Año CXXXIV
 Nº 48949
Rosario,
sábado  25 de
noviembre de 2000
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Opinión: El paro fue un amparo

Alfredo Chies

El paro arrancó con mayor contundencia que las protestas de estos últimos años. A pesar de que los ómnibus siguieron circulando unas horas más, desde el mediodía de anteayer Rosario quedó prácticamente paralizada, un poco por el temor de que esta vez los piquetes de los cortes de ruta se instalaran en el paisaje urbano, pero, esencialmente, por la bronca y la angustia de tanta gente ante la extrema falta de trabajo y la casi nula posibilidad de pensar proyectos, ya sean individuales o colectivos. Sentimientos apoyados por las acciones de un gobierno que defrauda a sus electores al no dar respuestas en el corto plazo de una manera concreta y coherente a sus más urgentes pedidos.
Ayer, el camionero Hugo Moyano aprovechó la aplastante demostración de descontento para pedirle al gobierno una mesa de consenso. ¿Para eso quería el paro? Mientras, Rodolfo Daer hacía del enfrentamiento con la ministra Patricia Bullrich su causa nacional cuando las cifras de desempleo, la precarización laboral y la atomización de los derechos de los trabajadores le hubiesen dado sobrada letra para enfrentar cualquier debate televisivo en cualquier escenario y ante cualquier contendiente gubernamental.
El estatal Víctor De Gennaro volvió a marcar la diferencia y con un lenguaje desprovisto de petardeos insistió con la propuesta de la CTA de un subsidio para los desocupados, diversos planes de empleo y perfeccionamiento para superar, desde la conformación de un gabinete de unidad nacional, el más salvaje proceso de exclusión social de los últimos tiempos.

El exilio como remedio
Juan Jacobo Rousseau, en su Contrato Social, se preguntaba en el siglo XVIII cuándo un gobierno era bueno, y llegaba a la conclusión de que eso se evidenciaba cuando una Nación crecía, no tanto en términos económicos, sino en su población. El creía que el éxito económico, desde el punto de vista de la administración de la cosa pública, nunca beneficia al conjunto de los votantes (el soberano, para Rousseau), sino a una porción. Pero, cuando las políticas de un gobierno persiguen una proyección de bienestar para el cuerpo social de un país, se instala otra visión de futuro y las familias crecen.
Argentina atraviesa por otra de sus grandes migraciones (la más inmediata correspondió a la dictadura militar). Los trabajadores más calificados deben ir a otra nación para encontrar un futuro que la propia le niega y que, además, casi le asegura que no lo tendrá por varias décadas.
El paro, esta vez, no fue la extensión de un feriado, fue la manifestación concreta del humor de un país golpeado por una dirigencia que fue tachada con los más disímiles epítetos, sintetizados hasta la exasperación por el mismo ex vicepresidente, ex gobernador y ahora profesor de derecho Eduardo Duhalde.
Conceptualmente, fue un paro violento, con una violencia evidenciada no tanto en destrozos o desmanes, sino en la aceptación y acatamiento a la protesta por parte de los trabajadores, que no lo tomaron como una extensión de un feriado, pero sí como una manera (una de las pocas legítimas) de exteriorizar su angustia y su bronca.


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