Año CXXXIV
 Nº 48950
Rosario,
domingo  26 de
noviembre de 2000
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De la violencia del ajuste a la de los piquetes sindicales
Opinión: La sociedad es agredida con saña
Políticos y sindicalistas juegan con fuego encima de un barril de pólvora que puede explotar en mil pedazos

Antonio I. Margariti

La Argentina está sumergida en un inmenso desorden que es simultáneamente económico, social, moral y político. Su origen reside fundamentalmente en una especie de desquiciamiento del conjunto de reglas que permiten a las personas convivir en justicia y paz.
Nuestros mecanismos legales funcionan al revés y en consecuencia todo el mundo está descontento. Nos damos cuenta de que nuestra vida no es lo que debiera ser: apacible, tranquila y feliz si la Argentina estuviera en orden y contara con autoridad.
Hoy carecemos de orden y autoridad. Hemos olvidado las cuestiones fundamentales, que el hombre solitario y egoísta es incapaz de procurarse todo lo que precisa y únicamente lo puede conseguir vinculándose socialmente. Por eso necesitamos vivir en sociedad, principalmente en familia y en la comunidad estatal.
Los seres humanos tenemos una naturaleza social que se manifiesta mediante la posibilidad de comunicar nuestros pensamientos a través del lenguaje, testimonio inequívoco que nos diferencia de las bestias. Ahora bien la vida en sociedad no es fácil y sólo es posible si reinan el orden y la autoridad.
El orden es un presupuesto absolutamente necesario porque su razón de ser consiste en que los hombres puedan cooperar libremente entre sí para ayudarse mutuamente a conseguir los fines esenciales de la vida. Ello depende de la buena voluntad en la conducta individual y del comportamiento respetuoso del conjunto de todas las personas. Sin este fondo moral el orden desaparece y la vida social se transforma en la ley de la selva, que es lo que estamos soportando en estos tristes días.
Pero el orden social no puede ser elaborado ni asegurado si no existe un poder de mando que repose en la autoridad legítima. Dicho poder no depende de la acción violenta de bandas terroristas, ni tampoco de que un grupo de agitadores lo consigan y mucho menos de la voluntad veleidosa de las masas populares que siguen como rebaño las voces de los demagogos. Su fundamento moral es la responsabilidad irreductible de los fines esenciales de la vida.
Esos fines esenciales o valores se ordenan por rangos y dependen de la naturaleza humana dotada de instintos y de razón, de apetitos materiales pero también de necesidades espirituales. Los fines esenciales van desde las cosas exteriores de la vida (alimentación, vivienda y bienes materiales) y del campo biológico (salud y vitalidad) hasta las del campo social (paz, justicia y seguridad), espiritual (verdad y belleza) y moral religioso (bondad, compasión, clemencia y caridad). Porque hemos dado la espalda a estas nociones fundamentales, la cooperación social basada en el respeto mutuo, se ha vuelto imposible en Argentina y estamos cayendo en la anarquía. Carecemos de orden y la autoridad es un espantajo.

