Año CXXXIV
 Nº 48964
Rosario,
domingo  10 de
diciembre de 2000
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Debate sobre ciencias sociales y sindicalismo
Los desafíos de la pobreza y la exclusión
Investigadores sociales y dirigentes sindicales analizan en un libro las nuevas condiciones del mundo del trabajo

Arturo Fernández

Si algo comprendemos desde la Ciencias Sociales es que hacia 1980 el mundo cambió. La organización del trabajo se organizó de manera, quizás irreversible, en diversos sentidos que voy a resumir.
Un nuevo paradigma productivo lleva de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Ello implica una dualidad en la fuerza de trabajo: por una parte hay una fuerza de trabajo muy calificada, que sobre todo se emplea en empresas transnacionales, cada vez más tecnificadas; y por otro lado, una mano de obra no calificada que trabaja en pequeñas y medianas empresas o en trabajos subalternos o muy subalternos en las primeras empresas. Esta división fragmenta la fuerza de trabajo mientras unifica cada vez más el proceso productivo.
Además cabe señalar que esta innovación tecnológica, que ha llevado a través de la informática, la electrónica, la biotecnología, a estos cambios profundos no son hechos de la naturaleza: son hechos humanos. Las políticas de Estado y/o estrategias empresariales pueden y deben ser, factores condicionantes de la innovación tecnológica. Es cierto que vamos a un mundo donde el trabajo es cada vez más flexible e individualizado, pero eso no significa que la tecnología de la información, por ejemplo, destruya cada vez más empleos. Al contrario, puede pensarse que la propia tecnología creada, debidamente regulada por el Estado y por un sistema económico bajo un control de fuerzas sociales que pacten un orden social humano, puede generar los empleos que se destruyen debido a la misma tecnología. No voy a abundar más sobre este tema sino señalar que la inmensa mayoría de los estudios comparativos en los países desarrollados, hoy reclaman, de una manera u otra, un nuevo orden económico internacional. Hasta los organismos internacionales, tipo el Banco Mundial o el Fondo Monetario, debaten frente al problema de la pobreza y la exclusión, que ha sido un fenómeno más o menos universal, duramente sentido en la periferia, pero también en los países centrales.
El desempleo significa exclusión, significa miseria y debilita el sindicalismo. El sindicalismo con porcentajes impresionantes de desempleo (30, 40 %) está de manos atadas, aun frente a sus propios afiliados. Es un fenómeno universal, que ya conocimos en la década del 30; se registra ahora, sobre todo en los países periféricos que son los que conocen tasas abrumadoras de desempleo, de exclusión y de marginación social. Este orden, reitero, todos comprenden que es a mediano plazo, y desde ya a largo plazo, invivible; algo se debe hacer: por etapas, directamente, de forma profunda, de forma pacífica o violenta, para detener el camino al abismo. Reitero, es un debate hasta en los organismos internacionales, entre grandes partidarios de la desregulación financiera, de la desregulación económica y de este orden que ellos mismos comenzaron a construir y del que ahora perciben sus abismos y peligros.
Una reflexión final respecto a los sucesos recientes en nuestro país y que tiene que ver con lo anteriormente dicho. Un gobierno, conformado mayoritariamente por sectores medios, que se habían propuesto gobernar de manera más honesta, que quizá lo estén haciendo de manera más honesta, con un amplio consenso sobre todo en los sectores medios, cedió ante las presiones del Fondo Monetario Internacional y dio una batalla formalmente exitosa contra el sindicalismo, imponiendo una reforma laboral legal que simplemente consagra la flexibilización laboral ya generalizada de hecho en la década de los 90. Este proceso había comenzado algo en los 80 pero en los 90 se flexibilizó todo. Lo que querían el Fondo Monetario Internacional, los empresarios transnacionales y los más concentrados grupos de Poder económico era consagrar con la ley lo que ya se estaba practicando. Es muy probable que sin este gesto el gobierno electo en octubre de 1999 no hubiese obtenido el apoyo financiero de los sectores dominantes, sin el cual no se podría afrontar el pago de intereses de la deuda externa y demás desequilibrios del sector externo particularmente condicionado en el año 2000 por las obligaciones cercanas a diez mil millones de dólares.
Es cierto que los gobernantes actuales no habían prometido, al contrario del anterior, enfrentar este nudo gordiano que es la deuda externa y sus consecuencias y efectos totalmente catastróficos. Sin embargo cabe preguntarse: ¿hasta cuándo la inmensa mayoría de argentinos y de latinoamericanos y la inmensa mayoría de pueblos de la periferia del sistema capitalista vamos a seguir padeciendo las consecuencia de un mecanismo usurario y perverso que condena a pagar una deuda imposible de resolver?, ¿hasta cuándo la elite financiera globalizada seguirá desangrando al setenta por ciento de los seres humanos?
Acabado este punto cabe señalar que con el voto en el Senado, la inmensa mayoría de la clase política que más votos (sumando todas las fracciones más del ochenta por ciento) ha aumentado un profundo abismo que tiende peligrosamente a conformarse entre lo que se da en llamar la clase política o la dirigencia política y la inmensa mayoría de la gente. Esto creo que no es bueno. Es necesario el mediador político para evitar los conflictos sociales, para limar las diferencias, para acercar las posiciones so pena de caer en la violencia. Vuelvo a repetir que el descrédito de la dirigencia política frente a vastos sectores populares, y no sólo populares, se ha incrementado, votando alegremente una imposición del Fondo Monetario Internacional al margen de todos los argumentos respecto a una supuesta creación de empleos que ya se practicaron hasta el cansancio y sin éxito en la década pasada. Es que los trabajadores y los desocupados saben que la práctica de la flexibilización y la precarización del empleo, agravada por la tasa récord de personas sin trabajo o con problemas para conseguirlo en nuestro país -tasa récord en el siglo XX y en lo que va del XXI- condujo, hasta ahora, a jornadas de doce horas, a la suspensión del descanso dominical y a pésimas condiciones en una mayoría de empresas de todo tipo. Luego se debilitó al sindicalismo y a su herramienta vital: la negociación colectiva (...)
Una última reflexión: ¿podrá el sindicalismo recuperar el protagonismo perdido por sus falencias, por tremendas y largas campañas antigremiales organizadas desde los años 55 en adelante, por parte de la patronal, los medios de comunicación y, en fin, por una suerte de sensación en las clases medias de que los dirigentes sindicales no cumplen con sus obligaciones?, ¿podrá el sindicalismo enfrentar el debilitamiento que implica la tremenda tasa de desocupación? No es tarea fácil, dado el prestigio perdido. Sin embargo la poco feliz, por ser cuidadoso, iniciativa del gobierno aliancista le ha permitido recuperar un rol que el menemismo, con mucho maquiavelismo le había sabido neutralizar. Su rol es representar a un sector de la sociedad que sufre injusticias y denunciarlas. La CGT disidente, la CTA, la pequeña Corriente Clasista parecen tener autoridad moral para reclamar respeto a los derechos de los trabajadores y para actuar en consecuencia. Aun la CGT llamada oficialista, quizás ligeramente mayoritaria, sabemos que ha pactado bastante a disgusto, en última instancia contra la voluntad de sus bases, la reforma laboral. Esto exige de los sindicalistas imaginación para recuperar confianza y para lograr unir a sectores que han sido dejados fuera del trabajo, los cuales no son fáciles de integrar: desocupados, gente estructural y definitivamente alejada de la posibilidad de trabajo para lograr unir las luchas sociales y conformar un movimiento más amplio que el de los trabajadores.



Una imagen recurrente de las protestas sociales.
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