardíamente. Recién publicó su primera novela a los 40 años. El éxito fue inmediato y la escritora chilena siguió en ese género, cerrándose a cualquier otra iniciativa hasta que el año pasado, influenciada por su vida en México, se decidió a probar con el relato. El resultado fue "Un mundo raro", que publicó Grijalbo Mondadori. En ese libro están sus temas y sus pasiones, según aseguró a La Capital. "Irse por las ramas en un cuento es un crimen", dijo para diferenciar el relato de la novela, el género que la consagró.
—¿Cómo ha sido su incursión en el relato? En un viejo reportaje que le hizo su hermana en un programa de Cecilia Bolocco, ella comenta que usted escribía relatos de niña, ¿ha sido como retomar una voz o un deseo de la infancia?
—La verdad es que nunca había escrito un relato en mi vida, ni siquiera en la infancia (mi hermana se debe haber referido con esa palabra a mis novelas cortas). Mi incursión se debió a una política personal de flexibilizarme. Es que yo siempre decía, frente a un artículo, a un pequeño ensayo, a una crítica literaria, a cualquier cosa que no fuese una novela: "No, yo no escribo eso". Hasta que mi vida en México me fue obligando a penetrar en cada uno de los géneros, dándome un enorme goce. El único que quedaba era el cuento, y me dije, ¿por qué no?
—¿Cuáles son, para usted, las diferencias, dificultades y satisfacciones que plantea la escritura de un relato respecto de una novela?
—Creo que esta pregunta da para escribir un ensayo. Si pudiese sintetizar, a riesgo de ser poco rigurosa, diría que el aliento largo de la novela exige un mundo y una visión acabada de éste, mientras que el relato permite una fragmentación de ese mundo, un foco determinado que puede ser puntual y pequeño. Eso es muy liberador, no cargar con el enorme universo que exige la novela. La dificultad probablemente se refiera a la exactitud, el relato debe ser exacto, sería un crimen irse por las ramas, cosa que si está permitido —de ciertas maneras— en la novela. Por último, me entusiasma la idea de que el relato puede abordar la contingencia, lo inmediato, como una forma diferente de ir atestiguando el acontecer.
—¿Está usted satisfecha con los relatos de "Un mundo raro"?
—Mis satisfacciones literarias son tan arbitrarias, nunca quedo con una idea permanente adentro, varían según el momento y la circunstancia. Lo que sí me dejó satisfecha fue haber roto el tabú personal de "Yo no escribo cuentos" y haberme divertido tanto haciéndolo.
—"El amor en el tiempo de los dinosaurios" es el más bello relatos de los dos. ¿Cómo surgió este texto?
—Surgió a raíz de una petición que me hizo el diario español El País, querían un cuento mío para ser publicado en el mes de verano. Habían pasado pocos días desde las elecciones mexicanas y el aire estaba tan impregnado de ellas que no podría haber escrito sobre otra cosa.
—¿De qué cosas parte para escribir un texto? ¿Son imágenes, hechos, recuerdos?
  —De imágenes, siempre imágenes (que luego pueden unirse a una memoria determinada o a un hecho).
  —¿Cuánto tiempo puso usted para escribir los relatos?
  —Creo que unas dos semanas en el primero y una semana en el segundo, no recuerdo bien.
  —¿Quiénes son sus maestros a la hora de escribir cuentos?
  —Ninguno, ya que nunca había necesitado invocarlos. Hoy llamaría a Raymond Carver, creo que es el mejor.
  —Sus padres son escritores, y su madre, Elisa Serrano, ha dicho usted que era una figura difícil de enfrentar a la hora de escribir. ¿Cómo vive ahora la relación con su madre, en el sentido en que, de una manera o de otra, son dos mujeres cuyas vidas están atravesadas por la literatura de una manera activa?
