Año CXXXIV
 Nº 49.029
Rosario,
jueves  15 de
febrero de 2001
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Editorial
Acechanza en los puentes

Suena bastante ridículo, pero en este inmenso muestrario de situaciones insólitas e increíbles que en materia de seguridad es la Argentina de hoy bien puede decirse que los puentes acechan a quienes circulan por las autopistas. Obviamente, no lo hacen por sí mismos, sino por el accionar, prácticamente impune, de los delincuentes que utilizan a esas construcciones para cometer sus tropelías.
Es viejo el conocimiento de las agresiones que, en general en zonas cercanas a villas de emergencias, se operan desde los puentes, desde los cuales se arrojan elementos contundentes contra los vehículos que transitan por debajo. Algunas veces los ataques responden a expresiones de vandalismo; otras, a tácticas para consumar asaltos.
La crónica policial reciente reveló algunos casos espeluznantes. Por ejemplo, el del turista que acabó muerto en la autopista Buenos Aires-La Plata, cuando desde un cruce elevado el ómnibus en el que viajaba fue atacado con un pesado bloque de cemento armado. El proyectil atravesó el parabrisas del piso superior, en cuyo primer asiento dormía la víctima, que terminó muerta.
Días después, en el cruce de Circunvalación y Uriburu de nuestra ciudad, tres unidades de una empresa de transporte que une Buenos Aires con Salta fueron agredidas a pedradas, con el fin evidente de asaltar al pasaje. Hubo cristales rotos y algunos heridos. Como los choferes no se detuvieron inmediatamente, lograron evitar el asalto e incluso alertar a una unidad policial que persiguió a los malhechores. Estos se resistieron a los tiros, hiriendo de gravedad a uno de los policías. Alertados otros patrulleros, la persecución y el tiroteo continuó hasta la villa de emergencia de Avellaneda, entre Circunvalación y Uriburu. El enfrentamiento acabó con dos de los agresores muertos y uno prófugo.
La sola atención de estos casos -existen muchos más- permite apreciar la magnitud y peligrosidad que esta modalidad delictual ha adquirido en los últimos tiempos. Se trata de un problema enorme que, de no ser solucionado a tiempo, se hará sentir con mayor virulencia en el futuro, donde con seguridad habrá que llorar nuevas tragedias. Tal solución no es fácil, aunque sí posible. Demanda un mayor esfuerzo económico y humano, pero resulta imperioso intentarla. Iluminación de los sitios neurálgicos, cerramiento con fuertes mallas de hierro de todos los puentes que cruzan las vías rápida de circulación vehicular y una mayor presencia policial constante son las líneas de acción que indica el sentido común.
Es de esperar que en poco tiempo más esta columna tenga que destacar que, en beneficio de la seguridad colectiva que el Estado tiene la obligación de garantizar, todo esto (o algo, aunque más no sea) ya se está llevando a cabo.


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