La agresión sindical
A la imprudente violencia de los ajustes económicos que recaen sobre las espaldas de la sociedad, ciertos dirigentes sindicales han agregado esta semana una nueva agresión caracterizada por este paro activo con piquetes, cortes rutas e intimidaciones planificadas con minuciosidad revolucionaria.
Pareciera como si ambas dirigencias estuviesen de acuerdo en atacar a la sociedad con saña y se lanzaran, cada una por su lado, a una despiadada lucha para preservar e incrementar lo que ellos mismos llaman la caja sindical y la caja política, un barril sin fondo de donde sacan enormes sumas de dinero para vivir rumbosamente.
La sospecha de tal acuerdo surge con la fuerza de la evidencia apenas se repara en que políticos y sindicalistas no se agreden mutuamente sino que disputan el mismo espacio atacando a la sociedad. Si así no fuera, ¿porqué en lugar de hacer piquetes contra quienes pretenden ejercer el derecho de trabajar y transitar libremente por el territorio del país, no lo forman alrededor de las mansiones de ciertos diputados, senadores y jueces federales hasta que devuelvan el dinero mal habido?
En lugar de impedir el transporte de personas y mercancías cortando calles urbanas y rutas camineras ¿por qué no programan un corte selectivo de calles y rutas para los cuatro o cinco coches importados que cada senador, sospechado de coimas, confiesa como propios en el expediente abierto por el juez Liporaci sobre la denuncia de sobornos en el Senado?
Si la deuda pública amenaza con el default ¿por qué no organizan la toma pacífica de ciertas sedes partidarias hasta que los cabecillas del anterior gobierno presenten la rendición de cuenta por todo el dinero cobrado en las privatizaciones y expliquen el destino de los fondos ingresados a través del incremento de la deuda? ¿porqué no firman un petitorio popular dirigido a Horst Köhler, secretario del FMI, pidiéndole que informe quiénes en nuestro país cobran comisiones por las renegociaciones de la deuda pública y que dicho importe se retenga para cancelar parte de los bonos del Estado? ¿por qué no piden al director ejecutivo Stanley Fischer, que el blindaje financiero de $ 20.000 millones sea concedido con aval mancomunado y solidario del presidente, los miembros del gabinete, gobernadores y legisladores de manera que en caso de insolvencia puedan ser ejecutados sus bienes particulares?
De este modo la acción sindical podría ejercer justificadamente su derecho de huelga y de peticionar a las autoridades políticas sin agredir con saña a una sociedad que se ve acorralada entre dos fuegos.

La agresión política
Los políticos de la democracia nos han llevado a una situación intolerable. Han construido un Estado que gasta mucho, saca demasiado dinero a la gente y no ofrece nada a cambio. Para este año el gasto público consolidado, integrado por la nación, provincias y municipios, llegará a 97.564 millones, de los cuales el 61% son gastos sociales, 21% se los lleva la burocracia, 12% se destina a pagar intereses y sólo el 6% se aplica a obras públicas.
Los gastos sociales, que alcanzan a 59.400 millones (61% del total) se distribuyen así: 38% del mismo a jubilaciones, 23% a educación y cultura, 22% a salud pública y 17% a planes sociales asignados al ministerio que dirige doña Graciela Fernández Meijide. Esto es gasto público, esto es el Estado totalmente desproporcionado, ineficiente y deplorable que deja cada vez menos dinero en manos de la sociedad.
Como prueba de su irracionalidad es importante señalar que durante este año se han puesto en marcha 69 planes sociales por un monto de 2.500 millones que consisten en planes trabajar, ayuda social, seguros de desempleo, promoción social y atención a carenciados. De este importe, manejado sin coordinación ni profesionalidad por personajes con influencias políticas, sólo el 12% llega directamente a manos de los necesitados, 6% se destina a la compra de mercaderías, bienes o servicios y el 82% se los traga directamente la frondosa y estéril pero bullanguera burocracia que no sabe administrarlos. Todas son lonjas que salen del mismo cuero: la piel viva de la sociedad y por eso estamos como estamos.
Ahora bien, si todos los que formamos parte de la sociedad, quienes no recibimos ni un centavo del Estado ni de los sindicatos, hemos tenido que ajustarnos el cinturón durante los últimos años hasta tal punto que nuestros ingresos medios son hoy un 30% menores, cuán razonable sería que quienes viven de la política y del sindicalismo acepten una reducción del 16,4% en los recursos asignados. Con lo cual el país obtendría economías presupuestarias por 16.000 millones y ello serviría a un doble propósito: pagar el total de los intereses de la deuda pública que suman 11.400 millones sin pedir blindajes financieros y eliminar de raíz el déficit presupuestario de $ 4.600 millones. ¿Es tan difícil o gravoso decidir y soportar este modesto esfuerzo? Con ello no serían necesarios más ajustes, ni impuestazos, ni rebajazos, ni el ensañamiento jubilatorio contra los ancianos. Tampoco tendríamos que mendigar nuevos préstamos internacionales. Pero ¿estará tan endurecido el corazón y la mente de políticos y sindicalistas que nada les importe y que sólo sigan pensando en preservar la caja política y sindical?
Si así no lo comprenden están jugando con fuego encima de un barril de pólvora y es hora de que despierten antes que la explosión los aniquile en mil pedazos.



Los piquetes deben dejar paso a otras formas de protesta.
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