Año CXXXIV
 Nº 48949
Rosario,
sábado  25 de
noviembre de 2000
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Opinión: ¿Por qué la Argentina sigue estancada?

Siempre se dijo que la Argentina era una isla dentro de Latinoamérica. Que el nivel sociocultural de su población, su origen mayoritariamente europeo y su pujante clase media la hacían muy diferente a otros países de la región. Hoy, como nunca antes, parece que esa afirmación ha quedado desvirtuada.
Países como Chile, Brasil, México y otros del hemisferio están sacando provecho de la abundancia y prosperidad económica actual del Primer Mundo. Es una verdadera paradoja que mientras en las naciones más desarrolladas hay exceso de dinero -que se acumula en los bancos- millones de personas no puedan satisfacer su dieta alimentaria diaria. Una parte de ese capital viene en inversiones a estas latitudes, moviliza la economía, genera empleo y regresa bastante aumentado a sus países de origen. Este es el modelo económico que hoy rige en el mundo -muy discutible- y que beneficia en parte a los países que están a mitad de camino entre la pobreza y el crecimiento. Pero no es el caso de la Argentina. ¿Por qué?
En este país la economía y la política aún van firmemente de la mano y cuando se percibe que un gobierno no es lo suficientemente fuerte y no tiene el absoluto control de la situación la crisis se hace crónica.
El paro nacional de 36 horas que terminó anoche sólo sirvió para que la gente exprese su bronca. Nada cambiará a partir de hoy, salvo que la desocupación se irá incrementando, la clase media seguirá su camino hacia la pauperización y los jóvenes tendrán que emigrar si quieren conseguir un mejor futuro. Todo esto ocurre en un país con una de las mejores tierras y pasturas del mundo, con los cuatro climas, con petróleo, gas y una costa interminable.
¿Habrá que aceptar, entonces, la reciente descalificadora frase de Duhalde sobre la decadente dirigencia política argentina?
En este país todavía hay mucha riqueza, pero está mal repartida y se la dilapida. La recaudación de la Nación y de varias provincias es superior a la de muchísimos países. Pero el clientelismo político -sindical incluido-, la corrupción y la desidia se llevan una gran parte. Todo el país vio esta semana por televisión cómo un grupo de enfermos mentales, desnudos, que viven en una colonia psiquiátrica bonaerense había sido encerrado tras unas rejas como despojos humanos. Por cada paciente el Estado paga 1.600 pesos mensuales. El caso es un símbolo de lo que le pasa al país.
Otro indicador fue lo ocurrido apenas De la Rúa ganó las elecciones: a las pocas horas del triunfo confirmó que sus colaboradores estudiaban crear un impuesto a las grandes empresas nacionales que habían sido privatizadas, como lo había hecho en Gran Bretaña el laborista Tony Blair. Sólo doce horas después dio marcha atrás y negó que esa idea pueda prosperar. Antes de asumir dio la primera muestra de debilidad. No basta ya la excusa de la herencia recibida del menemismo para justificar la profundización de la crisis. No basta contar con funcionarios aparentemente menos corruptos para enfrentar la situación. Tampoco sirven los paros conducidos por dirigentes de dudosa representación y aferrados a sus sindicatos desde hace décadas. Con más de lo mismo y sin coraje político, la Argentina seguirá estancada.


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