Daniel Leñini Mauricio Maronna
Las dos decisiones más importantes de mi vida las tomé de la mano de Rodolfo Galimberti. Una, hacerme militante integral de Montoneros, y la otra, 10 años después, regresar al país en 1982 en un momento en que me iba muy bien en España: era socio de un estudio jurídico junto a Rafael Bielsa y Arturo Gandolla y había sido padre de un varón. Lisandro Brebbia, abogado, ex concejal recordado por haber estado preso, se sorprende por la cantidad de gente que últimamente lo detuvo para decirle que aparecía citado en uno de los libros más comentados del verano: Galimberti, de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA. El pesado tomo, escrito por dos periodistas de la revista Noticias y referido a una de las figuras mas irritantes de la política de las últimas décadas, narra que Galimba se instaló por algunos meses en el departamento de Brebbia, en Rosario, escapando de Buenos Aires. El entonces amigo rosarino, recuerda: Antes de conocer a Galimberti yo era un militante político periférico, espasmódico y errático desde el punto de vista ideológico. Trabajaba en el Banco Nación y estaba en las Farc, una organización de cuadros más bien marxista, cuyo líder emblemático era Carlos Olmedo y que en 1973 se fusionó con Montoneros. Formar parte de Montoneros me hizo dejar mi profesión, mi familia, mi padre, y pasar a correr peligro de muerte a cada instante, remarca. A Galimberti lo alojé en 1975, ser amigo de él era sinónimo de ser boleta, una cuestión que en el texto está considerada livianamente. Rodolfo era un cuadro de una formación teórica y militar espectacular y de un carisma impresionante, apunta Brebbia: Con las disidiencias que yo iba acumulando en Montoneros y que culminaron con la muerte de (José Ignacio) Rucci, creo que mi militancia habría acabado si no hubiese convivido esos siete meses con Galimberti. Toma un poco de agua y apunta: Venía a casa los lunes, de clandestino, y juntos íbamos a hacer karate al club Huracán. Estaba cambiado, no hablábamos con nadie; Rodolfo llegaba al gimnasio y metía todos los fierros en el casillero porque lo perseguían por todos lados. Hasta que algunos se dieron cuenta. Un día escuchamos que en el vestuario decían: Che, para mí que ese es Galimberti. Ahí nomás decidió marcharse de Rosario. -¿Cómo se explica el giro posterior de Galimberti, su mimetización con los torturadores, el tráfico de armas, ser agente especial de la Side y hoy responsable de la seguridad del Exxel Group? -No lo puedo responder. Es como si me dijeran que un amigo mío violó a un nenito de cuatro años mientras estaba de vacaciones con su mujer en Mar del Plata. No lo sé, son cuestiones inexplicables. Que Galimberti tenga una agencia de seguridad ya me resulta deleznable. Que haga tareas de inteligencia para empresas oligopólicas o esté asociado a ex agentes de la CIA que se jubilan a los 45 años, amplía mi incomprensión. Ser amigo de (el ex torturador) Rádice o de Romero Victorica... No lo entiendo. Yo con Romero Victorica, más que el saludo, no tendría qué decir. Lo mismo me pasa con algunos personajes de Rosario a quienes puedo tener la cortesía de saludar, pero de ahí a ir a cazar ciervos... Creo que en Villa Diego me bajaría del auto. -¿Tuvo algo que ver el menemismo? -El menemismo le liberó a Galimberti todo su recato. Es un orgullo haber sido amigo de él pero en este momento no lo soy. Y no coincido para nada en ese merchandising que detenta, los autos Porsche, las motos Harley Davidson, vivir de una manera hedonista y fastuosa comiendo manjares todos los días y tomando vinos de 60 dólares, como narran los últimos capítulos del libro. Creo que la oportunidad nuestra se perdió y rescato aquellos momentos de militancia. Que él desprecie a Vaca Narvaja y Perdía porque no hicieron plata, como dice en el libro, creo que es una situación que a éstos lejos de humillarlos, los dignifica. -Usted estuvo preso por corrupción. ¿Sintió que había traicionado los ideales setentistas? -Me equivoqué y lo pagué bastante caro, con más de dos años de cárcel. No es un atenuante, pero debo decir que estuve en una barra de improvisados. (Se refiere a cuando fue concejal y terminó encarcelado por coima). Llegué a la Argentina tras seis años de exilio y enseguida me encontré con un cargo, ese fue mi problema. Y como tantos, pensé que la democracia duraba dos años y pronto había que escapar de nuevo, porque esa había sido nuestra experiencia. Es más, creo que hubo una correspondencia directa entre Semana Santa y el acrecentamiento de la actividad recaudatoria de la política: otra vez parecía el fin, volver al exilio y recomenzar. Y cada movimiento de cambio de continente era una fortuna. No estábamos convencidos de que perdurara la democracia porque la habíamos vivido nada más que dos años con Frondizi, dos con Illia y dos con Perón, lo de Isabel no se puede computar. Que yo, que había sido oficial montonero, haya cometido esos errores todavía hoy me resulta inexplicable.
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