Año CXXXIV
 Nº 48971
Rosario,
domingo  17 de
diciembre de 2000
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Un insólito hecho de sangre en el bajo fondo rosarino
Historia del crimen: Doble asesinato en la fiesta de bautismo
En septiembre de 1927, una inocente celebración en el barrio de Pichincha derivó en un trágico enfrentamiento

Osvaldo Aguirre

Pasado el mediodía, los invitados a la fiesta comenzaron a llegar al corralón de Salvador Pezzi, en la esquina de Tucumán y Callao. Se celebraba allí el bautismo de la hija de Dora Molina, una chica de 25 años que convivía en el lugar con el carpintero Francisco Vilches. Los concurrentes tenían un perfil particular: según una crónica era gente destacada entre los que viven al margen de las leyes.
Era el 26 de septiembre de 1927 y el bautismo de la nena serviría de excusa para festejar además el cumpleaños de un rufián de la zona, un tal Ventura Roldán. Se trataba, pensarían los organizadores del evento, de matar dos pájaros de un tiro; esa frase cobraría un sentido inesperado en el desenlace de la celebración.
La mayoría de los invitados tenía antecedentes por cuestiones relacionadas con la mala vida. Incluso Dora Molina, la madre de la nena bautizada, ganaba su sustento en ese medio. Según informaba la prensa, la mujer concurre diariamente con la chica al café denominado Venecia, calle Almirante Brown 2950, del que se retira por la madrugada, lo que era una referencia apenas velada al ejercicio de la prostitución.
Entre los invitados se encontraban personajes de cierta relevancia en el hampa de la época, como Carlos Argüello, alias El Chueco , con una condena por homicidio y establecido en un prostíbulo de Pichincha. Pero los protagonistas de la fiesta serían el carnicero Horacio Lucero, el mecánico Juan Crisóstomo Villalba (ambos con antecedentes como proxenetas, según las crónicas de la época), su esposa Amelia Quinteros, Prudencio Juan Acosta, alias El Machito, y su hermanastro Martín Coria.
El almuerzo transcurrió con normalidad y luego se organizó un baile. Acosta era guitarrista y trabajaba como tal en un café del barrio de Pichincha; Francisco Vilches tenía un bandoneón y Coria cantaba algo, con lo que se improvisó una orquesta.
Enseguida quedó en evidencia la desproporción entre las cinco mujeres y los quince hombres que se hallaban presentes; entre las damas se destacaba Amelia Quinteros, quien tenía apenas 14 años y se había casado con Villalba forzada por la ley, dado que había escapado de su casa. Mientras circulaba el vino y la cerveza, la circunstancia se tomó en broma y se armaron parejas de hombres.
El entusiasmo tuvo una nota discordante cuando Juan Villalba notó que su esposa se hallaba demasiado cerca de Acosta. El músico tocaba la guitarra y a Villalba le pareció ver que con la mano rozaba el pecho de su mujer, precisó la crónica del momento. El hombre llamó a Amelia y la retó. Recomenzó el baile, y la circulación generosa de la bebida contribuyó a hacer olvidar el incidente.
Pero el Machito Acosta había quedado deslumbrado por Amelia. Y en un descanso de la orquesta, se acercó a la chica y la condujo a un sitio apartado. Inspirado por el alcohol, le declaró su amor y le propuso, lisa y llanamente, que abandonara al marido.
Al rato, Acosta volvió a la carga. Esta vez prescindió de simulaciones: se puso a cantar dirigiéndole una improvisación amorosa a Amelia. Varios de los invitados aplaudieron al guitarrista y lo alentaron.
Se generó entonces una discusión, y la fiesta quedó abruptamente interrumpida. Lucero intervino en defensa de su amigo Villalba y Coria salió a responder por su hermanastro.
-Me considero guapo con cualquiera -advirtió-. No hay más que salir a la cancha.
El desafío no fue lanzado en vano. Sobre todo cuando Villalba se enteró de que Acosta había pretendido llevarse a su mujer. Salieron todos a la calle, a pedirse explicaciones. El Machito y Coria extrajeron cuchillos y se dispusieron a la pelea. Pero Lucero y Villalba tenían revólveres y literalmente los fusilaron: hicieron en total unos doce disparos.
Acosta recibió un balazo en el corazón y murió en el acto. Los vecinos lo encontraron en una posición particular: esgrimía un cuchillo y en la otra mano tenía una guitarra. Coria recibió cuatro proyectiles y falleció tras una corta agonía, aunque antes alcanzó a identificar a sus agresores.
La policía tropezó con algunos inconvenientes para aclarar lo sucedido. Dicen los funcionarios -señaló La Capital- que desde hace algún tiempo los tenebrosos (rufianes) criollos y sus mujeres han adoptado el sistema de los maffiosos. En cualquier suceso, siendo actores o no, expresan siempre que no han visto ni saben nada. Sin embargo, Villalba fue rápidamente detenido. Por su parte, Lucero se mantuvo prófugo hasta el 24 de septiembre de 1928, cuando el juez Emilio Tasada en persona lo detuvo en una casa de Ituzaingó al 3500. Los hechos terminaron de aclararse, cuando declaró Amelia, la estrella de esa oscura noche en Pichincha.



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