Año CXXXIV
 Nº 48990
Rosario,
domingo  07 de
enero de 2001
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El Papa recordó el pedido de perdón de la Iglesia por los pecados cometidos
Juan Pablo II cerró la Puerta Santa para poner fin al año del Jubileo
Unas cien mil personas asistieron a la ceremonia que tuvo como escenario el símbolo de la entrada al paraíso

El Papa Juan Pablo II cerró ayer la Puerta Santa de la basílica de San Pedro para poner fin al año del Jubileo que atrajo 25 millones de peregrinos al Vaticano. El Año Santo, que los pontífices suelen proclamar cada 25 años, coincidió esta vez con el cambio del siglo y del milenio. Desde hace mucho tiempo Juan Pablo II había creado una entusiasta expectativa por el acontecimiento, como coronación de su pontificado de 22 años y una oportunidad de rejuvenecer la Iglesia Católica y sus mil millones de fieles.
Un asistente sostuvo el brazo izquierdo del Papa, que tiene 80 años y está enfermo, mientras el pontífice cerraba la hoja derecha de la puerta de bronce en el atrio de San Pedro. Cuando cerró la hoja izquierda, un atronador aplauso prorrumpió en la plaza de San Pedro, donde unas 100 mil personas se congregaron y observaron la ceremonia por pantallas de televisión.
Ayer, los peregrinos pasaron por la puerta al ritmo de 100 por minuto, como parte de un ritual del Año Santo que les brinda la remisión de los pecados. Sabemos con certeza, oró el Papa, que se arrodilló dificultosamente en los escalones frente al portal, que la puerta de vuestra clemencia nunca se cierra para quienes creen en vuestro amor y proclaman vuestra compasión.

La ocasión del Jubileo
Posteriormente, durante una misa, Juan Pablo II reflexionó sobre los acontecimientos del Año Santo, incluyendo una semana en agosto cuando dos millones de jóvenes acamparon en Roma, y un día en que pidió perdón públicamente por las faltas de la Iglesia a lo largo de su historia. El gran Jubileo nos ofreció una ocasión providencial de llevar a cabo la purificación de la memoria, pidiendo el perdón de Dios por las infidelidades cometidas en estos 2000 años por los hijos de la Iglesia, dijo a la multitud.
En comparación con la Nochebuena de 1999, cuando el Papa abrió la puerta en una ceremonia gozosa de danzas, canciones y vestimentas coloridas, la de ayer fue solemne y discreta. El pontífice, que al abrir las puertas hace más de un año vistió una capa multicolor, esta vez lució un elegante atavío áureo.
El Papa se hincó en actitud reflexiva varios minutos hasta que su asistente le ayudó a levantarse y se dirigió a la plaza para decir misa.
Los fieles que se acercaron ayer a la Puerta Santa tuvieron mucha más suerte que los miles que permanecieron allí la noche anterior bajo una lluvia fría que caía a cántaros mientras esperaban llegar a la puerta en las últimas horas del Año Santo del Vaticano, que marca el inicio del tercer milenio de la cristiandad.
Muchos se quitaron los abrigos en la mañana brillante mientras esperaban hasta cuatro horas para cruzar la puerta. Algunas personas se tomaron fotografías unos a otros o comían algún tentempié.
La Puerta Santa permaneció abierta hasta las 6 (11 hora de la Argentina), para permitir que la última persona en la fila pueda pasar. La fila, de siete u ocho personas de frente, zigzagueó a través de la amplia plaza adoquinada y subió la escalinata de la basílica, atravesando la puerta a ritmo de cerca de 100 personas por minuto.
Giampiero Pierobon y su esposa, junto con su hija de 9 años de edad y su hijo de 6 años, llegaron al final de la fila poco antes de la aparición del Papa al mediodía. Estamos aquí porque somos creyentes practicantes, dijo Pierobon. Agregó que su familia, que es de Cittadella, en el norte de Italia, programó sus vacaciones navideñas para estar en Roma justo antes de que se cerrara la Puerta Santa. Esperar otros 25 años quizá sea demasiado, señaló.
Los peregrinos pueden ganar una indulgencia, o remisión de castigo por sus pecados, al pasar a través de la Puerta Santa de San Pedro, así como a través de las puertas de otras varias basílicas. El cruce debe ser acompañado por oraciones y otras acciones como la confesión y recibir la comunión.



El sumo pontífice cierra una hoja de la Puerta Santa.
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