  —Toda relación con la madre, como bien sabemos, tiene su cuota de conflicto. Si empecé a escribir tan tarde, fue precisamente porque necesitaba diferenciarme de ella aunque fuese ahogando mis ganas de escribir (a nivel inconsciente, por supuesto). A fines de los años ochenta, ella tuvo una enfermedad que le impidió volver a escribir y fue sólo entonces que empecé a hacerlo yo. Por esa razón, nuestra relación hoy goza de bastante sanidad, no estamos atravesadas por un mismo quehacer actual, por lo tanto, evitamos un cruce muy directo.
  —¿Cómo se inició su interés por los libros? ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?
  —Nací leyendo. No me recuerdo a mi misma sin un libro en la mesa de noche. Aún cuando me dedicaba a las artes visuales, era una lectora compulsiva, nada me ha dado más satisfacciones en la vida que la lectura. El primer libro que debo haber leído fue Mujercitas de Luisa May Alcott y lo leí muchas veces. Me salté a Verne y a Salgari porque mi casa era de puras mujeres y esos libros no llegaban. Luego pasé a Stevenson y La isla del Tesoro, una de mis novelas favoritas hasta el día de hoy. (Aunque Melville fue uno de ellos, no vine a entenderlo hasta después). Los rusos estuvieron en mis primeras lecturas, quedando Dostoievsky muy adentro.
  —Usted tiene cuatro hermanas, a tal número de hermanas no se puede dejar de pensar en la literatura de Jane Austen, quien, a su manera, cargó con el prejuicio de ser una escritora de mujeres, que usted carga. ¿Siente una identificación con ella como autora?
  —Jane Austen es mi escritora favorita y muchas veces que me han pedido que me identifique con alguna figura literaria, lo he hecho con ella. Lo que más le envidio es su figura poco complicada, tan entregada a las molestias de la vida sin detenerse en ellas. Escribía en la mesa del comedor, entre los gritos de sus hermanos y la confección de la comida y era capaz de abstraerse de ello. Jane Austen es definitivamente un personaje maravilloso.
  —¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
  —Las mujeres anglosajonas, tanto las antiguas como las actuales. Desde Austen, pasando por George Elliot, las Bronte, Virginia Wolf, etc. Pero también leo a los hombres, no me pierdo un libro de Javier Marías o de Ian McEwan. En estos últimos años he leído mucho de literatura mexicana, desde sus espléndidas mujeres (Rosario Castellanos, Elena Garro, Elena Poniatowska, Angeles Mastretta, Sara Sefchovich) hasta sus más clásicos, como Rulfo o Fuentes. En este momento leo a José Revueltas, autor de los años treinta. Quisiera tener tiempo para la relectura, hay tanto que quisiera releer y me pregunto cuándo lo haré (pienso en Stendhal, en Proust, en Kafka, en Henry James, a quién disfruto tanto, en Joseph Roth, uno de mis favoritos). No quisiera cerrar esta pregunta sin referirme a la novela negra, de la cual soy una gran fanática. Hammett y Chandler ocupan una parte crucial de mi estante de libros. Y ahora me estoy volviendo una adicta de Ruth Rendell, de Sue Grafton, de Amanda Cross, y sobre todas, guardo mi lealtad a ella, la mejor: Patricia Highsmith.
  —¿Cuáles son sus planes para el futuro? ¿Alguna otra novela?
  —El futuro es ya, desde hace un buen tiempo. Estoy sumergida en una novela y lo estoy fanática y obsesivamente. Escribo muchas horas al día, encerrada en mi escritorio, sin saber del mundo, sin viajes, nada. Estoy fascinada y asustada a la vez, como me ocurre cada vez que empiezo este proceso. Lo único que puedo adelantar, como ya lo hice frente a la prensa mexicana, es que sucede en México y que el conflicto de Chiapas es su trasfondo. Y por cierto, los personajes centrales son mujeres.
  —¿ “Un mundo raro” despertó en usted el deseo de escribir más relatos?
  —Sí, definitivamente. Creo que será muy refrescante hacerlo en el futuro, entre novela y novela, como una pausa necesaria.



Serrano aseguró que durante años evitó ser escritora.
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