Año CXXXIV
 Nº 48.978
Rosario,
domingo  24 de
diciembre de 2000
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Pinamar: Un estilo de vida
El collar de balnearios donde la gente se queda hasta que anochece, bailando ritmos agitados en la arena o simplemente mirando pasar los largos días del estío

Corina Canale

Cuando Jorge Bunge y Héctor Guerrero llegaron a la desolada comarca de playas anchas y enormes médanos vivos supieron dos cosas: que eran los primeros en atreverse a soñar con una ciudad en medio del arenal y que esa ciudad la construirían ellos y se llamaría Pinamar.
Corría la década del 40 cuando los dos pioneros iniciaron la titánica lucha contra las grandes masas de arena. Una lucha en la que ya estaba empeñado, desde los albores del siglo, un grupo de belgas de Ostende que luego de muchas frustraciones se fueron dejando un hotel que sobrevivió a aquella epopeya y un lugar con el nombre de la lejana ciudad recostada sobre el mar del Norte.
La experiencia de los belgas le sirvió a Bunge y Guerrero para saber que no había que tocar los médanos, pero sí fijarlos. Y cuando vieron que la tierra estaba firme, la imaginaron fértil y plantaron árboles en lo que sería el balneario atlántico más sofisticado.
El antiguo desierto se convirtió en un bosque de pinos y la ciudad -aquella Pinamar que soñaron los pioneros- en un lugar donde cada uno encuentra lo que busca. Desde el muelle de pescadores hacia Valeria del Mar hay playas tan silenciosas y extendidas que allí recalan los solitarios.
Pero desde la Bunge y la avenida del Mar, hacia La Frontera, donde Badía instala desde hace años su Estudio País, en exacta diagonal con la terraza del bar La Lucarna -famoso por su café con coñac, canela y otras exquisiteces-, comienza la movida.

Rabas al ajillo
Es un collar de balnearios donde se comen rabas al ajillo con vino blanco helado, y la gente se queda hasta que anochece, bailando ritmos agitados en la arena o simplemente mirando pasar los largos días del verano.
En el centro de la ciudad la cita obligada es Innsbruck, el punto neurálgico de los encuentros sociales. Y para los turistas habituales ya es un rito reservar una noche para comer los ñoquis rellenos de la Sociedad Italiana.
Los jóvenes encuentran muchas caballerizas en la entrada de la ciudad, donde un grupo de chicos del lugar los inician en las cabalgatas por los bosques cercanos. Una silueta que rápidamente se hace conocida es la del todo terreno Gigante, una mole pintada de colores que transita las dunas como si nada.
El Gigante y los vehículos más pequeños de Celeste y Mauricio van hasta el cementerio de caracoles y llegan a lugares escondidos donde se enseña arquería, un deporte que la pareja aconseja para centrar la mente.
La actividad nocturna pinamarense tiene dos reductos especialísimos: Ku y El Alma, que están uno junto al otro y donde todos bailan hasta la madrugada. Para los más grandes hay pequeños lugares como Pino Bar, donde siempre suena un piano. Y el día, en este balneario, es como corresponde: a pura playa.



Un bosque de pinos convirtió a Pinamar en una belleza.
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