Año CXXXIV
 Nº 48990
Rosario,
domingo  07 de
enero de 2001
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Sobre una obra maestra
La aparición de El Eternauta marcó un punto de inflexión en el cómic nativo

Judith Gociol Diego Rosemberg

Siempre resulta difícil decir algo nuevo acerca de un símbolo y, a esta altura, El Eternauta es eso: un mito. Publicadas en 1957, desde el primer número de Hora Cero Semanal y durante dos años, esas 350 páginas apaisadas marcaron un punto de inflexión en la historieta argentina. Con esta obra -dice acertadamente Juan Sasturain-, se sintetizan y, culminan todas las búsquedas del guionista Oesterheld en el campo de las posibilidades de la aventura.
Una nevada mortal, de copos fosforescentes, cubre -de repente- a Buenos Aires. Es el primer signo de una invasión extraterrestre. Una figura remanida de la ciencia ficción es tratada de un modo absolutamente novedoso para la historieta: la localización porteña de una aventura que irrumpe de pronto en la cotidianidad, la situación tipo Robinson de un grupo humano; un héroe que va y viene en el tiempo; la profundización del dolor, de las contradicciones humanas y de valores como la amistad, la solidaridad, la compasión. Si bien varios de estos elementos habían aparecido ya en otras obras -incluidas las del propio Oesterheld-, lo realmente logrado de El Eternauta es su combinación en una historia tan profunda y conmovedora como atrapante y entretenida. Poesía en formato de historieta.
-Este... ¿Quién eres tú? -pregunta en el primer episodio un guionista que ve corporizarse frente a su escritorio a un extraño personaje-.
-Podría darte centenares de nombres. Y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizás el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo de fines del siglo XXI: El Eternauta me llamó él para explicar en una sola palabra mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad, mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos.
Juan Salvo, El Eternauta, cuenta que la invasión lo sorprende en su casa, junto a su mujer Elena y su hija Martita, mientras jugaba una partida de truco con unos amigos: Favalli es profesor de física y tiene la cara de Rogelio Frigerio (el entonces asesor económico del gobierno de Arturo Frondizi); Lucas Herbert, empleado de banco y fanático de la electrónica como su compañero, y el jubilado Polsky. Juntos enfrentan a rayos paralizantes, cascarudos gigantes, hombres-robots, manos, gurbos y -finalmente- a los Ellos que dominan a todos esos seres, enemigos que no por eso dejan de ser creaciones maravillosas de Oesterheld y Solano López.
Así está compuesto el héroe colectivo: un muestreo de la composición de la sociedad frondizista, en la que se impulsa el desarrollo de la industria nacional, se hace un culto a la tecnología y a la ciencia, y -tal como se ve en las viñetas- se pelea por defender la educación laica o imponer la religiosa.
El Eternauta del 5-7-59 -dice Sasturain- es un texto que respira el clima ideológico y la propuesta social del desarrollismo que se propone como salida para los sectores medios y el país todo. La alianza de clases, el reconocimiento del papel fundamental del sector obrero, la presencia necesaria de los militares y la incorporación de los intelectuales son el marco en el que el protagonista -¿qué otra cosa podía ser sino un pequeño industrial nacional...?- sale de su casa a cumplir un deber histórico, un desafío.
A poco de empezada la resistencia, sólo quedan con vida Salvo y Favalli. Hace algunas horas los hombres nos cazábamos como fieras: nos asesinábamos apenas nos avistábamos... Ahora, cuando sabemos que los enemigos son seres extraños a la Tierra nos sentimos todos humanos. Tenía que ocurrir semejante catástrofe para que los hombres aprendieran lo que no debieron ignorar nunca..., piensa el profesor de física.
Mientras, nuevos personajes se suman a la lucha: Mosca, el historiador; Pablo, el empleado de la ferretería; Franco, obrero fundidor... Es curioso -piensa El Eternauta- como todos estos hombres que hace dos días ni nos conocíamos siquiera, formamos ahora un cuerpo orgánico, resueltos todos a jugarse a fondo contra el enemigo.
El chalet de Vicente López, la avenida General Paz, una estación de ferrocarril, la cancha de River, donde transcurre uno de los combates clave: Subí los escalones de la tribuna -relata Salvo-, por fuerza me encontré pensando en el pasado otra vez. ¿Cuánto tiempo hacía? Cuando yo subía aquellas gradas buscando un buen lugar... Fue cuando el homenaje a Labruna... Era un jueves, el estadio estaba lleno a pesar del día hábil. Volvió a jugar la famosa delantera de Pedernera, Moreno y los otros. ¿Quién me diría entonces que algún día subiría los escalones para agradecer a un hombre por haberme salvado la vida?.
Las barrancas de Belgrano, la estación Plaza Italia del subterráneo, la calle Paraguay a unas cuadras de la avenida Callao: el camino hacia el cuartel general de la invasión, montado en la Plaza de los Dos Congresos. El dibujo de Solano López es preciso, realista, de impresionante expresividad en las caras, en las manos, en los ojos. Los lugares son perfectamente reconocibles, una reconstrucción minuciosa de la Buenos Aires de la década del 50. No usé fotos ni fui a los lugares a tornar apuntes, dibujé la ciudad tal como la recordaba -cuenta el dibujante-. Me dije que si yo la recordaba así, la gente la iba a reconocer.
Es la expresión gráfica de lo que Sasturain bautizó como el cambio de domicilio de la aventura: No ha de consistir, solamente, en trasladar la acción al suelo patrio, intercalar la palabra canejo en los parlamentos o hacer aparecer regularmente la sombra del obelisco contra el horizonte... La dependencia cultural -y Oesterheld lo intuyó- se hace sentir también en la restricción que sufre el dependiente, en el manejo del imaginario posible.
Hacia el final de la historieta, Salvo, su mujer y su pequeña hija se introducen en un extraño aparato que los proyecta al espacio, a otro tiempo. Por un error de la máquina El Eternauta queda separado de su familia y, desde entonces, la busca por el espacio y el tiempo. Y en esa búsqueda se corporiza en la silla que hay delante del guionista frente al que el personaje cuenta la historia.
Al final, el guionista descubre el elemento más inquietante del relato, la invasión todavía no había ocurrido. ¿Será posible? -se pregunta con desesperación el autor-. ¿Será posible?
(de La historieta argentina).


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